viernes, 21 de diciembre de 2012

Relato. El último día (por si es el fin del mundo).

Se despertó sobresaltado. Alguna desagradable pesadilla lo había estado inquietando y cuando el horrible repiqueteo del despertador empezó a sonar casi le da una taquicardia. ¡Cuántas veces le había dicho a su mujer que comprara otro reloj menos ruidoso! Al fin y al cabo no costaba tanto y seguramente él lo ganaría en salud. Pero ella no le hacía caso. ¿Cómo iba a hacérselo si aquella escandalera ni siquiera la despertaba? Ahí estaba ahora mismo, durmiendo tranquilamente con la boca entreabierta, ajena a todo.

Él, en cambio, que tendía a preocuparse hasta por las cosas más nimias, se había acostado pensando en un programa de televisión que acababa de ver y se había pasado toda la noche inquieto, soñando con aquel adolescente negro que, mirando a la cámara con desparpajo, había dicho:

—Cuando salgo de casa me pregunto si viviré otras veinticuatro horas.

El reportaje trataba sobre los jóvenes negros —afroamericanos, decían los narradores— de las grandes ciudades de Estados Unidos. Y de aquel chico entrevistado, que tendría unos quince o dieciséis años, habían afirmado que sus posibilidades de alcanzar los veinticinco eran más escasas en el suburbio donde vivía que en cualquiera de los países más pobres de África.

Era duro y desasosegante oír aquello, incluso aunque le pareciera todo muy lejano, como si se tratara de una película y no de un reportaje. Su hijo tenía sólo seis años y vivían en la Europa mediterránea, una de las zonas del planeta con mayor esperanza de vida, pero la frase del muchacho se había quedado rechinando en su interior y no le había dejado dormir con tranquilidad: "cuando salgo de casa me pregunto si viviré otras veinticuatro horas".

Él nunca se había hecho una pregunta como aquella, sus días siempre se desarrollaban contando con que habría otros después, seguramente iguales a los transcurridos, o al menos muy parecidos. La mayoría de las cosas que hacía estaban planeadas con semanas o incluso meses de antelación, en tanto que otras simplemente discurrían como si fueran aguas de un río: venían de alguna parte y desembocaban en otra, pero a él sólo le mojaban cuando pasaban por su recodo y, como no podía hacer mucho por evitarlo, se conformaba con lo que había. Si las aguas bajaban sucias se pringaba sin remedio, si venían revueltas tenía que agarrarse con fuerza para que la corriente no lo arrastrara, y si alguna vez llegaban frescas y límpidas lo correcto era dar gracias a Dios por ello, pero alterar su curso no estaba al alcance de su mano.

En el trabajo nada de lo que hacía era improvisado, las órdenes que le llegaban habían pasado ya por muchas cabezas decisorias, y a él sólo le quedaba ejecutarlas. Dormía con su mujer cada noche, pero ambos sabían perfectamente cuándo podían excitarse y complacerse —con la destreza y frialdad con la que un verdugo corta cabezas: dos viernes al mes usando preservativo y, si les apetecía —algo que cada vez sucedía menos—, con total libertad los días previos a la regla. Las vacaciones las pasaba siempre en el pueblo de sus suegros, un lugar seco y caluroso en el que nunca había visto llover ni nada que fuera atractivo. Conocía y practicaba, según la época del año, tres variedades de fin de semana —ninguna de ellas especialmente estimulante: playa, cuñados o arreglos en la casa—, pero no una cuarta. Y el tiempo libre de cada día solía tener a la televisión como principal protagonista.

Así era la vida, al menos la suya. Porque ¡cuán diferentes debían de ser los días para aquellos adolescentes!, pensó, sin saber a ciencia cierta si los envidiaba o compadecía por ello.

Hacía ya un buen rato que había sonado el despertador, pero todavía estaba en la cama, dándole vueltas a la frase:

¿Y si fuera aquel el último día de su vida?, se dijo.

¿Y si no lo fuera?, le dijo otra vocecita dentro de su cabeza.

Porque eso era algo que nadie podía asegurarle. Nadie podía tener la certeza de estar viviendo el último día de su vida, eso era indiscutible, no tenía vuelta de hoja. Incluso aunque pretendiera suicidarse o hubiese contratado a un asesino para que lo matara; porque nadie podía garantizarle que él tendría el valor suficiente para lo primero, ni que el segundo no fuera a fallar, o desistiera, o muriera de un infarto antes de realizar su trabajo.

Quedaba una opción intermedia: vivir el que posiblemente fuera el último día de su vida. Aunque eso era una perogrullada, porque cada día podía ser el último. Cambiando el punto de vista: nadie le podía garantizar que cualquier día no acabara suicidándose, o asesinado, o muerto él mismo a causa de un infarto o de cualquier otra cosa.

A lo más que se podía aspirar pues, concluyó, era a vivir un día como si fuera el último de la vida. Pero había una diferencia fundamental entre eso y vivir realmente el último día. En el segundo caso todo valía, no habría ocasión para arrepentirse de nada de lo hecho. Pero en el primero las cosas se volvían más delicadas: no podía escupirle al jefe como si no fuera a verlo nunca más y, en cambio, acudir al trabajo al día siguiente como si nada hubiera pasado; ni presentarse en su casa con una rubia de alquiler y pedirle a su mujer que les prestara la cama por una noche, como si él no tuviera que regresar.

Además, ¿qué podría hacer en un día suponiendo que fuera realmente el último? De nada le servía sacar todo el dinero de la cartilla y meterse en un avión con destino a Río de Janeiro; para cuando pisara la playa de Ipanema, sus veinticuatro horas estarían a punto de extinguirse. Si quisiera un coche nuevo tendría tiempo de escogerlo y pagar la entrada, pero no de conducirlo, debido a los trámites de matriculación. Aunque tuviera el dinero suficiente no podría comprarse una gran mansión, ni un avión privado, ni una isla, todo con sus papeleos tan complicados; y mucho menos gozar de cualquiera de esas cosas.

Sólo podría disfrutar de lo inmediato, de lo fugaz: sexo, comida y bebida.

¿Luego se trataba de eso? ¿El hombre en su último día sólo podía aspirar a comportarse como un animal? ¿Sólo instinto? En definitiva eso es lo que somos, pensó, orgulloso por haber llegado a una conclusión filosófica que quizá nadie más en el mundo había alcanzado hasta entonces.

¿Y un posible último día, o un día como si fuese el último?

En ese caso habría que andar con mucho cuidado: se podría transgredir algún precepto, alguna ley o alguna costumbre, pero sin hacer nada que fuera irreversible. Habría que tener muy en cuenta que al día siguiente uno podía seguir vivo.

Lo primero, lo más importante, lo único que estaba claro que se podría hacer en tal caso era no ir a trabajar. No era nada irremediable si al día siguiente tuviera que volver, porque podría alegar cualquier enfermedad pasajera, y esa pequeña rebeldía era algo que deseaba a todas horas, aunque nunca se atrevía a hacer.

Un día de fiesta escogido soberanamente por él y sin que nadie más supiera que lo tenía, ni tan solo su mujer. Maravilloso: iba a tener ante sí toda una jornada para vivirla clandestinamente. Sería libre para hacer todo aquello que quisiera; con tal de que las consecuencias de lo hecho se esfumaran a las veinticuatro horas, desde luego.

Siempre había fantaseado con ligarse en unos grandes almacenes a una ama de casa rica, madura pero bien conservada, desinhibida, de buen ver y mejor oler. En su imaginación ella le llevaba a su enorme y preciosa casa vacía. Allí, sin miedo a que apareciera su marido, que se pasaba todo el día trabajando, ni sus hijos, que estudiaban en un colegio suizo, se atiborraban de sexo, bebida y comida, por este orden. Quizá hasta les acompañara en la orgía una criada joven y guapa, especialmente contratada para tales menesteres.

No necesitó levantarse y mirarse en el espejo para recordar cómo era él. Cumplidos los cuarenta y cinco, el pelo lacio y raleante, su espalda arqueada por una evidente falta de ejercicios abdominales —incluyendo los propios de las prácticas sexuales— y un par de verruguitas en la frente eran los rasgos físicos que destacaban. Le caracterizaban también una necesidad constante de aclararse la voz, por el mucho humo de tabaco negro que circulaba por su garganta, y la ropa barata y pasada de moda que vestía. No era de lo peor que había visto en su vida, le bastaba con compararse con sus siempre tan alabados cuñados, pero no pensaba que fuera el tipo de hombre que atrae a las mujeres guapas, ricas y ociosas que se pasean por los grandes almacenes a media mañana. Y vivir un día como si fuera el último no le daba derecho a cambiar la calabaza por la carroza, eso no estaba escrito en ninguna parte.

Se sintió realista y descartó la aventura amorosa. Pero aún quedaban muchas otras cosas por hacer, se animó.

Podía disfrutar de una buena comilona, de un paseo por el parque o por la playa, de un par de copas en alguna cafetería prestigiosa. De una tarde en el cine, de un corto viaje de ida y vuelta en tren, de una visita al aeropuerto. Podía comprarse una corbata cara, una camisa atrevida o unos zapatos americanos hechos a mano. Visitar un concesionario de coches de lujo y sentarse en un deportivo como si tuviera intención de comprarlo. Meterse en la capilla de un convento y escuchar los cantos de los monjes. Ir de putas. Visitar a su hermana o la tumba de su madre. Tomar una habitación en un hotel y quedarse todo el día en la cama viendo películas porno sin que nadie le molestara.

Podía escoger como posible último día de su vida un miércoles en el que su equipo de fútbol favorito jugara un partido de la Copa de Europa. ¿Por qué no la final? Con la cantidad de aviones que había, le daba tiempo a viajar a otra ciudad, incluso del extranjero, ver el partido y regresar. Pero su modesto equipo bastante hacía con no descender a segunda división, y eso de la Copa de Europa era un sueño que no alcanzaría ni viviendo decenas de miles de días, fueran últimos o no.

Pero no había que desesperar, quedaban muchas más cosas: nunca había ido a los toros, ni a la ópera, ni a las carreras de galgos, ni al hipódromo.

¿Dónde estaba el hipódromo más cercano?

¿Cuándo había sido la última vez que había ido al teatro?

¿Podía llevar a su mujer consigo o tenía que hacer las cosas solo?

¿Qué haría si lloviera? ¿Dejarlo para otro día?

No le apetecía practicar deporte, ¿para qué iba a reventarse el último día de su vida si tampoco iba a ver los resultados en forma de silueta estilizada?

Lo mejor, sin duda, sería descansar. Sentarse en una terraza tranquila y soleada a leer el periódico mientras desayunaba cosas prohibidas para una persona algo hipertensa y con exceso de colesterol: una ensaimada rellena de crema y un café con leche endulzado con el contenido de dos sobres de azúcar. Aceitunas rellenas, patatas bravas, berberechos y cerveza en el aperitivo. Para comer: entremés de morcilla frita, una paella de marisco regada con un buen vino y unas lionesas de postre. Café, copa y puro. Un whisky a media tarde y unos pescaditos fritos con una botella de fino a la hora de la cena. ¿Y luego? Una mala noche si finalmente el día no era el último.

Descartado también.

Todo aquello en lo que había estado pensando o era inalcanzable, o podía hacerlo cualquier otro día —y de hecho ya lo hacía de vez en cuando—, o no le gustaba. ¿Por qué no había ido nunca a los toros ni a la ópera? Porque no le gustaban. Odiaba las carreras de caballos hasta cuando daban un breve reportaje por televisión. Paseaba por la playa algún domingo. Comía paella más a menudo de lo que debía, y su médico se horrorizaría si supiera que se fumaba un purito cada día después de desayunar, plantado en la calle, frente a la puerta de su oficina, con cara de culpable por estar perdiendo el tiempo a causa de su vicio. El whisky le producía, invariablemente, una acidez de estómago espantosa. No usaba corbata y le avergonzaban las camisas chillonas. Había llevado a su hijo al aeropuerto a ver los aviones hacía menos de un mes, y a montar en un tren de cercanías la semana pasada. Mientras que lo de la aventura con la rica y desinhibida mujer de bandera lo podía seguir soñando fuera el último día de su vida, el penúltimo o cualquier otro: ese sueño le acompañaría siempre y nunca se haría realidad.

Miró el reloj, eran casi las ocho.

—¡Joder! voy a llegar tarde otra vez —dijo en voz alta.

—Te he dicho infinidad de veces que compres otro despertador, éste casi nunca lo oímos —contestó su mujer, con voz soñolienta.

Él reprimió las ganas de tirarle el maldito reloj a la cabeza: no quería perder más tiempo aún y quedarse sin su puesto de trabajo, sin su mujer y sin su despertador. Aquel no iba a ser el último día de su vida y no podía permitirse acciones de las que después tuviera que arrepentirse.

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Cuando el dedo señala la luna... Wert, Mas y el ilusionismo


Cuando uno no quiere que la gente mire hacia un lado, no hay nada mejor que ponerle algo atractivo en el otro. Lo saben bien los ilusionistas, y también los políticos. Quienes no lo sabemos tanto somos el público en general, de lo contrario no existirían ni los unos ni los otros, y quedarnos sin ilusionistas sería una pena.

Ahora, en Cataluña, tenemos varias actuaciones ilusionistas de nuestros políticos que gozan de mucha aceptación, todas ellas ponen el catalán y la independencia en el lado haca el cual quieren que miremos, mientras que por el otro lado hacen progresar las medidas que nos retrotraen al siglo XIX.

El ministro Wert elabora un anteproyecto de ley para desmontar el sistema educativo público y nuestros políticos catalanes nos hacen mirar hacia la merma del catalán en las escuelas mientras intentan que todas las otras medidas pasen sin hacer ruido:

  • La reaparición de la asignatura de religión como asignatura evaluable, con su inherente componente acientífico y fomentador del miedo y la docilidad.
  • La pareja eliminación de la asignatura de Educación para la Ciudadanía, sustituida por una oscura asignatura de Valores Culturales o Éticos (según la etapa).
  • La relajación de los criterios para subvencionar escuelas privadas concertadas, incluyendo la segregación por sexos, con lo que ya no será un obstáculo para que los colegios del Opus Dei puedan obtener subvenciones mientras fomentan la discriminación de la mujer
  • La llamada libertad de elección de centro, que no es sino otra manera de favorecer los intereses de las escuelas privadas concertadas.
  • La otra segregación, la conseguida a través de reválidas e itinerarios cada vez más tempranos y encasilladores
  • el paso antidemocratizador en la gestión de los colegios públicos, con la relegación de las funciones del consejo escolar y la potenciación del director, nombrado por la administración
  • La definición de la educación como el motor que promueve la competitividad de la economía , como si nada más importara en la formación de las personas


Todo ello tiene como fin el hundimiento del sistema público de educación, de forma que quienes no tengan dinero para pagarse un colegio privado acaben con un nivel educativo de mucho menor nivel y no puedan aspirar a buenos trabajos, que quedarán reservados para quienes parten con la ventaja económica: es el fin de la igualdad de oportunidades.


Pero los políticos catalanes quieren centrar la atención en si hay más o menos horas de catalán o en si ellos pueden decidir un mayor o menor porcentaje de materias. Es su truco de ilusionista, porque el objetivo de Convergència i Unió es el mismo que el del Partido Popular, pero en catalán y manteniendo ellos el poder, porque entre ellos no hay diferencias ideológicas, sino pura lucha por el poder político.
Mientras tanto, el poder económico respira tranquilo, porque sabe que con estos juegos artificiales, con estas maniobras ilusionistas, ellos van ganando terreno mientras que los cada vez más empobrecidos ciudadanos salimos a la calle a gritar que preferimos que nos roben en catalán.

lunes, 26 de noviembre de 2012

Mas debe dimitir

Artur Mas es un gobernante que, no teniendo la mayoría necesaria en el parlamento para gobernar de acuerdo con sus intereses, convocó unas elecciones tramposas en las que intentó camuflar su mala política, contraria a los intereses de sus ciudadanos, tras una bandera que supuestamente defendíamos todos y que nos defendía a todos, poco menos que tildando de traidores a quienes nos manifestábamos contrarios a su política de recortes y a sus mesiánicas y falsas promesas. Con ello intentaba (así lo pidió expresamente) conseguir votos prestados, votos que no iban a significar una mejora para los votantes sino para su inflado ego, propio de los aspirantes a gobiernos autoritarios.
Una vez más, en la más pura tradición populista, Mas equiparaba persona y nación, quería hacer pasar los ataques a su política como ataques a todos los ciudadanos, quería que todos defendiéramos una política que solo beneficia a las clases dominantes como si fuera la mejor para todos los catalanes.
Quería el poder absoluto.
Pero no se ha salido con la suya, todo lo contrario: ha perdido 12 diputados, casi un 20% de los que tenía.
Ha obtenido un 30,5% del 69,5% de los que han votado, por lo tanto solo un 21% de apoyo del censo electoral. Solo una quinta parte de los catalanes con derecho a voto le ha dado su apoyo.
¿Le da esto la suficiente autoridad moral para seguir gobernando después de haber sometido a su país a un estrés del que no va a serle fácil salir?
No convocó unas elecciones para pasar del 38% de votos al 30% sino para conseguir lo que él llamaba una "mayoría excepcional" que, claramente, no ha conseguido.
Ante un fracaso de esta magnitud, solo le queda una cosa coherente que hacer: dimitir.
Y debe hacerlo inmediatamente.

domingo, 11 de noviembre de 2012

Eleccions 25 de Novembre. Una altra vegada els mateixos?


Ja les tornem a tenir aquí. Una altra vegada eleccions. Als polítics els agrada sortir a la tele i als diaris a fer grans declaracions, que els escoltem, que fem veure que ens creiem el que diuen, que pensem que fan un servei públic, que són uns grans professionals que saben què cal fer en cada moment. Això els fa sentir bé, és bo pel seu ego: són nostres, es diuen els uns als altres, els fem anar per on volem.

Decreto abaixar la temperatura d'ebullició
de l'aigua i així estalviarem energia.
Segur que passem a la història de la ciència
.
En el fons, però, pensen: quina sort que tinc, no tinc cap preparació i soc important, mano molt, mano sobre gent que en sap molt més que jo sobre allò del que mano. Perquè els polítics tontos no ho són, al contrari, són conscients de que si no es dediquessin a la política, tal com estan les coses, no tindrien feina. Al carrer hi ha milers de persones que estan molt ben preparades, tenen estudis, parlen idiomes... i estan a l’atur.

Un dit: votar que sí. Dos dits: votar que no
En canvi ells, els polítics, molts sense formació universitària i quasi cap amb algun idioma que no sigui el propi (i encara, perquè el parlen malament i a saber com l'escriuen), tenen un bon sou i una feina tranquil·la: la majoria no té altra funció que votar el que el seu cap els diu, no cal ni que sàpiguen el que voten, mentre mantinguin la disciplina de partit tenen la feina garantida.

Els de més amunt tenen més responsabilitats, això s’ha de reconèixer, però aquests tenen altres compensacions: pensions vitalícies, raconets ben pagats a la política quan deixen la primera línia o bones feines si decideixen deixar-la del tot, perquè tenen una agenda plena de noms que obren moltes portes: tot ajuda, tots s’ajuden, no en va són l’elit.

Tot lligat i ben lligat
I com tal elit no volen tenir competència que despulli les seves misèries o els prengui un tros del pastís. Per això procuren posar traves als qui podrien fer-los nosa: les subvencions se les queden només els que tenen escons (i més encara si disposen de grup parlamentari propi) i així intenten ofegar econòmicament als dèbils (els resulta fàcil, en tenen pràctica: és el que fan amb nosaltres quan són al govern) i, a més a més, aquestes eleccions s’han tret de la màniga un requeriment nou: els partits sense representació, o presentaven un patracol de firmes avalant-los o no es podien presentar a les eleccions, així, amb una mica de sort, ells podrien recollir algun vot més (que vol dir algun euro més) i eliminar competència (on és la lliure competència de la que tan els agrada parlar?).

Habitant de Xauxa...
Ara, a sobre, aquest sarau l’ha organitzat un president que vol passar a la història, i com que no ho pot fer pels seus mèrits de governant, que no són gaires (no cal gaire coeficient intel·lectual per fer-ho pagar tot sempre als mateixos), ha decidit que ho vol fer com príncep blau de conte de fades i ens ha dit que aquestes no són unes eleccions qualsevol, que ara  hem de votar per ser independents i viure a Xauxa.

Artur
Així, sense més: no importen les condicions, ni quina política faria el seu govern si guanyés. D’això no en vol ni parlar, òbviament no li interessa, perquè es posaria la gent en contra, i ha aconseguit que els demés tampoc en parlin (aquest sí que és un gran mèrit, que ja li ve de qui el va nomenar hereu, aquell que deia “ara no toca”, com si no fos el poble qui li ha de dir a un governant el que toca i el que no).
Guifré
I ja hi són tots parlant cada dia del mateix, a veure si d’una vegada ens oblidem dels problemes que tenim i deixem de molestar protestant perquè la sanitat, l’educació, la investigació o l’assistència social públiques no funcionin bé o no funcionin gens, que és cap on anem. Al cap i a la fi és el que volen: tornar a marcar les barreres socials i econòmiques ben clarament, de forma que no pensem que tots som iguals, perquè no ho som, mai no ho hem estat, ni ara ni en els temps dels nostres gloriosos Comtes, que tanta llegenda (que no història) ens aporten.

Un ciutadà intentant
aturar un governant
Com podíem pensar, tontos de nosaltres, que aquest últims anys de benestar social durarien sempre?
Com podíem pensar, ingenus de nosaltres, que teníem dret a la mateixa educació que ells, que ja es preocupen de portar els seus fills a escoles que no gestionen els seus governs?
Com podíem pensar, ignorants de nosaltres, que la sanitat estava concebuda com un bé públic per tothom i no com un negoci com qualsevol altre en el que el que importa és guanyar diners?

Però està clar que, si ens volen fer empassar la píndola, cal endolcir-la (ja ho deia fins i tot Mary Poppins) i sembla que aquesta temporada agrada molt el sabor a independència. Tanmateix, cal anar molt en compte amb el seu consum, perquè actua de manera semblant als somnífers: adormen, però no curen les causes d'insomni.

No obstant això, nosaltres, els petits ciutadans, tenim la oportunitat de girar-los la truita i demostrar que no ens agraden, cap d'ells, ni un, perquè tots s'assemblen massa i cap d'ells està del nostre costat. 
Segur que tots tenim el nostre motiu, o molts motius, per rebutjar-los, per fer-los fora de les cadires que ocupen però no mereixen.
Per què no ho fem?

Sí, però... com fer-ho?

  • Sabem que votar un partir tradicional és donar suport a les polítiques antisocials que aplicaran després, no importa el que hagin escrit en el programa electoral o dit durant la campanya, ja en tenim experiències ben recents.
  • Sabem que abstenir-se no comporta cap perjudici pels partits tradicionals, perquè ells es reparteixen tots els escons, hagin votat deu o deu milions.
  • Sabem que votar en blanc només ajuda als partits grans, perquè els beneficia en el recompte de vots.
Llavors, quina opció ens queda per manifestar la nostra protesta?
Votar Escons en blanc, el partit que deixa les cadires buides i no cobra pels escons obtinguts. Sí, ni sous, ni subvencions, ni dietes, res de res.
T'imagines un parlament amb la meitat de les cadires buides?
Perquè no ho proves?
Informa't aquí http://esconsenblanc.org/  i després decideix.
Aturem-los!

domingo, 21 de octubre de 2012

Wert, Shyamalan y la política de la ignorancia.

El ministro Wert desata pasiones en su contra, y desde luego motivos no faltan: aumenta el número de estudiantes por aula y dice que en realidad lo que hace es flexibilizar su número, suprime el contenido de Asignatura para la Ciudadanía, sube el IVA de muchos productos culturales al 21%, rebaja los presupuestos para investigación mientras sube las tasas universitarias, dice que quiere españolizar a los niños catalanes, despide a todas las voces plurales de la Televisión hasta convertirla en la segunda cadena de Intereconomía...
La lista es larga y sería prolijo enumerarla aquí: muchos la conocemos y todos la notamos o notaremos en los próximos años, y por supuesto no será para bien de la sociedad española, o, como decía un antiguo ministro del mismo color: no será en bien del interés general.
Eso lo sabemos todos, Wert incluido, y no debería sorprendernos como parece que sorprende a muchos periodistas y opinantes contrarios a dicha bárbara política de destrucción sistemática de la cultura y de la preparación profesional y humana de las nuevas generaciones. Algunos de ellos dan argumentos para demostrar que por este camino no vamos hacia el progreso del país, como si pensaran que Wert es un inepto que está haciendo las cosas mal como si no supiera hacerlas mejor y que con los argumentos que se le dan verá la luz, caerá del caballo y cambiará de política.
Tal vez se pueda ser más ingenuo, pero no mucho más, porque la política de Wert, que no es otra que la política general del gobierno de Mariano Rajoy, está perfectamente diseñada para construir un país partido por la mitad dentro de una Europa también partida por la mitad.
Es decir, la España poderosa y la España que sirve a los poderosos; la Europa poderosa y la Europa que sirve a los poderosos. Ya he escrito en alguna otra ocasión que los poderosos se han cansado de que los mecánicos conduzcan los mismo coches que ellos o que los hijos de unos y otros utilicen los mismos gadgets electrónicos. Eso lo consideran propio de regímenes comunistas, porque el orden natural de las cosas no es ese: unos han nacido para ricos y los otros no, así son las cosas.
Y para que ellos siga siendo así, tienen a la Iglesia, que sigue sembrando miedo y prohibiciones para que el rebaño siga en su redil sin rechistar; tienen a la monarquía, para que recordemos que la cuna sigue siendo un factor fundamental de diferenciación entre los hombres; y tienen al gobierno del Partido Popular, al que hemos votado las propias ovejas, porque nos habían dicho que solo ellos nos iban a defender del lobo, cuando lo único que hacen es utilizarlo para darnos miedo, mientras nos dejan encerrados bajo la vigilancia de pastores como Wert, que tiene como misión impedir que desarrollemos nuestra capacidad intelectual, para evitar así que conozcamos el engaño y nos rebelemos: si no conocemos el mundo exterior, haremos caso a los únicos predicadores que nos permiten escuchar, aquellos que nos dicen cómo hemos de ser en lugar de darnos las herramientas para ser como queramos.
Wert no es el único, claro (el Ministro del Interior quiere impedir que veamos a los policías pegar brutalmente a los ciudadanos a los que deberían servir), pero es aquel en el que recae la tarea de mantener a los súbditos en la ignorancia, que es una de las bases sobre las que se asientan los gobiernos no democráticos, que alcanzan el poder gracias a unas elecciones y que, para mantenerse en él, necesitan que nadie se cuestione lo que hacen.

Hace unos años, el irregular pero siempre interesante director M. Night Shyamalan rodó una película titulada The Village (En España se llamó El bosque) en la que narraba la historia de una pequeña comunidad sumida en la ignorancia de todo aquello que sucedía fuera de sus fronteras. La clase dirigente les decía que fuera todo era malo y peligroso, y sus súbditos, que no conocían más que lo que ellos les permitían, lo aceptaban como cierto. Los transgresores eran castigados, porque los dirigentes no podían permitir que se supiera la verdad.
Es una película de 2004, un tanto premonitoria y muy interesante para los tiempos que corren: The village

lunes, 15 de octubre de 2012

La independencia de Cataluña y la religión: la pareja perfecta



Los obispos de las diócesis catalanas ya han opinado sobre la independencia de Cataluña: se han mostrado favorables. Es normal que sea así, porque la vinculación entre la iglesia y el nacionalismo es siempre fuerte, no en vano están formados por cuerpos doctrinales muy parecidos, cuyas características fundamentales son dos: la preeminencia del sentimiento sobre la razón y la vocación hegemónica en la comunidad en la que se predican.
Ambos, por lo tanto, son elementos cohesionantes para sus comulgantes, pero profundamente excluyentes con los que no aceptan su credo: cada religión y patria se consideran a sí mismas las verdaderas y quienes no comulgan con sus principios son  excluidos como infieles o antipatriotas.
Por sus propias características, es casi imposible que convivan con otras personas de credos distintos, de ahí la profusión, a lo largo de la historia, de guerras religiosas y nacionalistas; y tampoco es frecuente que toleren agnosticismos, ya que provocan la disensión desintegradora.
Su gran diferencia consiste en que las religiones aspiran a ser universales, mientras que los nacionalismos buscan reducirse al espacio en el que están los suyos, procurando marcar las diferencias con los otros, basándose habitualmente en el idioma, la raza y, muy a menudo, la religión, con lo que al final vuelven a encontrar un vínculo de alianza estratégica
Las religiones, pese a su inevitable vocación universal, saben adaptarse muy bien a la religión en un solo país (en la línea que en política desarrolló Stalin, en contra también de los propios principios del comunismo), ya que, al identificarse con el sentimiento nacionalista, consiguen la simbiosis con los ideales políticos del territorio, de forma que quien apoya a una apoya a la otra, iglesia y patria por un fin común, al tiempo que el apoyo de la iglesia  a los dirigentes les confiere a estos una legitimidad superior e incuestionable, como la idea misma de la patria o de dios. En términos modernos: se retroalimentan mutuamente.
Además, siempre es más fácil controlar y evangelizar un territorio pequeño y unido en una misma fe nacionalista y manejar políticamente a un pueblo unido en la misma fe religiosa; de nuevo dos caras de la misma moneda y la conveniencia de marchar juntos nacionalismo e iglesia.

Machado, siempre agudo, dijo que la fe no es creer lo que no se ve, sino creer que se ve. Y es en épocas de crisis como la actual cuando la fe más importancia cobra, porque nos resulta necesaria algún tipo de esperanza, más allá de lo que la razón nos sugiera.
No es extraño que dos de los latiguillos que últimamente se pueden escuchar en cualquier declaración pública sean “estoy convencido de que…” y “la verdad es que…”. Expresiones que si nos paramos a pensar resultan escalofriantes: los convencimientos particulares pueden estar basados en las más peregrinas creencias del sujeto, y si no que se lo pregunten a los paranoicos; mientras que equiparar los propios convencimientos a la verdad objetiva es buscar un amparo totalitario que da mucha tranquilidad a quien pronuncia la frase, pero que debería precaver al que la escucha.

¿Todos a una?






Y en este momento de la historia surge la propuesta nacionalista del gobierno de Convergència i Unió, con la que esconde cualquier otro aspecto de su política que, por cierto, es de clara inspiración liberal y poco cristiana, pese a cómo se declaren los partidos que la componen, y sitúa a los empadronados en Cataluña ante la disyuntiva de estar con la patria o no estarlo (que, no lo olvidemos, en la jerga nacionalista equivale a estar en contra), y no ante la de estar con Mas o no estarlo, que en realidad es de lo que se trata, puesto que en Noviembre lo que hay son unas elecciones para elegir la mayoría parlamentaria, y por lo tanto el gobierno, para los próximos cuatro años. 
Y sin embargo, no se puede profesar una religión sin adoptar sus principios básicos, no se puede ser católico y no acatar sus mandamientos, ergo no se puede estar con Mas y no acatar su política de recortes, clientelismo y perpetuación de una clase política al servicio de una clase social. Muchos católicos critican la iglesia oficial, pero se extasían ante el papa, como si no fuera su máxima autoridad, el dirigente que podría cambiar las cosas; así también, muchos nacionalistas critican los recortes, pero se extasían cuando nuestro particular profeta nos muestra la tierra prometida.
Demasiada sinrazón para tantos siglos de historia como llevamos a nuestras espaldas. Demasiada fe la que nos piden depositar en quienes han creado nuestros problemas y ahora quieren que se los resolvamos y los absolvamos.

jueves, 11 de octubre de 2012

Alemania, la deuda y la destrucción de Europa.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, el tratado de Versalles impuso duras condiciones económicas a la derrotada Alemania. Una requería la entrega a los aliados de parte de la producción alemana durante un período de tiempo, otra la entrega de barcos mercantes y una más el pago de una cantidad equivalente a 442.000 millones de dólares estadounidenses de 2012 (algo más de 350.000 millones de euros).

Esta cantidad según muchos economistas era excesiva (tanto que Alemania terminó de pagarla en 2010) y la historia acabó por demostrarlo: asfixiada económicamente, Alemania vio como el paro se desbocaba, la inflación alcanzaba niveles exorbitantes y en el caldo de cultivo del descontento general se gestó el nazismo, con las consecuencias que todos conocemos.

Así es la historia, que pocos ignoran, aunque algunos parece que quieran que la olvidemos.

Pero hay más, porque poco después Alemania provocó una nueva guerra mundial, de la que volvió a salir perdedora (afortunadamente, dado el régimen imperante) y los aliados la sometieron de nuevo a duras compensaciones.

Pero en el tratado de Londres de 1953 (Tratado de Londres de 1953), los aliados decidieron perdonar a Alemania la mitad de su deuda, para evitar su asfixia y que se reprodujera la situación económica y social que había dado paso al nazismo. Eso la salvó y la llevó a alcanzar lo que se llamó el milagro alemán.

Fue una decisión interesada, para evitar nuevas guerras y permitir el desarrollo general de Occidente, pero también fue una decisión generosa, que dejaba atrás el hecho de que Alemania, poco más de diez años atrás hubiera destruido Europa y acabado con las vidas de millones de personas, muchas de ellas en la brutalidad del exterminio, hubo, por lo tanto perdón.

Ahora Alemania está en la situación contraria: instalada en la fortaleza económica, es ella la que tiene la capacidad de perdonar parte de la deuda de otros países o, al menos, de suavizar sus condiciones.

Además, sus acreedores no han originado ninguna guerra ni han cometido los horribles crímenes que ellos cometieron. Su único delito ha sido encontrar dinero suficiente (buena parte de él en los propios bancos alemanes) para financiar gastos que nunca debieron haberse producido, pero que efectivamente nunca se hubieran producido si quienes esperaban buenos beneficios no les hubieran prestado el dinero, sin tener en cuenta que incurrían en un exceso de riesgo, que ahora no pagan ellos sino nosotros.

Enseguida vienen a la mente varios pensamientos, posiblemente demagógicos, tal vez verdaderos: ¿será, de nuevo, Alemania la causante de la destrucción de Europa, aunque en esta ocasión sea por otros medios? ¿Será para cobrar ella más fuerza aún? Sería la tercera vez en cien años. ¿Merecemos el castigo que los países protestantes están infligiendo a los católicos? ¿Podemos evitarlo? ¿Cambiaremos? ¿Hemos de hacerlo?

viernes, 5 de octubre de 2012

José Manuel Castelao: nunca nadie dijo tanto con tan pocas palabras


Lo que dijo José Manuel Castelao

Cuando Fátima Báñez, Ministra de Empleo del gobierno del PP, escogió a José Manuel Castelao para el cargo de Presidente del Consejo General de la Ciudadanía en el Exterior, debió ser porque lo conocía y confiaba en él. Un solo día después, el recién nombrado  pronunció la siguiente frase: Las leyes son como las mujeres, están para violarlas.
Es una declaración tremenda, porque en dos frases afirma nada menos que no tan solo no hay que respetar ni a las mujeres ni las leyes, sino que hay que forzarlas en beneficio propio. ¿Un político en ejercicio se pronuncia en contra de la ley y en favor de forzar a las mujeres sexualmente?
Es decir, un miembro del aparato del Estado (es la segunda vez que ocupaba el cargo y fue diputado en las cortes gallegas) ha hecho exaltación de dos delitos, de los más graves.
Si lo habíamos hecho hasta ahora, ¿podemos seguir confiando en el criterio de Fátima Báñez? Evidentemente no, porque si no tiene la suficiente madurez como para conocer a las personas en las que confía, ¿para qué le vamos a suponer que la tiene? ¿Para promover leyes?
Fátima Báñez debe dimitir, ahora el motivo ya es objetivo.



miércoles, 3 de octubre de 2012

No penséis por vuestra cuenta... haced lo que Él os diga

La capacidad de España para sorprender al mundo no tiene parangón. Este país ha sido capaz de dar al mundo grandes cosas, algunas de ellas, como la Inquisición, la picaresca, los pronunciamientos militares o el caciquismo no precisamente buenas, pero que, instaladas en nuestros genes sociales, siguen formando parte de nuestra forma de ser, porque lo primero que se recorta y estropea en este país siempre que se puede es la educación, tal vez porque a nuestra clase dirigente no le interese que sus paisanos sepan lo suficiente como para cuestionar su poder.

Y estos días tenemos algunos buenos ejemplos de todo ello:

La picaresca
Que el papel de la Infanta Cristina en su relación con los tejemanejes de su marido Urdangarín sentara jurisprudencia es una de las última cosas que se podían imaginar, pero en este país de lazarillos nunca hay que subestimar la imaginación, tan útil para saciar el hambre o rehuir la cárcel, por poner un par de ejemplos. Ayer mismo, el abogado de Isabel Pantoja la comparó con la Infanta en su papel de mujer sumisa e ignorante. O sea, que vino a decir que si una que es de la familia real no se entera de lo que pasa, por qué iba a hacerlo una que viene del pueblo; y tiene razón, claro, porque a la familia real se le supone un algo que la pone por encima de los demás, ya que si no a san to de qué ese estatus que hace a sus miembros superiores a sus súbditos (sí, mientras haya reyes habrá súbditos, no nos engañemos).

El caciquismo
María Dolores de Cospedal, que no vive de la política porque, entre otras cosas, tiene marido adinerado (el marido de Cospedal), ha decidido que tampoco los diputados de Castilla La Mancha puedan hacerlo, mediante la expeditiva medida de quitarles el sueldo, sin importarle si tienen cónyuge que pueda mantenerlos o bienes propios que les permitan vivir de renta. Dice que así ahorrará un millón de euros (aunque siga gastando 67 millones en sus altos cargos) y, de paso, conseguirá que volvamos a una situación parecida a la del Antiguo Régimen (no al de Franco, sino al de las monarquías absolutas del XVII), en el que solo podían ser diputados aquellos que tenían dinero suficiente para dedicarse a ello mientras ganaban dinero en otra parte (o sea el clero y los nobles), marginando al 99% de la población. Aquella minoría legislaba para su propio bien: esta carretera pasará por aquí, porque tengo terrenos cerca, aquella ley gravará las importaciones de tal producto, porque así podré vender el mío al precio que quiera, impondremos ese impuesto, porque lo recaudaremos nosotros.
No digo yo que la cosa vaya a ser así ahora (¿saben de algún ejemplo reciente de estaciones del AVE en terrenos de políticos o de leyes dictadas para montar negocios de inútiles pero caras revisiones de edificios?), pero ¿quién va a querer dedicarse a la política en Castilla la Mancha? Desde luego ningún profesional que quiera obtener un buen sueldo, sino aquellos que no necesiten el dinero o no les quede otro remedio que intentar conseguirlo de otra manera.

Los pronunciamientos
A esa música suenan las declaraciones de Vidal Quadras en ese programa de televisión llamado El gato al agua, que recuerda aquel refugio de, digámoslo finamente, opuestos a la democracia que era el periódico El Alcázar durante la transición. No pueden sonar a otra cosa cuando pide que un general de brigada tome el mando de los mossos de escuadra después de la disolución del gobierno de la Generalitat. Es decir, está pidiendo liquidar las instituciones y entregar el poder al ejército. Ahí es nada. Y que la libertad de expresión lo ampare toda la vida para que pueda seguir pregonando su opinión... y espero que también la de los demás, porque si mandaran los suyos no sé si podríamos seguir disfrutando de este derecho, amante como parece de querer silenciar a los otros.

La inquisición
Tanta persecución de la libertad de los catalanes para opinar sobre su futuro no puede venir sino de ese cristianismo fundamentalista que nos legó la Reconquista, que creó la inquisición y que ha dejado grabado en nuestros genes sociales ese odio hacia todo lo que se aparta de lo que los poseedores de la verdad dictan.
Y, como ejemplo de que esto sigue ocurriendo en la España del siglo XXI, aquí queda esta fotografía tomada el pasado mes de Setiembre, en la que se reivindica el hecho a oír voces, fenómeno al que los psiquiatras denominan esquizofrenia y los fundamentalistas cristianos la voz de Dios, pero que en ambos casos justifica la actuación del que las oye, porque alguien superior a él le dicta lo que tiene que hacer, que no siempre se corresponde con los preceptos cristianos, como bien sabemos.


domingo, 23 de septiembre de 2012

Una, grande y libre: La España carpetovetónica y la Cataluña independentista

Aunque el lema lleva marchamo franquista, podría serlo de cualquier nacionalismo pasado, presente o futuro, porque si algo caracteriza a esa ideología es su pretensión de unión interna en las excelencias propias frente al exterior, siempre ofensor, siempre enemigo, siempre considerado inferior y opresor, que no deja que nos realicemos como pueblo.

El nacionalismo, como el fundamentalismo religioso, sirve para tapar muchos agujeros: de la corrupción política a la diferencia de clases, de la mala gestión pública a la desigualdad social. Cuando un político consigue que el nombre de la patria sea coreado por una multitud, quien no lo hace pasa a ser mal visto y, en última instancia, a ser considerado traidor y, por lo tanto, merecedor de castigo. Todo lo demás queda oculto: ya no importa que unos sean pobres, otros corruptos y algunos, amparados bajo la bandera patria, se enriquezcan a costa de otros.
¿Cómo va alguien a poner en tela de juicio al gobierno cuando el gobierno habla de nación y se atribuye hablar por TODA la nación? ¿Cómo puede alguien criticar a quien dice hacer lo mejor para la nación? Porque la nación lo es todo, como la religión. Es una forma de vida, unos rituales y, sobre todo, unas creencias. Y contra las creencias no hay nada racional que se pueda hacer.

Lo estamos viendo estos días a propósito de la película sobre Mahoma. Alguien sabía que encendiendo la mecha provocaría explosiones, como así ha sido, tan fácil era de prever. La gente enfurecida olvida todos sus problemas y se lanza a asaltar embajadas occidentales, en especial estadounidenses, que pasan a ser la causa de todos sus males. Entonces el presidente de Estados Unidos debe actuar para defender a los suyos que están en otras tierras, pero haga lo que haga será considerado débil y perderá votos en las elecciones, casualmente próximas. Así de fácil es manipular a la gente por cuestiones de religión. Así de fácil lo es también manipularla por cuestiones nacionalistas.

Cataluña y España, aunque de momento en mucho más baja intensidad, están empezando a actuar con estos modelos. Unos se sienten agraviados por los otros y los otros por los unos. Y de ahí surge siempre el conflicto. Nunca ha sido fácil la relación entre Cataluña y el resto de España. Quizá nunca debieron haberse unido, como quizá tampoco debieron hacerlo Italia, Alemania o los Estados Unidos, porque entre sus regiones o estados también hay grandes diferencias. Pero ellos lo hicieron y crearon un vínculo común que les ha permitido avanzar de forma conjunta, seguramente más y mejor que si lo hubieran hecho de forma separada. Son evidentes las diferencias entre los estados de Florida o de Washington, California o Maine, uno en cada extremo del país, pero los habitantes de todos ellos se sienten igual de estadounidenses y cantan su himno con la misma entrega cada vez que tienen ocasión. A nadie se le ocurre pedir la independencia, pero tampoco a nadie se le ocurre pedir que otro estado haga lo que a ellos les parece mejor.

No pasa lo mismo en España, en donde ni siquiera tenemos un himno que cantar. Aquí, fruto de la historia, de esa Reconquista que estableció unos valores cristianos basados en considerar enemigo al diferente y  en la obligación de convertirlo a la fe verdadera a cualquier precio, Cataluña considera que el resto de España la martiriza mientras el resto de España considera infieles a los catalanes pero no los quiere dejar marchar, sino convertirlos. Es lenguaje religioso, de reconquista, pero es el que en el fondo se usa.
Ahora, en  época de crisis, los políticos necesitan tapar sus carencias, su mala gestión, su corrupción, su protección de determinados intereses minoritarios a costa de los mayoritarios, y recurren a las banderas y los idiomas.
Encontrando un enemigo común se olvidan los problemas producidos por ellos: los desastres urbanísticos, la corrupción y la destrucción del estado del bienestar se esconden detrás de la unión de la patria española o de la patria catalana. Como si no existieran el caso Gürtel y el caso Palau, el aeropuerto de Castellón y el de Lleida, la destrucción del litoral de todo el Mediterráneo y el hundimiento de la clase media provocado por la política capitalista de viejo estilo de Rajoy y de Mas. 
Unos creen que no deben dejar marchar a los otros y los otros no quieren estar con los unos, pensando que es la fórmula para solucionarlo todo, en el fondo las razones son las mismas: ¿Por qué un extremeño se niega a que Cataluña sea independiente? Porque cree que eso le perjudicaría. ¿Por qué una catalán quiere dejar de formar parte del mismo estado que un extremeño? Porque cree que eso le perjudica.

Pero no hay que asustarse: aquí nadie va a hacerse independiente. No quiere hacerlo ni quien lo deja entrever, porque no es su intención. Mas solo quiere unas elecciones plebiscitarias, que refrenden su política de derechas, de destrucción sistemática del estado del bienestar, del fin de la igualdad de oportunidades basada en la educación de calidad para todos. 
Cuando haya elecciones y Artur Mas obtenga la mayoría absoluta tras u una campaña en la que hablará de estructuras de estado, de avanzar en el autogobierno o de libertad para decidir, pero no de independencia, se sentirá legitimado (y con el suficiente poder en el Parlamento) para aplicar su política neoliberal, porque le habremos dado (sin saberlo) nuestro apoyo para que lo haga. Reforzará esa tupida red de clientelismo con la que siempre ha gobernado Convergència i Unió desde los tiempos de Jordi Pujol, ese padre que nos ha enviado a su hijo para salvarnos, y será difícil que en Cataluña vuelva a gobernar otro partido que no sea el suyo (posiblemente Convergència se sienta lo suficientemente fuerte como para romper la coalición con Unió, a la que ya no necesitará).

Tal vez alguien se había creído que con los impuestos progresivos en función de la renta se pagaban bienes y servicios para todos los ciudadanos por igual, consiguiendo así una mejora global del nivel de vida. Tal vez durante un tiempo fue así, pero eso se acabó, quienes tienen el auténtico poder se han cansado de que nos subamos a sus barbas, que estudiemos las mismas carreras que ellos, que nos visitemos en los mismos hospitales, que vayamos de vacaciones a los mismos sitios o comamos en los mismos restaurantes. Eso no es lo natural, lo natural es que los ricos estén con los ricos y los pobres con los pobres. Y para que pensemos así, para que nos conformemos con esa situación, para que encima la defendamos incluso con nuestras vidas si es necesario, para todo ellos se crearon la religión y los nacionalismos. Porque la fe es opuesta a la razón y todo lo que se cree deja se ser cuestionado.