jueves, 16 de junio de 2011

Felip Puig y los helicópteros contra el imperio del mal.

Llegar al Parlament en helicóptero no ayudó recortar los gastos del erario público que los parlamentarios se disponían a aprobar ayer mismo (¿a cuántas horas vespertinas de quirófano deben equivaler los viajes que se hicieron ayer en tan exclusivo medio de transporte?), pero el president Mas debió pensar que sí le ayudaría a sentirse como si fuera el presidente de los Estados Unidos, ese cargo para el que su barbilla prominente lo tenía predestinado si hubiera nacido en aquel país, cosa que, para alivio de Obama y orgullo de los catalanes, no sucedió. Y es que la pareja Mas y De Gispert, despeinados y con sus ropas batidas por el viento levantado por las imponentes aspas de nuestro helicóptero ¿no recuerdan a Bush acompañado por Condoleezza? ¡Ah, qué tiempos aquellos!
También Felip Puig, el conseller de orden público, debió saltar de alegría cuando pensó que, esta vez sí, los manifestantes le daban motivos para que la policía se empleara con contundencia, tras tantas críticas como había recibido por la desproporcionada actuación de sus muchachos en la Plaça de Catalunya hace unos días. Y es que ya se sabe que el físico marca mucho y si el hombre se parece a Arias Navarro (hay parecidos que parecen predestinaciones: ver aquí) es fácil que la confusión se apodere de él e intente actuar cómo hizo aquel loable hombre en su tiempo. Sí, de nuevo ¡qué tiempos aquellos!
Supongo que ya venía crecido de la tarde anterior, cuando sin que todavía hubiera sucedido nada él ya decidió cerrar el parque de la Ciutadella entero, tras echar a cuantos paseantes, turistas y autóctonos, habían decidido pasar allí una bonita tarde de primavera, tras tantas lluvias como hemos tenido últimamente. Esta sí que es una medida proporcionada para proteger a los nuestros, se diría el hombre.
Y al día siguiente, cuando entre las provocaciones y los provocadores habituales se desmadró todo y empezó la batalla, el señor Puig debió de pensar que la venganza es un suculento plato que se sirve frío y que, si en un momento determinado había tenido a la prensa en contra, ahora la tendría toda a favor, bueno, al menos a La Vanguardia.
Fueron un par de días redondos para él: clausura de un espacio público, actuación de la policía cargada de razón, el espectáculo del helicóptero para su jefe, del que también, por cierto se beneficiaron gente como  Joaquim Nadal, el llamado líder de la oposición, que lleva en la Generalitat desde antes de que se iniciaran las obras de la inacabada línea 9 del metro (consulten las hemerotecas si no me creen), a Núria de Gispert, la presidenta del Parlament (sí, la misma que no ha dimitido aunque llamara dictadura a la etapa en la que el Ayuntamiento de Barcelona estuvo en manos del partido socialista porque ganó todas las elecciones durante más de treinta años) y a algún otro más que no recuerdo.
Y yo me digo: ¿qué más puede hacer este conseller para que cesen las habladurías que dicen que a su jefe no le cae bien y que lo puso en el cargo para quemarlo?
Ah, sí, ya sé: puede denunciar al profesor Arcadi Oliveres por sus declaraciones
¡Qué tiempo aquellos!

lunes, 13 de junio de 2011

El príncipe Felipe y el minuto de gloria.

Llamarse Laura Pérez no es lo mismo que llamarse Felipe de Borbón, y sus consecuencias son también bastante distintas: el segundo no ha tenido que hacer nada para ocupar la posición que ocupa, le basta con haber sido engendrado por dos representantes de monarquías en horas bajas. Como si no hubiera habido Ilustración, como si no hubiera habido revolución francesa, como si todavía viviéramos en el siglo XVII, todavía hay quien es superior a los demás por la cuna en la que nació. 
Nos dicen que es lo que quisimos los españoles cuando aprobamos la Constitución que enmarca nuestra convivencia. Cierto, es así, y tal vez lo sea porque cuando nos pidieron nuestra opinión cualquier cosa nos parecía mejor que aquello de donde veníamos: la dictadura de Franco; pero más de treinta años después resulta que hay un porcentaje muy elevado de españoles que no pudieron participar en aquel referendum, porque no tenían edad suficiente o porque ni siquiera habían nacido, y otros que participaron y que quizá ahora preferirían otro tipo de organización del estado que no fuera la monarquía.
Preguntar estas cosas a la gente es peligroso, porque puede acabar eligiendo aquello que no le conviene, como bien saben quienes velan por nosotros. Entre ellos, el numeroso coro de devotos del actual rey que loan cada día alabanzas al señor de las alturas, porque nos dicen que fue él quien trajo la democracia y quien paró el golpe del 23-F, aunque haya muchos otros que lo duden. Sin embargo, y aunque fuera cierto, los méritos de un padre no se traspasan automáticamente a un hijo (ni para lo bueno ni para lo malo) y nada nos asegura que el príncipe Felipe fuera capaz de actuar como se dice que su padre actuó en momentos difíciles.
De hecho, se ha encontrado en pocos momentos difíciles a lo largo de su vida pública, más allá de las condolencias que ofrece a los parientes de las víctimas de atentados o tragedias, tarea que tiene encomendada desde hace una temporada y en la que parece haberse especializado. Por lo demás está tranquilo: habitualmente nadie le discute su puesto y, además, ha tenido la osadía y el acierto de casarse con una mujer que lo humaniza. No porque sea plebeya, que también, sino porque, como buena advenediza a esa élite tan difícil de acceder que es la realeza, es más estirada y rígida que el resto de la corte, pese a que se ha esforzado, a base de operaciones, en quitarse de la cara esa expresión de madrastra mala de cuento que su afilada nariz le daba y se ha convertido en una auténtica barbie princesa.
Y resulta que allá donde seguramente menos se lo esperaban, ambos se toparon con una plebeya auténtica, de las que no aspira a entrar en la corte de cuento en la que la pareja feliz vive, sino que aspira a que no hayan más cortes ni, sobre todo, más cuento ni gente que viva de él. En una visita a la "tradicional" Navarra (muy poco concurrida de público, dicho sea de paso), Laura Pérez, una licenciada en derecho, le preguntó al príncipe que para cuándo un referéndum sobre si queremos monarquía o república. El príncipe, después de algunos comentarios "institucionales" acabó demostrando su saber estar, su preparación democrática, su proximidad al "pueblo" con la frase "desde luego has conseguido tu minuto de gloria". Cuando Laura le respondió que no era eso lo que ella pretendía, el príncipe puso la guinda: "pero lo has conseguido, porque eso no lleva a ningún lado", palabras que demuestran, sin ninguna duda, su gran disposición a escuchar lo que la gente dice y que borran cualquier sospecha de autoritarismo en nuestro futuro rey.
Digno de mención, también, es el comentario que le hace a Laura un hombre que está junto al príncipe (por lo que supongo era también algún cargo público), que le preguntó a la chica, con un tono no muy educado, si ese era el problema más importante que tenía en su vida, a lo que Laura, no indignada sino con toda la dignidad del mundo le contestó que tenía ganas de poder se una ciudadana y dejar de ser una súbdita, lo cual tal vez no sea el problema más importante de su vida ni el de la de nadie, pero es sin duda un excelente indicador del nivel de democracia que tiene un país, porque mientras haya privilegios institucionalizados habrá quien tenga la tentación de obtenerlos también por otras vías, llamémoslas corrupción, caciquismo, nepotismo o tantos otros nombres que todos tenemos en nuestra cabeza y a los que sabemos ponerles cara sin necesidad de un gran esfuerzo.

Acceso al vídeo de lo sucedido: Laura Pérez y el príncipe Felipe

martes, 7 de junio de 2011

Prous i Vila. Cuatro gotas de sangre. El desastre de Annual.

Josep Maria Prous i Vila, un poeta y panadero reusense, sólo derramó cuatro gotas de sangre (porque se pinchó con una alambrada) mientras estuvo combatiendo en Marruecos en 1921-22. Tuvo suerte: de haber llegado unos pocos días antes lo más probable habría sido que hubiera sucumbido en el desastre de Annual. Incluso durante el período en el que sí estuvo podría haberlo matado cualquier bala de las muchas que le pasaron cerca o cualquier enfermedad de las que atacaban a un débil ejército hecho de hambre, alpargata y piojo.
Miles de españoles que, como él, fueron a la guerra en Marruecos porque no tenían dinero para evitar la leva, no tuvieron tanta suerte y perecieron por defender, mandados por militares ineptos y corruptos, unos intereses que no eran los suyos. Es una página más de la oscura historia de España protagonizada por los militares.
Nosotros también tenemos suerte, porque Prous Vila, mientras ejerció como soldado, no dejó de hacerlo también como escritor y nos dejó unas páginas extraordinarias de su paso por el norte de Marruecos tras el desastre de Annual.


Se llama así a la escabechina a la que fue sometido el ejército español por las tropas de Abd-el-Krim, un antiguo colaborador que acabó rebelándose contra la metrópoli después de que los españoles lo encerraran en la cárcel a petición del gobierno francés, que lo consideraba un traidor. Su venganza fue terrible, consiguió que los soldados marroquíes que formaban parte del ejército español se pasaran a su bando y, aprovechando la ineptitud y el enfrentamiento de los jefes del ejército español (los generales Dámaso Berenguer y Manuel Fernández Silvestre), destrozó sus tropas, causando más de diez mil muertos.




Prous i Vila llegó casi inmediatamente después y todavía tuvo ocasión de pasar junto a centenares de cadáveres que yacían al aire libre por todas partes. No fue lo único que vio, también vio como los legionarios españoles cortaban las cabezas de los "moros" a los que mataban, las ensartaban en sus bayonetas y las paseaban triunfantes por las calles de los pueblos, tambien las vendían a la reina o a una duquesa que, decían, era quien mejor las pagaba. Vio soldados españoles muertos, con su pene cortado por muchachas marroquíes a las que ellos u otros como ellos habían violado. Vio ratas y piojos, comió moscas, durmió bajo la lluvia, calzó unos zapatos robados a un "moro muerto", vio morir a varios de sus compañeros, montó y desmontó campamentos a capricho de los oficiales, anduvo centenares de kilómetros calzado con alpargatas, pasó sed y hambre, contempló largas colas de soldados esperando pasar un rato con las dos únicas prostitutas que atendían a un ejército de diez mil hombres, pensó qué estaría haciendo el rey mientras ellos se dejaban la vida en aquella tierra inhóspita...

Vio todo esto y mucho más, reflexionó sobre ello y, sobre todo, lo escribió mientras estuvo allí y nos dejó trescientas páginas extraordinarias con las que, relatando esa vida cotidiana donde no podía haber cotidianidad, configura un retrato antibélico y, sobre todo, un documento histórico de un interés y una calidad fuera de lo común. Un libro que fue publicado en catalán, que es cómo él lo escribió, en 1936 (mal momento, sin duda) y que no ha sido editado en castellano hasta ahora (y creo que no hay tampoco una edición catalana posterior a aquella, al menos no descatalogada), demostrando, además, que en un país en el que tantos título banales se publican, lo que realmente es interesante queda escondido en los cajones.
No es un aburrido libro de guerra, no es un pesado manifiesto, no son las batallitas del abuelo: es literatura, pensamiento, reflexión, historia. De verdad, un libro excelente.