jueves, 11 de octubre de 2012

Alemania, la deuda y la destrucción de Europa.

Al finalizar la Primera Guerra Mundial, el tratado de Versalles impuso duras condiciones económicas a la derrotada Alemania. Una requería la entrega a los aliados de parte de la producción alemana durante un período de tiempo, otra la entrega de barcos mercantes y una más el pago de una cantidad equivalente a 442.000 millones de dólares estadounidenses de 2012 (algo más de 350.000 millones de euros).

Esta cantidad según muchos economistas era excesiva (tanto que Alemania terminó de pagarla en 2010) y la historia acabó por demostrarlo: asfixiada económicamente, Alemania vio como el paro se desbocaba, la inflación alcanzaba niveles exorbitantes y en el caldo de cultivo del descontento general se gestó el nazismo, con las consecuencias que todos conocemos.

Así es la historia, que pocos ignoran, aunque algunos parece que quieran que la olvidemos.

Pero hay más, porque poco después Alemania provocó una nueva guerra mundial, de la que volvió a salir perdedora (afortunadamente, dado el régimen imperante) y los aliados la sometieron de nuevo a duras compensaciones.

Pero en el tratado de Londres de 1953 (Tratado de Londres de 1953), los aliados decidieron perdonar a Alemania la mitad de su deuda, para evitar su asfixia y que se reprodujera la situación económica y social que había dado paso al nazismo. Eso la salvó y la llevó a alcanzar lo que se llamó el milagro alemán.

Fue una decisión interesada, para evitar nuevas guerras y permitir el desarrollo general de Occidente, pero también fue una decisión generosa, que dejaba atrás el hecho de que Alemania, poco más de diez años atrás hubiera destruido Europa y acabado con las vidas de millones de personas, muchas de ellas en la brutalidad del exterminio, hubo, por lo tanto perdón.

Ahora Alemania está en la situación contraria: instalada en la fortaleza económica, es ella la que tiene la capacidad de perdonar parte de la deuda de otros países o, al menos, de suavizar sus condiciones.

Además, sus acreedores no han originado ninguna guerra ni han cometido los horribles crímenes que ellos cometieron. Su único delito ha sido encontrar dinero suficiente (buena parte de él en los propios bancos alemanes) para financiar gastos que nunca debieron haberse producido, pero que efectivamente nunca se hubieran producido si quienes esperaban buenos beneficios no les hubieran prestado el dinero, sin tener en cuenta que incurrían en un exceso de riesgo, que ahora no pagan ellos sino nosotros.

Enseguida vienen a la mente varios pensamientos, posiblemente demagógicos, tal vez verdaderos: ¿será, de nuevo, Alemania la causante de la destrucción de Europa, aunque en esta ocasión sea por otros medios? ¿Será para cobrar ella más fuerza aún? Sería la tercera vez en cien años. ¿Merecemos el castigo que los países protestantes están infligiendo a los católicos? ¿Podemos evitarlo? ¿Cambiaremos? ¿Hemos de hacerlo?

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