lunes, 20 de enero de 2014

Cuando ruge la marabunta: las bicicletas y los peatones.

¿En qué momento de la historia los ciclistas adquirieron el derecho a circular por las aceras de las ciudades?

Ha ocurrido de forma silenciosa, gradual, como una invasión de hormigas: primero te encuentras una corriendo por una pierna y no le haces caso, luego otra por un brazo y piensas qué pesadez de hormigas pero, cuando te das cuenta de lo que realmente sucede, ya es demasiado tarde y la marabunta ha invadido tu hábitat, destrozándolo todo a su paso.

Amparadas bajo el santo patrón de los delirios ecológicos, las bicicletas se han convertido en santas e intocables, no puedes decir nada contra una bicicleta, igual como no puedes hacer un chiste sobre judíos (por ejemplo) o sobre andaluces (otro ejemplo): se les debe santo respeto y veneración puesto que son los ídolos modernos; religión, nacionalismo y ecología.
Sin tener en cuenta que la ecología no es solo no utilizar propulsión sin motor sobre ruedas, sino también aquella que no necesita ni de las ruedas, o sea, caminar.

Los ciclistas dicen que su territorio natural son las aceras, donde pueden compartir espacio con los peatones sin peligro, porque son más débiles que ellos. Los mandatarios municipales también lo dicen, porque temen restarle espacio a los coches. El resultado, como en la crisis, es que pagan los más débiles: los viandantes, esa especie pobre, sin poder, cuyo único espacio protegido, las aceras, ha sido poco a poco ocupado por los más variados elementos:
  • Las motocicletas, aparcadas por todas partes: paradas de autobús, pasos de peatones o entradas a edificios. A veces, frente a lugares comerciales o de oficinas, resulta difícil que un peatón pueda salirse del pasillo que le dejan.
  • Los coches, aparcados sobre las aceras... especialmente, claro, en aquellas calles estrechas en las que si aparcan en la calzada no dejan espacio para que circulen otros coches. ¿El remedio? Hacerlo parcialmente sobre la acera (normalmente también estrecha), con lo que el peatón tiene que bajar y andar por la calzada, con el correspondiente peligro y molestia si se tienen dificultades de movilidad.
  • Los "invernaderos" para fumadores. Porque en eso se han convertido las terrazas de los bares. Hay que proteger al fumador, porque paga muchos impuestos y, por lo tanto, hay que dotarlo de un espacio en el que reine sin que nadie pueda echarle nada en cara. Los no fumadores han perdido su derecho a sentarse en las terrazas, incluso en estos

    invernaderos, pese a que la ley (si no estoy equivocado) solo permite fumar si el lugar tiene una o dos paredes, muros o paramentos... cosa que ya hemos visto que los establecimientos se saltan impunemente.
  • Farolas, papeleras, bancos, árboles, quioscos, marquesinas, tenderetes, fruterías y todo un variado material puesto sin ton ni son y que convierte las aceras en pistas americanas para los peatones.
  • Patinetes, monopatines, segway, motocicletas y ciclomotores. Todos ellos parecen tener derecho a circular por las aceras y hacerlo a la velocidad que estimen conveniente. ¿Qué una moto quiere entrar por una calle que es dirección prohibida? No hay problema, se sube a la acera y la recorre con tranquilidad. ¿Que hay un atasco y no tiene espacio para zigzaguear? Tampoco eso va a ser un inconveniente: claro, por la acera. ¿Que salimos del instituto y la calle es cuesta abajo? Pues a la acera y a tumba abierta.
Y, por último, pero no menos importante: la bicicleta, que merece capítulo aparte. Como cuando nos ponemos al volante de un automóvil, los peatones se transforman cuando suben a una bicicleta. De repente su estatus ha cambiado, ha dejado de ser el más débil, ha subido un peldaño en el escalafón y ahora puede dominar al que ha quedado abajo. 
Todos los ciclistas creen haberse convertido en virtuosos del pedal y confían

Axiomas ciclistas:
  • No importa cuántos kilómetros de carril bici existan, el ciclista siempre tiene la tendencia a no usarlo. En la Diagonal de Barcelona, en el tramo entre Francesc Macià y la zona universitaria hay un carril bici en la acera de montaña. Pues bien, los ciclistas circulan por la de mar, sorteando peatones, en especial en aquellas zonas más concurridas entre el Coete Inglés de María Cristina y el centro comercial La Illa.
  • No importa cuánto espacio tengan los peatones, el Ayuntamiento siempre se lo quitará a ellos para dárselo a las bicicletas. En las paradas de autobús de la Diagonal, cuando un pasajero desciende, ¿dónde lo hace? Pues exactamente sobre un carril bici, perfectamente situado allí para que recuerde que está en la selva y el es el alimento de los leones.
  • No importa en qué momento un peatón decide cambiar de dirección, siempre topará con un ciclista que lo está adelantando. ¿Qué un peatón decide girar a la derecha para mirar el escaparate de una zapatería? Entre él y el establecimiento siempre habrá un ciclista. ¿Que se desplaza la la izquierda para saludar a un amigo que viene en sentido contrario? Entre ellos siempre habrá un ciclista.








sábado, 4 de enero de 2014

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Cataluña y la independencia.

¿Por qué se produce ahora en Cataluña este movimiento político que utiliza como principal factor de movilización la llamada a la Independencia?

En mi opinión por dos motivos: 
  • En primer lugar porque la crisis, que están pagando los más desfavorecidos, está descohesionando la sociedad. Cuando se produce una crisis, no hay artificio mejor para un político mediocre que recurrir a un enemigo exterior, que cargue con las culpas y una a todos los de dentro en su contra. Ha pasado mucho a lo largo de la historia, y habitualmente con bastante malas consecuencias. 
  • En segundo lugar porque el actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, no sabe cómo manejar esta situación y busca una salida a la desesperada. Mas ha demostrado no tener la capacidad suficiente de liderazgo para afrontar esta crisis y ha acabado recurriendo a este clásico ardid del enemigo exterior para desviar la atención de su política de nefastas medidas ultraliberales.
Después de más de veinte años en la presidencia de la Generalitat, Jordi Pujol, que consideraba Cataluña poco menos que de su propiedad y la había manejado a su antojo con el consentimiento de sus ciudadanos, embelesados por su arrolladora personalidad, decidió elegir a Artur Mas como sucesor, de una forma más parecida a cómo se hereda el poder en Corea del Norte que a cómo se escoge un líder en un partido democrático, es decir, a dedo. Ni siquiera se respetó la forma de heredar del derecho catalán, porque Pujol ya se había ido deshaciendo de sus hijos mayores, a los que al parecer temía, por si pudieran hacerle sombra mientras él mandaba (Roca, Cullell...).

Pujol sabía que con Mas esto no iba a pasar, porque el elegido no era más que un alumno aplicado que iba a seguir lo que su mentor le dictara; estaba muy lejos de ser un político de su talla y no iba a discutir qué era lo que había que hacer con la finca catalana, que no era otra cosa que administrarla para beneficio de los de siempre: la derecha catalana de toda la vida y amigos y parientes próximos en general.

El peligro, tal vez no previsto por el Gran timonel, era que cuando Mas acudiera a unas elecciones pudiera no resultar ser el elegido por la gente, esa que nunca debiera votar sino aclamar al líder propuesto (a la manera de Corea del Norte también, sí), y prefiriera otras opciones en lugar de aceptar a aquel chico presuntuoso de barbilla desafiante y hablar chulesco, tan distinto de su populista predecesor.

Y así pasó: Mas, en las primeras elecciones en las que fue candidato, dos años después de ser nombrado sucesor, no fue capaz de mantener la presidencia de la Generalitat para Convergència i Unió pese a que contaba a su favor con un país completamente dominado por el asfixiante entramado clientelar que Jordi Pujol había tejido durante años, extendido por todo el territorio y todas las instituciones, algunas de ellas creadas ex profeso para consolidar esta red, de funcionamiento muy próximo al tradicional caciquismo del que tanto sabemos en España, incluyendo a esta no tan distinta Cataluña.
La presidencia de la Generalitat fue a parar, por primera vez tras la restauración democrática, a un socialista que, sin embargo, dedicó todos sus esfuerzos a un proyecto nacionalista (el nuevo estatut) antes que a una auténtica política de izquierdas, demostrando, una vez más, que el terreno de juego y las reglas las había diseñado Jordi Pujol para que duraran más allá de su salida del poder, es decir, y salvando las distancias, algo parecido a aquel todo está atado y bien atado, de la siempre menospreciada (pero tan imitada) España: en Cataluña solo importa la nación, todo lo demás es traición, vendría a ser el lema pujolista.

El elegido no pudo ser presidente hasta el tercer intento, en el que, más por la torpeza de la coalición gobernante que por méritos propios, obtuvo una clara victoria que, apenas dos años después, tiró por la borda porque, para aplicar los recortes que beneficiaban a quienes él representa, quiso contar con la aprobación de quienes iban a sufrirlos, cosa harto difícil que solo se consigue apelando al nacionalismo, a la religión o a ambas cosas, porque son las mejores herramientas para hacer creer a la gente que lo que es bueno para unos es bueno para todos.

Ungido con el aceite del mesianismo, y secundado por unos apóstoles movidos por la fe en el líder, convocó nuevas elecciones... y fracasó con estrépito, puesto que no solo se quedó con bastantes menos diputados de los que tenía, sino que con su discurso nacionalista, radicalizado, consiguió que los votantes pensaran que para eso ya tenían a la genuina Esquerra Republicana, que siempre había defendido lo mismo que el ahora converso Mas y fue la principal beneficiaria de la torpeza del President, puesto que duplicó su número de escaños.
Pero no solo eso: el número de escaños para partidos nacionalistas descendió de 76 a 74, mientras que el de los anti nacionalistas subió de 21 a 28. Pobre bagaje para unas elecciones poco menos que plebiscitarias.

Entonces, en lugar de irse a casa, como debiera haber hecho un político responsable tras darse cuenta del fracaso de su propuesta, Mas huyó hacia adelante y quiso abanderar la opción que más había crecido en las elecciones: la del independentismo de ERC y las CUP, provocando una situación que ha descolocado a todo el mundo y cuya salida es difícil vislumbrar.

Por un lado, ERC está apoyando la política de recortes sociales del gobierno de Mas, porque se ha olvidado, como cuando los socialistas ostentaron la presidencia, de la parte izquierdista de su programa, demostrando así que ser de izquierdas y nacionalista es un oxímoron, aunque pocos se atrevan a decirlo. Por su parte, Ciutadans y el Partido Popular se frotan las manos sabiendo que van a recoger el voto de todos aquellos que no quieren saber nada de la independencia. En medio, el PSC es el que sale peor parado, por su miedo a proclamarse abiertamente de izquierdas y olvidarse del nacionalismo, que no le es propio pero del que se ha querido disfrazar durante años para tratar de arrebatar a Jordi Pujol lo que era imposible de arrebatar por esa vía en la que el viejo político era un maestro.



Por otro lado, el poder económico catalán, el que realmente cuenta, no parece muy a gusto con esta situación en la que les han metido unos políticos irresponsables. CaixaBank (uno de los mayores bancos de España) y Planeta (uno de los mayores grupos de comunicación de España) ya han manifestado su poca vocación aventurera hacia el independentismo, y muchos otros callan, porque no quieren contrariar al poder político y perder alguna prebenda, confiando en que la cosa finalmente se calme, porque sin duda consideran que la escisión no tiene posibilidad real de llegar a ser.

Y es que en estos momentos no parece que sea posible, estando como están en contra los grandes partidos españoles, sin cuyo permiso no hay posibilidad alguna de celebrar una consulta de forma legal. Pero es que, además, tampoco los organismos internacionales ni nuestros países vecinos están por la labor de defender la secesión de una parte de un Estado consolidado y democrático, con una constitución que los catalanes refrendaron de forma masiva (90% de votos afirmativos en el referéndum de 1978). 
Finalmente, en el caso de que la escisión llegara a producirse, son numerosas las voces de organismos internacionales que han vaticinado un futuro muy negro para un hipotético estado catalán, al que sitúan fuera de la Unión europea contradiciendo el pensamiento mágico de Mas y Junqueras, más propio de lo niños cuando piensan que es su deseo el que les traerá los regalos esperados, que de unos políticos que debieran abandonar la falacia de lo quiero, lo tengo y preocuparse más por el bienestar de aquellos para los que deberían gobernar, aquellos para los que deberían procurar una educación que les permitiera ser capaces de pensar por su cuenta y decidir en función de su pensamiento y no adoctrinarlos para cerrarles su perspectiva con la única intención de seguir favoreciendo los intereses de unos pocos, manteniendo a los ciudadanos en esa trampa que siempre contiene la expresión fem país (hagamos país, hacemos país), porque la historia nos ha enseñado que los países dominados por ideologías anticlasistas acaban en dictaduras, marcadas por el concepto joseantoniano de Unidad de destino en lo universal, que es malo para cualquier territorio, sea España o sea Cataluña.
También deberíamos fijarnos en la historia para hacernos una idea de cómo se las gasta la derecha española más rancia, actualmente en el poder, cuando ve amenazada su propia Unidad de destino, y las nefastas consecuencias que podría tener para todos los españoles, pero especialmente para los catalanes, un enfrentamiento con el Estado. España no es un país que se haya caracterizado a lo largo de los siglos por resolver sus diferencias a base de razonamientos sino a base de pronunciamientos militares y guerras civiles. Siempre hemos estado dominados por la incultura del catolicismo más reaccionario (solo hay que ver el actual proyecto de ley del aborto) y del militarismo más cerril desde que la Reconquista juntó a religiosos y militares y les dio las tierras, sobre las que fundaron el poder que aún hoy detentan con impunidad y autoritarismo.
Nacionalismo-libertad y religión-libertad son conceptos contrapuestos, pero nacionalismo-religión van siempre de la mano y son los causantes de la mayoría de la violencia que se produce en el mundo, porque ambos promueven adhesiones y reparten certificados de fe o de herejía, porque se oponen a la diversidad, a la pluralidad y al razonamiento y consideran que todos los que no están con ellos están contra ellos.

Tal como están las cosas, es difícil escribir un artículo contra las maniobras de unos políticos mediocres y servidores de intereses minoritarios sin ser considerado automáticamente como españolista por quienes están interesados en fomentar esta división y no quieren dejar espacio para aquellos a quienes los conceptos de nación y religión no les mueven a saltar al vacío o a enfrentarse a sus vecinos por un idioma o un rito cuando de lo que en realidad se trata es de la explotación de unos por los otros, que no tienen patria ninguna.

Los tiempos de adhesiones inquebrantables deberían haber muerto con Franco, pero, por lo que estamos viviendo, más bien parecen proliferar, bien apoyadas en la manipulación y la demagogia de quienes quieren hacernos cómplices de las pérdidas y apartarnos de las ganancias.

La libertad no tiene patria ni religión.