miércoles, 16 de abril de 2008

Relato. V.P.O.

V.P.O.


Vivían en un piso pequeño y, por las mañanas, como ambos trabajaban, tenían que salir de casa a la misma hora. pero se habían organizado muy bien para no estorbarse ni perder el tiempo intentando hacer ambos lo mismo a la vez.
Se levantaban los dos en cuanto sonaba el despertador. Él se duchaba mientras ella hacía la cama. Luego él iba a la cocina a preparar el café. Entretanto era ella la que estaba en la ducha. A continuación él se afeitaba mientras ella se tomaba el café. Después ella tenía un buen rato el cuarto de baño a su entera disposición, para poder arreglarse con tranquilidad. Él se vestía, se bebía el café y escuchaba las noticias de las siete en la radio. Como salían juntos, él aprovechaba el viaje en el ascensor para contarle las novedades a ella, así los dos estaban suficientemente informados para mantener cualquier conversación banal durante el día. Al llegar al portal tomaban caminos distintos, cada uno a su trabajo, uno en metro y la otra en autobús, y ya no volvían a encontrarse hasta que era casi la hora de la cena.
Pero aquella mañana fue bastante movida.
Él se cortó afeitándose. Nada menos que junto a la nuez, un lugar que sangra con mucha facilidad. Le contrariaba cortarse, y especialmente hacerlo ahí porque, si no acababa rápidamente con la hemorragia, el cuello de su camisa corría serio peligro de parecer el de un carnicero tras una dura jornada de despiece. Se aplicó papel higiénico varias veces, pero le costó detener el flujo. Para cuando lo consiguió estaba ya de mal humor y la taza del váter llena de tiras de papel.
—¿Acabas ya? —le preguntó ella desde el pasillo, extrañada por su tardanza.
—¡Sí coño! ¡Joder, ni que me hubiera cortado adrede! —protestó él mientras abría la puerta y le mostraba a ella la herida de su cuello.
—No sabía que te hubieras cortado —alegó ella.
—No claro, tú nunca sabes nada, pero siempre acusas.
—No te he acusado. Sólo te he preguntado si acababas, no sueles tardar tanto.
—Pero lo has dicho en tono recriminatorio.
—Esa ha sido tu interpretación —opinó ella.
Estaban los dos a un palmo del marco de la puerta, ella fuera y él dentro. Una quería entrar y el otro salir. Dieron un paso. Chocaron. Se maldijeron en silencio. Al fin él se hizo a un lado y ella se metió dentro. Entonces él salió y ella cerró la puerta. Él hizo un gesto obsceno —que ella ya no vio— y se fue a la cocina a tomar su café. Ella se miró en el espejo y articuló unos cuantos insultos, pero sin emitir ningún sonido.
Él, ya en la cocina, puso la radio y, cuando escuchó la cálida y serena voz del locutor habitual, cambió de emisora. No estaba para noticias, tenía ganas de oír un poco de música. Sonó una vieja, muy vieja canción de Creedence. Bueno, no todo iba a ser malo aquella mañana. Subió el volumen: And I wonder, Still I wonder. Who'll stop the rain. Se sentó, se sirvió el café. No había azúcar en el azucarero. Tuvo que levantarse, coger la banqueta y subir a por el paquete que estaba en lo alto de un armario. Lo bajó, llenó el azucarero y volvió a dejar el paquete y la banqueta en su sitio.
Entonces oyó los gritos de ella.
Primero pensó que maldecía porque se había equivocado de color de pintalabios o se le había torcido la raya de los ojos. Pero enseguida se dio cuenta de que era un tipo distinto de gritos.
Corrió hacia el cuarto de baño.
Ella estaba en la puerta, señalando hacia el interior y chillando como una posesa. Él se asomó. Salía fuego de la taza del váter. Hasta la tapa ardía.
—¡¿Qué coño ha pasado aquí?! —gritó él mientras abría el agua de la ducha, cogía la alcachofa y la dirigía hacia la taza.
—¡Estaba hasta los bordes de papel higiénico. Eso es lo que ha pasado! —contestó ella enfurecida.
—Sí, claro. De un papel higiénico que tú has prendido con tu apestoso cigarrillo matutino.
—Si hubieras tirado de la cadena...
—Si por lo menos esperaras a fumar hasta que salieras de casa...
—Y además ahora lo has puesto todo perdido de agua —dijo ella, señalando el suelo mojado.
—Encima eso. Había que apagarlo, ¿no?
—Sí, pero sólo ardía la taza del váter, no todo el cuarto de baño.
—Quizá hubiera sido mejor que yo también me quedara en la puerta chillando histéricamente. Ahora ya estaría ardiendo la casa entera —concluyó él.
—Si no hubieses tenido la radio a todo volumen, me habrías oído cuando te he llamado la primera vez.
—Tienes piernas, haber venido a decírmelo, ya que eras incapaz de solucionarlo.
—¡Qué humareda! ¡Y qué peste! —exclamó ella.
—Es por esa mierda de tapa de plástico —aclaró él.
—Pues no será porque no te haya dicho cientos de veces que la cambiaras. Esa cosa es algo inmundo. Me da vergüenza que las visitas tengan que sentarse ahí.
—Y yo te he dicho cientos de veces a ti que si tú comprabas una de las buenas, yo la cambiaría.
—¿Y por qué tengo que ser yo quien la compre? ¿Acaso es una tarea de mujeres?
—Me parece razonable que la compres tú porque trabajas junto a unos grandes almacenes en los que las venden.
—Sí pero tú tienes más tiempo libre. Yo salgo una hora más tarde.
—Está bien, yo la compraré y tú la colocarás —sugirió él, provocativo.
—No conozco a ninguna mujer a la que su marido no le cambie la tapa de la taza del váter.
—Ni yo ningún marido al que ella no se la haya comprado.
—Estás diciendo estupideces.
—Mis palabras al menos son inofensivas. No como tus actos.
—Ya te he dicho que si hubieras tirado de la cadena nada de esto habría pasado.
—Y yo te he dicho que si no tuvieras la puta manía de fumar en ayunas, aquí no habría habido ningún fuego.
—No estaba en ayunas, me había bebido el café.
—Por cierto, no había azúcar en el azucarero.
—Yo no me pongo azúcar, no querrás que, encima de que te lo compro, me preocupe por saber si el azucarero está lleno o vacío.
—¡Mierda. Voy a llegar tarde. Y tengo una reunión con el jefe a primera hora! —se quejó él.
—Vaya, vaya. El señor importante tiene una reunión. ¿Y yo? ¿Sabes si yo tengo alguna reunión esta mañana?
—Sólo sé que yo sí tengo una y que no voy a llegar a tiempo.
—No eres el único que tiene reuniones —dijo ella, dolida.
—¿A qué viene eso ahora? —preguntó él.
—A que no te interesa para nada lo que hago.
—No empecemos con la cantinela victimista. Ya se me ha hecho bastante tarde.
—¿Se te ha hecho bastante tarde? ¿Y a mí? ¿Crees que a mí no se me ha hecho bastante tarde?
—No lo sé, dímelo tú ¿Se te ha hecho bastante tarde después de que le prendieras fuego al cuarto de baño?
—Tú has echado el combustible, no lo olvides.
—Y tú el detonante, no me jodas.
—Aquí no ha detonado nada. Sólo ha ardido.
—Muy bien marisabidilla, esta tarde echaré una instancia para que te admitan en la Real Academia de la Lengua.
—Eres tú el que siempre va presumiendo de hablar y escribir bien: "¿Sabes que en la oficina todos escriben rematadamente mal, incluso con faltas de ortografía?" ¿No es eso lo que dices?
—De acuerdo. Imploro tu perdón. He usado mal una palabra. Esta noche me flagelaré hasta que me sangre la espalda.
—Me voy.
—¿Vas a dejar el cuarto de baño así? —preguntó él con extrañeza.
—¿Cómo es así? —quiso saber ella.
—Lleno de agua por todas partes.
—Tú la has tirado.
—¡Joder, porque tú le has pegado fuego a la taza!
—Adiós —cortó ella.
—Yo también me voy —afirmó él.
—Espérate a que yo lo haya hecho. No quiero bajar contigo en el ascensor.
—Si tanto miedo te doy espérate tú, ya te he dicho que tengo prisa.
—Haberlo pensado cuando estabas llenando la taza del váter con papel higiénico.
—Si tú hubieras sabido reaccionar a tiempo ya estaríamos los dos en la calle haría rato.
—Si no fueras tan comodón y nuevo rico nos habríamos comprado un piso mayor en el extrarradio, en lugar de habernos empeñado hasta las cejas para poder pagar esta caja de zapatos en una umbría calle del barrio más ruidoso de la ciudad.
—¿A mí me llamas comodón y nuevo rico? Pero si tú lo que querías era comprarte una infame casita adosada a mil kilómetros de aquí, y luego habríamos necesitado dos coches para poder llegar hasta el trabajo, porque en esas urbanizaciones no hay un puto transporte público.
—Las tres cosas juntas nos habrían costado menos que este pisito de juguete.
—Sí, claro. Y tendríamos que emplear dos horas para ir y volver, y habría que buscar aparcamiento al llegar a la ciudad, y necesitaríamos recorrer diez kilómetros para comprar un paquete de sal, y veinte para ir al cine o a cenar.
—Oh sí. Ahora lo tenemos todo a la vuelta de la esquina, pero resulta que nunca vamos a cenar, ni al cine, ni a tomar una copa, ni al teatro, ni a una discoteca...
—Pero si tú odias las discotecas —la interrumpió él.
—Eso lo dirás tú. Lo que pasa es que, como sé que a ti no te gustan, nunca te propongo ir —le corrigió ella.
—Eso no es verdad. Cuando tenía veinte años me pasaba las noches bailando —argumentó él.
—Pues se te agotarían las pilas, porque ahora no hay quien te mueva. Aunque la verdad es que tal vez sea mejor que no vayamos, los dioses del ritmo no te han concedido su gracia —dijo ella con ironía.
—Bueno, al menos no soy una masa grasienta y con pretensiones tambaleándome ridículamente sobre una pista de baile —protestó él, visiblemente enfadado.
—¿Me estás echando en cara que estoy gorda?
—No estoy echándote nada en cara, estoy constatando un hecho.
—Si tengo algún kilo de más es porque tomo la píldora, ya que al señor no le gusta follar con condón.
—Y aunque me gustara: no lo hacemos nunca.
—Porque siempre vienes a la cama tardísimo.
—Pero si tú ya roncas antes de poner la cabeza en la almohada.
—Trabajo mucho y estoy cansada, pero hay otros momentos para hacerlo.
—¿Las doce del mediodía? "Oiga jefe, voy a salir un par de horas, tengo que echar un polvo con mi mujer".
—Están los sábados, los domingos.
—Pero si los fines de semana sólo piensas en salir fuera, en estar con unos y otros.
—Es que si no es muy aburrido.
—¿Yo soy un aburrido?
—No he dicho que tú lo seas, todo lo tergiversas.
—Mujer, me parece que no es difícil completar el silogismo: Los fines de semana si estoy sola contigo me aburro. ¿Qué lógica conclusión sacarías tú?
—Me marcho, ya se me ha hecho demasiado tarde hablando de tonterías.
—¿Hablar de nuestro matrimonio es hablar de tonterías? —preguntó él, desafiante.
—No contestaré si no es en presencia de mi abogado —dijo ella, impostando la voz.
—¿Me estás proponiendo el divorcio?
—Estaba bromeando, pero ya que lo has insinuado...
—Yo no he insinuado nada, pero ya que tú lo propones...
—No me cabrees que te tomo la palabra.
—Se te acabó el tomar nada de mí.
—Pues lo tienes claro conmigo.
—Esta noche no me esperes, no vendré.
—Entonces se quedará la casa vacía, porque yo tampoco pienso venir.
—Puedes coger el ascensor, yo bajaré por las escaleras.
—Tanta amabilidad me confunde.
—Yo soy así, pero tú nunca te has dado cuenta.
—Porque lo eres con todo el mundo menos conmigo.
Él abrió la puerta y ella salió al rellano. Él salió detrás, cerró con llave y empezó a correr escaleras abajo mientras ella esperaba el ascensor. Se cruzaron en el portal por última vez. No se despidieron, ni siquiera se miraron.


Sus abogados acordaron que lo mejor era vender el piso y repartirse el importe, al fin y al cabo se trataba de un divorcio civilizado y lo adecuado era hacer las cosas de la forma más sensata y conveniente.
Lo compró una pareja de novios. Los jóvenes acudieron al despacho del notario cogidos de la mano y no dejaron de mirarse a los ojos mientras el fedatario leía la escritura. Los vendedores contemplaron con envidia aquellas demostraciones de cariño, las mismas que se habían prodigado ellos el día que habían comprado aquel piso a una pareja de treintañeros divorciados. Pero también sintieron compasión, y un poco de desasosiego por no confesarles que aquella casa estaba encantada y que, al cabo de unos pocos años de vivir en ella, provocaba peleas y separaciones.

lunes, 14 de abril de 2008

Artículo. Carme Chacón: capitán, mande firmes

Mucho se ha discutido sobre si la transición española ha sido un modelo o un fiasco. Seguramente, como suele ocurrir en cualquier tarea humana, habrá habido de todo.
En la parte negativa hay muchas cosas que apuntar: el mantenimiento de la estructura caciquil en el medio rural, gracias a la cual la derecha y los nacionalismos (que también son siempre de derechas) siguen cosechando tantos votos; la excesiva influencia de la iglesia, envalentonada ante la falta de energía para ponerla en su sitio (que es el de las creencias y no el de la política) y para limitarle unas ayudas que no merece, habida cuenta del uso tan poco cristiano que les dan; o un sistema educativo que no ha sabido (o no ha querido, que los hay muy mal pensados) buscar el desarrollo de la inteligencia sino que se ha limitado a la mera y escasa transferencia de conocimientos, verdades absolutas variables en función del gobierno central o autonómico de turno, que impiden un progreso real de las personas, al someter a los alumnos al vaivén de las leyes y al escaso enriquecimiento de su capacidad de discernir entre los valores humanos y las supercherías míticas que tanta ideología y cambio provocan.
Pero también se han hecho cosas buenas y, entre ellas, y no sólo por lo reciente de la noticia, está, sin duda, el nombramiento de Carme Chacón como Ministra de Defensa y su espléndida toma de posesión. Su discurso serio y comprometido, terminado con una frase que pocos de los que están en el ejército (o estuvimos en él cuando hicimos el servicio militar) podían esperar oír de labios de una mujer en un acto oficial: "capitán, mande firmes". Esta frase merece pasar a libros y vídeos como uno de los hitos de nuestra historia contemporánea. Al igual que las imágenes de la flamante ministra, pasando revista a las tropas con su perfil embarazado.
Ignoro si la intención del Presidente del Gobierno ha sido buscar un icono que simbolice la modernidad y la igualdad, esas que todavía no hemos alcanzado, pero que no cabe duda de que con decisiones como la de nombrar a Carme Chacón como Ministra de Defensa, están un poquito más cerca. En mi opinión, puede influir más su capacidad de mando sobre los militares que toda una serie de leyes en favor de la igualdad y en contra de la violencia machista que, hasta la fecha, se han mostrado más perjudiciales que beneficiosas.

sábado, 12 de abril de 2008

Artículo. Yo y mi hermano, contra el extranjero


Los occidentales solemos considerar exótico todo aquello que no forma parte de la tradición occidental y, sin embargo, los proverbios llamados exóticos suelen acertar con lo que nos pasa aquí casi tanto o más que los nuestros, quizá porque eso del exotismo es algo muy relativo que solemos usar para calificar aquello de los que nos sentimos muy lejanos, pero que a menudo está más próximo de lo que suponemos.
En fin, sirva lo que antecede de introducción a un proverbio beduino que siempre funciona en general, pero que es muy aplicable estos días a Catalunya y sus problemas con el agua en particular. Dice el proverbio: yo y mi hermano, contra el extranjero; yo solo, contra mi hermano.
Yo, que soy catalán, recuerdo las manifestaciones que se celebraron en Barcelona cuando el Partido Popular quería ejecutar al Ebro con su trasvase o ejecutar el trasvase del Ebro, que mi memoria es flaca y no recuerdo bien contra cuál de las dos cosas se protestaba, pero da igual, lo que me importa resaltar es que se protestaba con unanimidad y, más de una vez, en la propia ciudad de Barcelona, por ser la ciudad más importante, y con discurso de un conocido actor independentista al final; esa era la parte del yo y mi hermano, contra el extranjero. Felizmente (en mi opinión) aquella obra no pasó de ser un proyecto político y el río Ebro sigue llegando al mar, con más o menos esfuerzo según la época y las lluvias.
Pero ahora nos encontramos en una situación distinta: donde es posible que se necesite agua es en la ciudad de Barcelona y se están discutiendo distintas alternativas para abastecerla. Ya digo que no es más que una posibilidad, pero todos aquellos que piensan que el agua va a ser tomada de algún lugar cercano a su pueblo o a su comarca han empezado a protestar y aquellos que piensan que enviar agua a Barcelona les va a perjudicar o simplemente no les va a beneficiar, también; ya estamos en la parte del yo solo, contra mi hermano.
Y he escrito discutiendo alternativas y no estudiándolas, porque las voces que se oyen y las plumas que se leen no suelen ser de ingenieros hidráulicos o similares, sino de regantes, ecologistas, políticos, columnistas y demás opinantes de vocación: unos abogan por llevar a Barcelona el agua del Segre, otros la del Ródano, otros la del Ebro; están los que prefieren las plantas desalinizadoras, quienes apuestan por los barcos y quienes por los trenes; y frente a ellos los que opinan lo contrario de lo que sea. De todos, pocos lo hacen con conocimiento de causa aunque, eso sí, cuantos se pretenden afectados se adjudican enseguida el papel de ofendidos, pero parecen dispuestos a olvidar la ofensa y a ceder su agua siempre que el precio les convenza.

Qué pocos días han pasado desde las últimas elecciones generales, en cuya campaña tantas veces oímos hablar a unos y otros de defender Catalunya, esa comunidad que se suponía cohesionada y que parecía tener unos intereses comunes y unos habitantes unidos en la defensa de lo suyo frente al enemigo exterior… qué poquito ha bastado para que tanta unidad se haya resquebrajado. La solidaridad se ha evaporado en cuanto ha aparecido un elemento de desencuentro interior.
Recuerdo un muy viejo chiste en el que un hombre quería afiliarse al partido comunista porque le gustaba su ideario. Para ser admitido tenía que demostrar su idoneidad contestando una serie de preguntas, que en su caso de desarrollaban así:
─ ¿Qué harías si tuvieras doscientas mil hectáreas de tierra?
─ Regalaría la mitad al partido, camarada.
─ ¿Y si tuvieras treinta millones de pesetas?
─ Regalaría la mitad al partido, camarada.
─ ¿Y si tuvieras un coche?
─ Lo pondría a disposición del partido, camarada.
─ ¿Y si tuvieras bicicleta?
─ ¡Ep! Cuidado, que bicicleta tengo.

Y es que es bonita la solidaridad con las cosas de los otros.