domingo, 21 de octubre de 2012

Wert, Shyamalan y la política de la ignorancia.

El ministro Wert desata pasiones en su contra, y desde luego motivos no faltan: aumenta el número de estudiantes por aula y dice que en realidad lo que hace es flexibilizar su número, suprime el contenido de Asignatura para la Ciudadanía, sube el IVA de muchos productos culturales al 21%, rebaja los presupuestos para investigación mientras sube las tasas universitarias, dice que quiere españolizar a los niños catalanes, despide a todas las voces plurales de la Televisión hasta convertirla en la segunda cadena de Intereconomía...
La lista es larga y sería prolijo enumerarla aquí: muchos la conocemos y todos la notamos o notaremos en los próximos años, y por supuesto no será para bien de la sociedad española, o, como decía un antiguo ministro del mismo color: no será en bien del interés general.
Eso lo sabemos todos, Wert incluido, y no debería sorprendernos como parece que sorprende a muchos periodistas y opinantes contrarios a dicha bárbara política de destrucción sistemática de la cultura y de la preparación profesional y humana de las nuevas generaciones. Algunos de ellos dan argumentos para demostrar que por este camino no vamos hacia el progreso del país, como si pensaran que Wert es un inepto que está haciendo las cosas mal como si no supiera hacerlas mejor y que con los argumentos que se le dan verá la luz, caerá del caballo y cambiará de política.
Tal vez se pueda ser más ingenuo, pero no mucho más, porque la política de Wert, que no es otra que la política general del gobierno de Mariano Rajoy, está perfectamente diseñada para construir un país partido por la mitad dentro de una Europa también partida por la mitad.
Es decir, la España poderosa y la España que sirve a los poderosos; la Europa poderosa y la Europa que sirve a los poderosos. Ya he escrito en alguna otra ocasión que los poderosos se han cansado de que los mecánicos conduzcan los mismo coches que ellos o que los hijos de unos y otros utilicen los mismos gadgets electrónicos. Eso lo consideran propio de regímenes comunistas, porque el orden natural de las cosas no es ese: unos han nacido para ricos y los otros no, así son las cosas.
Y para que ellos siga siendo así, tienen a la Iglesia, que sigue sembrando miedo y prohibiciones para que el rebaño siga en su redil sin rechistar; tienen a la monarquía, para que recordemos que la cuna sigue siendo un factor fundamental de diferenciación entre los hombres; y tienen al gobierno del Partido Popular, al que hemos votado las propias ovejas, porque nos habían dicho que solo ellos nos iban a defender del lobo, cuando lo único que hacen es utilizarlo para darnos miedo, mientras nos dejan encerrados bajo la vigilancia de pastores como Wert, que tiene como misión impedir que desarrollemos nuestra capacidad intelectual, para evitar así que conozcamos el engaño y nos rebelemos: si no conocemos el mundo exterior, haremos caso a los únicos predicadores que nos permiten escuchar, aquellos que nos dicen cómo hemos de ser en lugar de darnos las herramientas para ser como queramos.
Wert no es el único, claro (el Ministro del Interior quiere impedir que veamos a los policías pegar brutalmente a los ciudadanos a los que deberían servir), pero es aquel en el que recae la tarea de mantener a los súbditos en la ignorancia, que es una de las bases sobre las que se asientan los gobiernos no democráticos, que alcanzan el poder gracias a unas elecciones y que, para mantenerse en él, necesitan que nadie se cuestione lo que hacen.

Hace unos años, el irregular pero siempre interesante director M. Night Shyamalan rodó una película titulada The Village (En España se llamó El bosque) en la que narraba la historia de una pequeña comunidad sumida en la ignorancia de todo aquello que sucedía fuera de sus fronteras. La clase dirigente les decía que fuera todo era malo y peligroso, y sus súbditos, que no conocían más que lo que ellos les permitían, lo aceptaban como cierto. Los transgresores eran castigados, porque los dirigentes no podían permitir que se supiera la verdad.
Es una película de 2004, un tanto premonitoria y muy interesante para los tiempos que corren: The village

No hay comentarios: