viernes, 22 de junio de 2012

Tal como éramos... ¿volveremos a serlo?

Hay actualmente en el MACBA (Museo de Arte Contemporáneo de Barcelona) una exposición de fotografías del Centre Internacional de Fotografía de Barcelona (1978-1983). Las fotografías que se exponen corresponden a esos cinco años de existencia (efímera) del centro. Para situarnos:
  • En 1975 muere Franco
  • En 1977 se celebran las primeras elecciones democráticas tras el franquismo
  • En 1978 se promulga la Constitución
  • En 1982 el PSOE gana las elecciones con mayoría absoluta y Felipe González llega al poder. Desde entonces han pasado 30 años.

Quiere la casualidad que, en otra sala, haya también fotografías de la Barcelona de los años 30 del siglo pasado y, comparando ambas exposiciones, resulta evidente que se podrían intercambiar algunas fotografías sin que se notara el error, porque la Barcelona de finales de los 70 no era muy distinta a la de los años 30. 
Es cierto que la exposición se centra en los ambientes más sórdidos de la ciudad, pero a partir de los Juegos Olímpicos de Barcelona (por poner una fecha emblemática y significativa), el cambio urbano y vital fue tal que resultaba muy difícil encontrar los personajes y ambientes que habían existido apenas quince años atrás... al menos era difícil encontrarlos hasta ahora, y ya veremos dentro de unos pocos años más de eso que llaman crisis, y que solo lo es para algunos.

Las fotografías nos muestran prostitutas mayores, de cuerpos fláccidos y arrugados, y sus habitaciones deprimentes, desconchadas y viejas; boxeadores y luchadores que no parecen deportistas aficionados sino hombres sin recursos que parecen no haber tenido otro remedio para subsistir que dedicarse a pegarse con otros iguales a ellos; ludópatas y frustrados aspirantes a ricos apostando en las carreras de galgos de la Meridiana; calles estrechas, oscuras y viejas, cuyo mal olor casi asalta la nariz del visitante, que albergan antiguas tiendas de lo que sea, regentadas por sus viejos propietarios, que venden a mujeres vestidas como si estuvieran de luto y con la misma expresión de duelo en la cara; un Montjuïc sucio y abandonado, etc.

En fin, es el retrato de lo que era Barcelona tras cuarenta años de franquismo, durante los cuales la protección social no existía y la gente subsistía a duras penas, a pesar de lo que algunos interesados en defender aquel régimen opinen ahora. Hubo que esperar a la llegada de Felipe González al poder para que en España hubiera pensiones dignas, una sanidad universal y una educación pública decente. Para que el urbanismo sirviera para hacer más habitables las ciudades y para que la alegría volviera a verse en las caras de los españoles.
Grandes logros que no supusieron (comprueben números donde quieran) un incremento de la deuda española, sino que aprovecharon el incremento de la riqueza del país, gracias al crecimiento del producto interior bruto. 
Y sin embargo ahora, parece que todo esto ha sido considerado un lujo y un disparate de nuevos ricos por quienes, estando en la cima, no quieren ver cómo se les acercan quienes están abajo. Su excusa, ya la sabemos, es que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades; la realidad es que ha habido corrupción, mala gestión e intención de hacer daño, ya que s ha buscado la riqueza de los fuertes sabiendo que ello perjudicaba la existencia de los débiles.
Si en los años 20 del siglo pasado podía distinguirse con facilidad quién era amo y quién trabajador solo con fijarse en el atuendo de cada uno, hoy la clase dominante se ha empeñado en que las cosas vuelvan a ser así. No quieren a obreros conduciendo coches de alta gama ni comiendo en los mismos restaurantes que ellos ni viajando a su lado en los aviones; de lo contrario ¿cuál iba a ser la diferencia entre unos y otros?
¿O es que acaso habíamos pensado, nosotros (pobres votantes) también, que la historia había terminado y que todos nos habíamos convertido en capitalistas porque poseíamos un piso y unas cuántas acciones de empresas de gran renombre que ahora no valen nada?

lunes, 18 de junio de 2012

Del Made in China al Made in Spain

Tengo para mí que todo lo que está sucediendo en la economía mundial tiene un objetivo claro: pasar del Made in China al Made in Spain.


Me explico.


Hasta ahora, los chinos producían muy barato según nuestro nivel de vida. El motivo está bastante claro: los trabajadores chinos cobraban muy poco y no tenían ningún derecho que les permitiera reivindicar mejoras, mientras que nosotros habíamos alcanzado un poder adquisitivo muy superior.
Sin embargo, poco a poco las cosas cambian. Los chinos han empezado a prosperar, igual como prosperamos en España en tiempos de Franco, durante los que pasamos de la miseria autárquica de los años cuarenta al esplendor desarrollista de los sesenta aún viviendo bajo una dictadura.


Parafraseando aquel famoso enunciado de la física que decía que la energía ni se crea ni se destruye, unicamente se transforma, podemos decir sin temor a equivocarnos que la riqueza de los trabajadores ni aumenta ni disminuye, unicamente se traslada de un lugar a otro.

  • Pronto, algún avispado empresario chino (si es que no lo ha hecho ya) se dará cuenta de que puede montar una fábrica en España, ofrecer puestos de trabajo con salarios de miseria y ver la cola de solicitantes que se formará ante su puerta.
  • Un tiempo después, los niños españoles, desmotivados por las malas condiciones de la educación española (clases masivas, contenidos inútiles, sistema nefasto) y necesitados por la precariedad de la situación económica familiar, se verán obligados a trabajar a los doce años.
  • Tal vez dentro de veinte años, los chinos organicen boicots contra alguna multinacional del deporte que emplee niños españoles para coser las pelotas de fútbol, con la que se jugará la mejor liga del mundo, que será la de su país.


lunes, 11 de junio de 2012

Sale el espectro. La declaración de Rajoy y la resurrección del sistema financiero.

Sale el espectro es el título en español de una gran novela (Exit Ghost) de Philip Roth, recientemente galardonado con el premio Príncipe de Asturias. En ella, un hombre ya mayor abandona su retiro en el campo para resolver unos asuntos en New York. Allí tendrá su particular epifanía de lo que es la vejez: al cáncer de próstata que ya arrastra se le unirá un (obvio) fracaso de relación con una chica mucho más joven que él y el reencuentro con una mujer de su edad a la que llevaba tiempo sin ver y que le servirá de espejo en el que contemplar su propia decrepitud.

Ayer, domingo, Mariano Rajoy, sin duda influenciado por el cada vez mayor poder de la iglesia católica española, creyó que el domingo era de gloria y no de pasión y se sintió elegido para comunicarnos la buena nueva de la resurrección del sistema financiero español (olvidando el posterior ascenso a los cielos de la prima de riesgo tras la resurrección).
Sin espejo en el que mirarse, se dedicó a contarnos una historia digna de los cuentos de hadas más edulcorados, sin darse cuenta de cuál era la imagen que proyectaba, que era, precisamente, la de un engreído contador de cuentos que se cree por encima de la audiencia y no la de el estadista que imagina ser.
¿De verdad imagina que lo es? Francamente, preferiría que fuera un sinvergüenza caradura capaz de mentir impunemente que un psicópata o un ignorante incapaz de distinguir el bien del mal, la sabiduría de la estupidez.
Su discurso, evidentemente dirigido a un público infantil (tal vez por el horario de la comparecencia), no fue, sin embargo, del agrado de los adultos, como tampoco lo ha sido su proceder desde que llegó al poder, votado por la mayoría, como tantos gobernantes lo han sido y han llevado a su país a la ruina, a la guerra o a ambas cosas.







Esto es, por ejemplo, lo que opina el New York Times de nuestro gran estadista: New York Times




Después del discurso, como niño aplicado que ha hecho sus deberes, el estadista se premió a sí mismo con un caprichito: ir a ver el partido de la selección española de fútbol. ¿Al estadio de la esquina? No, a Polonia. Claro que él, en su línea, nos lo ofreció como un sacrificio que hacía: seis horas de avión para un par de horas allá. Todo por España.
Ya lo vimos. Lo vimos exultante cuando España consiguió el gol del empate, junto a un tipo más joven y bastante alto que llevaba una bufanda con los colores de la bandera y que estaba acompañado de una mujer delgadita que ponía caritas y mohínes cada vez que las cosas salían bien o salían mal. Todos ellos como si nada hubiera pasado, como si España no estuviera en apuros y no fuera un digno detalle ahorrarse el dinero de estos viajes (¿cuánto nos costó?) y ver el partido en la tele. Claro que a lo mejor estaban siguiendo el ejemplo de nuestro jefe de Estado, que también considera que viajar por ahí es lo mejor para solucionar los problemas de España. Sí, ya sé, ellos no fueron a cazar elefantes, pero los detalles son los detalles.


Pero no se pueden pedir peras al olmo, ni sensatez al insensato, ni honradez al corrupto, ni clarividencia al corto de miras, ni ni ni ni

miércoles, 6 de junio de 2012

Dívar, los bancos y el dinero de Alemania


No sé si Alemania va a acabar poniendo dinero para salvar nuestros bancos mal gestionados, todo dependerá de si les sale más barato hacerlo que no hacerlo, pero yo, si fuera ellos, procuraría de todas todas tener bien controlados a los organismos o bancos a los que se lo prestara, no vaya a ser que les den dinero y dentro de poco nos encontremos con nuevos agujeros negros en los que desaparezca, no ya sin que nadie asuma responsabilidades por voluntad propia (solo faltaría, un chorizo lo es porque actúa como tal) sino sin que el Estado persiga a los responsables para encerrarlos hasta que devuelvan el dinero... y treinta años más después de haberlo devuelto, que ya hay algún listillo que quiere quedar libre si lo devuelve (aunque éste no fundía bancos).

Tal vez es porque la justicia española está más ocupada posicionándose en favor o en contra de Carlos Dívar, ese hombre de rodilla pronta ante un reclinatorio y culo presto ante una mesa de un buen restaurante y una cama de un hotel de lujo. Estando tan ocupado como está, ¿cómo va a preocuparse de los delitos que se producen en su país?



Aquí no solo no dimite nadie, sino que quien sabe no quiere hablar ni que se investigue: Fernández Ordóñez, el Gobernador del Banco de España, dice que contar todo lo que sabe sería una irresponsabilidad. Francesc Homs, portavoz del Gobierno catalán, dice que no pedirá más información sobre el presunto caso de corrupción de un diputado y ex alcalde de su partido (Convergència) que ha podido costar más de dos millones de euros a la Sanidad catalana (sí, esa que tanto han recortado) porque dice que ya lee el País. Y no digamos el propio Dívar, que se escuda en una norma interna de 1996 para no desvelar qué hacía en esos restaurantes y hoteles ni con quién (además del numeroso séquito de escoltas que lo acompañaba).
¿Han olvidado que son servidores públicos y que se deben a quienes les han encargado la tarea que han de llevar a cabo? ¿Quién merece saber qué es lo que pasa sino la gente a la que deberían servir? ¿Fernández Ordóñez nos considera inmaduros infantiles que no aguantaríamos lo que tuviera que decir o acaso teme que fuéramos a por él y los que oculta? ¿No tenemos derecho a saber si un alcalde se apropió de más de dos millones de euros que eran nuestros? ¿Tampoco nos hemos ganado el derecho a conocer qué grandes delitos investigaba y con quién nuestra máxima autoridad judicial y, de paso, el cargo público mejor pagado de España?

Por cierto, ¿recuerdan que Christian Wulff, Presidente de Alemania, dimitió hace poco acusado de haber aceptado un crédito en condiciones muy ventajosas? ¿Cuántos políticos quedarían aquí si tuvieran que dimitir por haberse aprovechado de su cargo para obtener algún favorcillo?

La diferencia con Alemania es tal, que debo despedirme agradeciéndoles de antemano que nos ayuden en todo lo que puedan (con dinero, con trabajo para los que aquí no lo encuentran), pero también dándoles un consejo: alemanes, andad con cuidado, no sabéis con quién os las habéis.


viernes, 1 de junio de 2012

Vicens Vives. Lo que nos enseña la historia: de Fernando VII a Bankia


Es en tiempos convulsos como los que vivimos cuando más necesario es conocer la historia, para saber cómo hemos llegado hasta aquí, conocer qué es lo que hicimos mal y tratar de enmendarlo de cara al futuro, si podemos, o al menos entender lo que pasa y verlas venir, que no es poco.
Los libros de historia (no incluyo en ellos a los panfletos de pseudohistoria) no suelen estar en las listas de los más vendidos, lo cual se debe, según mi parecer, a dos razones: la falta de interés de la mayoría de los ciudadanos, trabajada a conciencia a base de desinformación y malos sistemas de enseñanza (¿malintencionados?), y la proliferación de malos libros de historia, que en ocasiones sería más adecuado incluir dentro del apartado de sensacionalismo que de la materia que les es propia.

Sin embargo, de vez en cuando, aparecen libros interesantes y, en muy raras ocasiones, auténticas joyas. Acantilado acaba de publicar una que, ahí es nada, está escrita hace más de cincuenta años, en pleno franquismo, por uno de los grandes maestros de la historiografía española, Jaume Vicens Vives, cuya prematura muerte a los 50 años (en 1960), nos privó de más trabajos como este que ahora se publica en español por primera vez.
 
En 200 páginas, Vicens nos cuenta 150 años de la historia de España; unos años, además, muy agitados, pero no por ello se trata de un libro superficial de divulgación, al contrario, la capacidad de síntesis de Vicens Vives le permite profundizar con maestría en ese período de la historia de España y consigue que la entendamos de manera clara, sin que abandone en ningún momento el análisis riguroso.
 
Y nada mejor que acudir a sus propias palabras, puesto que es (casi) imposible decir más y mejor con tan pocas. El libro empieza así: "La vida en España, al igual que en Europa, se vio afectada, entre 1815 y 1870, por un hecho político fundamental (el fracaso del Antiguo Régimen y la expansión de la ideología liberal), un fenómeno económico general (la difusión del maquinismo y la organización industrial moderna), y una subversión cultural del espíritu (el Romanticismo). La evolución original de la historia española se debe, precisamente, a la influencia de esta triple corriente, así como a las reacciones aque suscitó en un ambiente social mayoritariamente agrícola, de un nivel técnico bastante bajo, y falto de capitales importantes; por otra parte, el fondo ideológico de este medio estaba dominado por una concepción gloriosa y heroica del país, que era resultado de la tradición católica.. Y del recuerdo de la odisea americana".  Páginas 49-50.
Eh ahí un profundo análisis de casi un siglo de la historia de España en menos de una página. El punto en el que estábamos y el camino que íbamos a recorrer estaba condicionado por lo que Vicens indica con tanta claridad. En otros países las cosas cambiaron mucho durante el siglo XIX, pero en España, que arrastraba pesados lastres, no. Los bienes eclesiásticos pasaron a manos laicas, sí, pero siguieron concentrados en unas pocas manos (las únicas que pudieron comprar en la desamortización), los españoles gritaron "Vivan las caenas" cuando se asustaron de lo nuevo, siguieron dejando que la iglesia rigiera sus pensamientos y se acostumbraron a que los militares decidieran los cambios de rumbo político mientras el país seguía atrasado, la gente ignorante y pobre y los terratenientes aumentaban su poder junto a algún industrial advenedizo.
 
 
Unas cuántas páginas después, casi cien años más tarde, Vicens nos dice: "tras la guerra (se refiera a la Primera Guerra Mundial), una vez se hubo restablecido poco a poco una situación económica normal, se vio claramente el carácter ilusorio de esta prosperidad (se refiere a la española, mientras duró la guerra), puesto que, en general, no se la había aprovechado ni para modernizar la industria ni para buscar una solución satisfactoria al problema agrario. En pocas palabras, los beneficios de la guerra permitieron crearse algunas fortunas, sin aportar a la nación el bienestar que cabía esperar del esfuerzo realizado durante este período. Página 178.
 
Una vez más nos encontramos ante una ocasión perdida: poco o nada había cambiado y, en este sentido, resulta demoledor el último párrafo (resaltado por mí en negrita), que es el sino de nuestro país, tan individualista, tan poco dado al bien público, siempre a merced del avispado que sabe sacar los cuartos a los demás, solo en beneficio propio. La sociedad (¿qué es la sociedad en España?) no existe, nunca ha existido. Muchos alardean de patriotismo, de su amor a España. Pero España no existe, España es solo una multitud de individuos que, cuanto más patriotas se declaran, menos les interesa el bien común de su país.
 
Y lo que vino después de la Primera Guerra Mundial no nos mejoró, ya lo sabemos: nuevas intervenciones militares, nuevas idas y venidas de reyes, la iglesia siempre omnipresente, forjando la forma de ser de los españoles a través de siglos de una doctrina oscurantista que solo produce ignorantes, tan dados a prohibir lo que no nos gusta, a despreciar lo que ignoramos (Machado) y a atacar a muerte al que se atreve a pensar o actuar de esa forma que no nos gusta y despreciamos.
 
Todo esta amalgama de miedo a la libertad, a lo nuevo, a perder los privilegios llevó a un golpe de Estado que dio paso a una guerra civil cuando fracasó. Los republicanos (el Estado legítimo, no se olvide) no fueron capaces de de unirse, organizarse ni conseguir apoyos de forma suficiente para combatir a los rebeldes, acabaron perdiendo la guerra y con ello cualquier conquista social que se hubiera obtenido con tanto sacrificio. El franquismo acabó de un plumazo con lo conseguido y nos retrotrajo a épocas próximas a la inquisición y la monarquía autoritaria e ignorante de  Fernando VII.
 
Estamos en 2012 y podemos coger el libro de Vicens, abrirlo al azar y leer cualquier párrafo que nos hará ver qué poco ha cambiado todo en este país desde 1814 (desde mucho antes, de hecho): la iglesia, que conserva todos sus privilegios, sigue imponiendo su manera de pensar, que es la que les interesa a aquellos terratenientes que, sin dejar de serlo, han sabido diversificar sus negocios y siguen siendo el poder. Seguimos gritando ¡Vivan las caenas! cuando votamos opciones que nos perjudican claramente pero que son próximas a esta cobertura ideológica que nos impide ver más allá de nuestra propia oscuridad. Seguimos sin saber qué es la sociedad, qué es lo público. Seguimos ignorando que hay que pedir responsabilidades a quienes gestionan un patrimonio que no es suyo, ya sea políticos o banqueros. Seguimos riendo las gracias a los personajillos que se enriquecen a nuestra costa pero quedan resultones en la televisión.

Seguimos siendo valleinclanescos.
¿No es esperpéntico lo sucedido en Bankia? Miles de millones de euros mal empleados vamos a tener que pagarlos todos los españoles mientras a quienes gestionaron aquel conglomerado de banocs y cajas no se les exige ninguna responsabilidad.
¿No es esperpéntico que Carlos Dívar, nada menos que el Presidente del Tribunal Supremo, diga que tiene la conciencia tranquila y no va a dimitir, mientras se niega a dar explicaciones de para qué eran los viajes que pagó con dinero público?
¿No es esperpéntico que el ministro de justicia diga que con este suceso Carlos Dívar sale fortalecido? Claro que es el mismo ministro que quiere dar negocio a los notarios a base de permitirles firmar divorcios, que quiere prohibir (¡cómo les gusta prohibir!) el aborto o hacernos pagar por usar un bien del estado como la justicia.
¿No es esperpéntico Mariano Rajoy, un presidente del gobierno que huye por el aparcamiento para no tener que dar explicaciones a los periodistas de sus continuos bandazos e incumplimientos de programa?
¿No es esperpéntico negar asistencia sanitaria a personas por el hecho de no tener los papeles en regla?
¿No es esperpéntico adoptar medidas para luchar contra el paro que provocan más paro?
¿No es esperpéntico dejar de invertir en investigación y educación, las dos únicas maneras de recobrar posiciones en el mundo, mientras se mantiene el presupuesto de la iglesia y el ejército?




En fin, Vicens Vives ya no está con nosotros, pero su obra sí (como la de otros historiadores igual de interesantes) y es a través de ella que seremos capaces de comprender y mejorar, de lo contrario nos seguirán engañando cuantas veces quieran.