lunes, 17 de marzo de 2014

¿Por qué Artur Mas no quiere la independencia?

1)

Artur Mas no quiere la independencia porque a los grandes empresarios, directivos y familias dominantes de Cataluña en general, que son a los que Convergència i Unió representa, no les conviene, ya que económicamente les resultaría un desastre. Sus intereses están centrados en el mercado del resto de España y de la Unión Europea, y las relaciones con ellas tendrían un futuro poco halagüeño si se produjera una secesión, en especial si no fuera de mutuo acuerdo, que parece el caso más probable.
 Es pública la posición contraria a la independencia de Fainé (la Caixa) y Lara (Planeta), así como de Rossell (presidente de la patronal española), personajes sin duda representativos de lo que opina la clase dominante.


2)
Artur Mas no quiere pasar a la historia como el héroe que consiguió la independencia de Cataluña sino como el mártir al que no le permitieron que la consiguiera. Es decir, su objetivo real es perder la contienda que ha planteado.
Puede parecer una aspiración extraña, pero no lo es tanto si consideramos que el victimismo ha sido y es el eje vertebrador de la política nacionalista catalana, cuyo símbolo más evidente es la Diada, que rememora una derrota y no una victoria.
Esto sucede porque en las derrotas la población se une frente a un enemigo externo y eso crea un fuerte vínculo que es fácil de manipular por los dirigentes.
Así, la derecha catalana se asegura cualquier política que lleve a cabo siempre que pueda responsabilizar a Madrid de todas las medidas impopulares que tome.

3)
Jordi Pujol fue un líder todopoderoso que se desprendió de quienes pudieran hacerle sombra (Cullell, Roca, Trías…) y acabó nombrando como sucesor a Artur Mas, un político mediocre destinado a continuar su obra sin cuestionársela demasiado.
Pero tan bajo era el nivel del escogido que, pese a que tenía todo el engranaje de clientelismo de Convergència dominando el país, le costó tres elecciones llegar al poder.
Para cuando Artur Mas fue investido presidente, Cataluña estaba sumida en una crisis de la que había que salir con el mínimo daño para esos empresarios y familias a los que CiU representa.
Así pues, Mas aplicó una política de recortes que ha afectado en gran manera a la clase media, motor del consumo, cuya merma de poder adquisitivo ha acabado hundiendo a un gran número de botiguers, ese sector tan caro a Jordi Pujol y que tanto protegió por su concepto mítico de Cataluña: un país medieval formado por artesanos, comerciantes y payeses bajo la protección de los grandes condes.
Si a ello añadimos que, según un informe citado por La Vanguardia (3 de Marzo de 2014), actualmente un 33% de los hogares catalanes pueden considerarse pobres, nos encontramos con que, salvo el gran capital, Convergència i Unió se ha quedado sin soporte, es decir, sin los votantes necesarios para mantenerse en el poder.

Esta pérdida de apoyo quedó ya demostrada en las tácticamente mal planteadas elecciones de 2012, en las que Convergència i Unió perdió más del 20% de los escaños que tenía.
Mas demostró de nuevo que era un mal político, llevando a la coalición que preside a una situación muy delicada, a la que quiso hacer frente con una huida hacia adelante, que fue la convocatoria del referéndum para la independencia como punto único de su política visible a partir de entonces, su particular MacgGffin, con el que distrae la atención del espectador mientras él sigue con la auténtica trama: la del expolio de las clases trabajadoras en favor de las grandes fortunas.

4)
En mi opinión, lo que sucederá es lo siguiente: no habrá referéndum para la independencia de Cataluña, habrá unas elecciones de las llamadas plebiscitarias que solo servirán para que Convergència i Unió pueda mantenerse cuatro años más en el poder, mientras ERC le otorga credibilidad ideológica con esa aureola de infalibilidad papal que le confiere el hecho de no mojarse nunca por nada. Con ello tendrán apaciguadas a la clase media y baja, los unos a la derecha y los otros a la izquierda.
Poco a poco la situación económica irá mejorando, en el sentido de que el paro descenderá, aunque sea a costa de aceptar trabajos mal remunerados, y el consumo (de bienes de poca calidad y bajo precio) irá creciendo, calmándose así la situación y asegurando la paz social sin tener que recurrir al mito del paraíso independiente como zanahoria a la que perseguir.
El movimiento independentista se congelará, listo para ser usado de nuevo en el futuro. Para cuando llegue 2018, la Vía catalana y el 9 de noviembre serán nuevos iconos incorporados al imaginario colectivo, aptos para su consumo en nuevas situaciones de crisis.


martes, 4 de marzo de 2014

Her. Una película aburrida cargada de buena intenciones


Hoy en día, utilizar a una máquina para paliar la soledad de una persona parece un recurso del pasado. Que una persona tenga una relación afectiva con un sistema operativo, habría resultado interesante en una novela de Ray Bradbury o de Isaac Asimov y, desde luego, un ejercicio brillante en una de J. G. Ballard o de P.K. Dick, pero no en el guión de una película de 2013, por mucho que su guionista y director, Spike Jonze, se haya llevado el óscar al mejor guión original.


Toda la película gira alrededor de la dificultad de las relaciones humanas, especialmente de las afectivas, lo que tampoco es un tema nuevo, pero al que Jonze ha querido dar un toque original en lugar de quedarse en la habitual comedia romántica indie, aunque, en mi opinión, sin haber logrado una película completa. Es indudable que Her tiene algunas partes muy buenas, pero en cambio flojea en otras, siendo una de las principales la de la excesiva duración, que provoca un alargamiento innecesario de la historia y constituye un lastre para la película, que hubiera quedado más ágil con media hora menos y habría disimulado algunos de sus otros defectos. 


Theodore, magníficamente interpretado por Joaquin Phoenix, es un hombre negado para las relaciones afectivas (recién divorciado, enamorado desde la universidad de su vecina y que  hasta tiene problemas de relación con los protagonistas de un juego de realidad virtual que practica), pero experto en escribir cartas emotivas en nombre de otros. Son cartas de amor, de agradecimiento o de condolencia que quienes deberían escribirlas prefieren contratar a otros para que lo hagan, seguramente porque ellos no son capaces de hacerlo.

Esto es lo que me pareció más interesante de la película, porque resuelve con brillantez la paradoja de la dificultad que muchas personas tienen para tratar sus propios asuntos emocionales y, en cambio, resolver con soltura los ajenos.

Theodore trabaja durante el día escribiendo hermosos textos capaces de emocionar a extraños, pero lo vemos salir cada tarde de la oficina con un aspecto apocado, sin chispa, vitalmente disminuido por sus carencias amorosas tras su divorcio y, deduzco, tras años de estar enamorado de Amy (Amy Adams), con la que mantuvo en la universidad una relación de horas, porque aquello no hubiera funcionado, según Theodore, y que ahora vive en su propio edificio, casada con otro.

Otro de los grandes aciertos de la película es la elección de Scarlett Johansson para ser la voz de Samantha (Her hay que oírla en versión original, de lo contrario no tiene sentido). Si alguien puede enamorarse de un sistema operativo ha de ser porque tenga una voz, una dicción y una entonación como la que tiene Samantha, gracias a Scarlett.

Lo demás es una película más o menos trivial sobre la soledad, pero con ínfulas existencialistas.