lunes, 15 de octubre de 2012

La independencia de Cataluña y la religión: la pareja perfecta



Los obispos de las diócesis catalanas ya han opinado sobre la independencia de Cataluña: se han mostrado favorables. Es normal que sea así, porque la vinculación entre la iglesia y el nacionalismo es siempre fuerte, no en vano están formados por cuerpos doctrinales muy parecidos, cuyas características fundamentales son dos: la preeminencia del sentimiento sobre la razón y la vocación hegemónica en la comunidad en la que se predican.
Ambos, por lo tanto, son elementos cohesionantes para sus comulgantes, pero profundamente excluyentes con los que no aceptan su credo: cada religión y patria se consideran a sí mismas las verdaderas y quienes no comulgan con sus principios son  excluidos como infieles o antipatriotas.
Por sus propias características, es casi imposible que convivan con otras personas de credos distintos, de ahí la profusión, a lo largo de la historia, de guerras religiosas y nacionalistas; y tampoco es frecuente que toleren agnosticismos, ya que provocan la disensión desintegradora.
Su gran diferencia consiste en que las religiones aspiran a ser universales, mientras que los nacionalismos buscan reducirse al espacio en el que están los suyos, procurando marcar las diferencias con los otros, basándose habitualmente en el idioma, la raza y, muy a menudo, la religión, con lo que al final vuelven a encontrar un vínculo de alianza estratégica
Las religiones, pese a su inevitable vocación universal, saben adaptarse muy bien a la religión en un solo país (en la línea que en política desarrolló Stalin, en contra también de los propios principios del comunismo), ya que, al identificarse con el sentimiento nacionalista, consiguen la simbiosis con los ideales políticos del territorio, de forma que quien apoya a una apoya a la otra, iglesia y patria por un fin común, al tiempo que el apoyo de la iglesia  a los dirigentes les confiere a estos una legitimidad superior e incuestionable, como la idea misma de la patria o de dios. En términos modernos: se retroalimentan mutuamente.
Además, siempre es más fácil controlar y evangelizar un territorio pequeño y unido en una misma fe nacionalista y manejar políticamente a un pueblo unido en la misma fe religiosa; de nuevo dos caras de la misma moneda y la conveniencia de marchar juntos nacionalismo e iglesia.

Machado, siempre agudo, dijo que la fe no es creer lo que no se ve, sino creer que se ve. Y es en épocas de crisis como la actual cuando la fe más importancia cobra, porque nos resulta necesaria algún tipo de esperanza, más allá de lo que la razón nos sugiera.
No es extraño que dos de los latiguillos que últimamente se pueden escuchar en cualquier declaración pública sean “estoy convencido de que…” y “la verdad es que…”. Expresiones que si nos paramos a pensar resultan escalofriantes: los convencimientos particulares pueden estar basados en las más peregrinas creencias del sujeto, y si no que se lo pregunten a los paranoicos; mientras que equiparar los propios convencimientos a la verdad objetiva es buscar un amparo totalitario que da mucha tranquilidad a quien pronuncia la frase, pero que debería precaver al que la escucha.

¿Todos a una?






Y en este momento de la historia surge la propuesta nacionalista del gobierno de Convergència i Unió, con la que esconde cualquier otro aspecto de su política que, por cierto, es de clara inspiración liberal y poco cristiana, pese a cómo se declaren los partidos que la componen, y sitúa a los empadronados en Cataluña ante la disyuntiva de estar con la patria o no estarlo (que, no lo olvidemos, en la jerga nacionalista equivale a estar en contra), y no ante la de estar con Mas o no estarlo, que en realidad es de lo que se trata, puesto que en Noviembre lo que hay son unas elecciones para elegir la mayoría parlamentaria, y por lo tanto el gobierno, para los próximos cuatro años. 
Y sin embargo, no se puede profesar una religión sin adoptar sus principios básicos, no se puede ser católico y no acatar sus mandamientos, ergo no se puede estar con Mas y no acatar su política de recortes, clientelismo y perpetuación de una clase política al servicio de una clase social. Muchos católicos critican la iglesia oficial, pero se extasían ante el papa, como si no fuera su máxima autoridad, el dirigente que podría cambiar las cosas; así también, muchos nacionalistas critican los recortes, pero se extasían cuando nuestro particular profeta nos muestra la tierra prometida.
Demasiada sinrazón para tantos siglos de historia como llevamos a nuestras espaldas. Demasiada fe la que nos piden depositar en quienes han creado nuestros problemas y ahora quieren que se los resolvamos y los absolvamos.

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