domingo, 23 de septiembre de 2012

Una, grande y libre: La España carpetovetónica y la Cataluña independentista

Aunque el lema lleva marchamo franquista, podría serlo de cualquier nacionalismo pasado, presente o futuro, porque si algo caracteriza a esa ideología es su pretensión de unión interna en las excelencias propias frente al exterior, siempre ofensor, siempre enemigo, siempre considerado inferior y opresor, que no deja que nos realicemos como pueblo.

El nacionalismo, como el fundamentalismo religioso, sirve para tapar muchos agujeros: de la corrupción política a la diferencia de clases, de la mala gestión pública a la desigualdad social. Cuando un político consigue que el nombre de la patria sea coreado por una multitud, quien no lo hace pasa a ser mal visto y, en última instancia, a ser considerado traidor y, por lo tanto, merecedor de castigo. Todo lo demás queda oculto: ya no importa que unos sean pobres, otros corruptos y algunos, amparados bajo la bandera patria, se enriquezcan a costa de otros.
¿Cómo va alguien a poner en tela de juicio al gobierno cuando el gobierno habla de nación y se atribuye hablar por TODA la nación? ¿Cómo puede alguien criticar a quien dice hacer lo mejor para la nación? Porque la nación lo es todo, como la religión. Es una forma de vida, unos rituales y, sobre todo, unas creencias. Y contra las creencias no hay nada racional que se pueda hacer.

Lo estamos viendo estos días a propósito de la película sobre Mahoma. Alguien sabía que encendiendo la mecha provocaría explosiones, como así ha sido, tan fácil era de prever. La gente enfurecida olvida todos sus problemas y se lanza a asaltar embajadas occidentales, en especial estadounidenses, que pasan a ser la causa de todos sus males. Entonces el presidente de Estados Unidos debe actuar para defender a los suyos que están en otras tierras, pero haga lo que haga será considerado débil y perderá votos en las elecciones, casualmente próximas. Así de fácil es manipular a la gente por cuestiones de religión. Así de fácil lo es también manipularla por cuestiones nacionalistas.

Cataluña y España, aunque de momento en mucho más baja intensidad, están empezando a actuar con estos modelos. Unos se sienten agraviados por los otros y los otros por los unos. Y de ahí surge siempre el conflicto. Nunca ha sido fácil la relación entre Cataluña y el resto de España. Quizá nunca debieron haberse unido, como quizá tampoco debieron hacerlo Italia, Alemania o los Estados Unidos, porque entre sus regiones o estados también hay grandes diferencias. Pero ellos lo hicieron y crearon un vínculo común que les ha permitido avanzar de forma conjunta, seguramente más y mejor que si lo hubieran hecho de forma separada. Son evidentes las diferencias entre los estados de Florida o de Washington, California o Maine, uno en cada extremo del país, pero los habitantes de todos ellos se sienten igual de estadounidenses y cantan su himno con la misma entrega cada vez que tienen ocasión. A nadie se le ocurre pedir la independencia, pero tampoco a nadie se le ocurre pedir que otro estado haga lo que a ellos les parece mejor.

No pasa lo mismo en España, en donde ni siquiera tenemos un himno que cantar. Aquí, fruto de la historia, de esa Reconquista que estableció unos valores cristianos basados en considerar enemigo al diferente y  en la obligación de convertirlo a la fe verdadera a cualquier precio, Cataluña considera que el resto de España la martiriza mientras el resto de España considera infieles a los catalanes pero no los quiere dejar marchar, sino convertirlos. Es lenguaje religioso, de reconquista, pero es el que en el fondo se usa.
Ahora, en  época de crisis, los políticos necesitan tapar sus carencias, su mala gestión, su corrupción, su protección de determinados intereses minoritarios a costa de los mayoritarios, y recurren a las banderas y los idiomas.
Encontrando un enemigo común se olvidan los problemas producidos por ellos: los desastres urbanísticos, la corrupción y la destrucción del estado del bienestar se esconden detrás de la unión de la patria española o de la patria catalana. Como si no existieran el caso Gürtel y el caso Palau, el aeropuerto de Castellón y el de Lleida, la destrucción del litoral de todo el Mediterráneo y el hundimiento de la clase media provocado por la política capitalista de viejo estilo de Rajoy y de Mas. 
Unos creen que no deben dejar marchar a los otros y los otros no quieren estar con los unos, pensando que es la fórmula para solucionarlo todo, en el fondo las razones son las mismas: ¿Por qué un extremeño se niega a que Cataluña sea independiente? Porque cree que eso le perjudicaría. ¿Por qué una catalán quiere dejar de formar parte del mismo estado que un extremeño? Porque cree que eso le perjudica.

Pero no hay que asustarse: aquí nadie va a hacerse independiente. No quiere hacerlo ni quien lo deja entrever, porque no es su intención. Mas solo quiere unas elecciones plebiscitarias, que refrenden su política de derechas, de destrucción sistemática del estado del bienestar, del fin de la igualdad de oportunidades basada en la educación de calidad para todos. 
Cuando haya elecciones y Artur Mas obtenga la mayoría absoluta tras u una campaña en la que hablará de estructuras de estado, de avanzar en el autogobierno o de libertad para decidir, pero no de independencia, se sentirá legitimado (y con el suficiente poder en el Parlamento) para aplicar su política neoliberal, porque le habremos dado (sin saberlo) nuestro apoyo para que lo haga. Reforzará esa tupida red de clientelismo con la que siempre ha gobernado Convergència i Unió desde los tiempos de Jordi Pujol, ese padre que nos ha enviado a su hijo para salvarnos, y será difícil que en Cataluña vuelva a gobernar otro partido que no sea el suyo (posiblemente Convergència se sienta lo suficientemente fuerte como para romper la coalición con Unió, a la que ya no necesitará).

Tal vez alguien se había creído que con los impuestos progresivos en función de la renta se pagaban bienes y servicios para todos los ciudadanos por igual, consiguiendo así una mejora global del nivel de vida. Tal vez durante un tiempo fue así, pero eso se acabó, quienes tienen el auténtico poder se han cansado de que nos subamos a sus barbas, que estudiemos las mismas carreras que ellos, que nos visitemos en los mismos hospitales, que vayamos de vacaciones a los mismos sitios o comamos en los mismos restaurantes. Eso no es lo natural, lo natural es que los ricos estén con los ricos y los pobres con los pobres. Y para que pensemos así, para que nos conformemos con esa situación, para que encima la defendamos incluso con nuestras vidas si es necesario, para todo ellos se crearon la religión y los nacionalismos. Porque la fe es opuesta a la razón y todo lo que se cree deja se ser cuestionado.