viernes, 30 de julio de 2010

Prohibamos els castellers

Me contradigo, lo sé, pero, parafraseando a no sé quién: nada contradictorio me es ajeno.
Hace unos días decía que deberíamos prohibir cuanto menos mejor, pero ya que estamos metidos en ondas prohibicionistas (toros, burkas, abortos...), al menos prohibamos una actividad en la que se arriesga la vida de menores (muy menores) de edad por puro entretenimiento.
La ley obliga a los niños menores de 12 años a usar sillas especiales cuando viajan en coche y normativiza su tipología y posición. En cambio, cuando se levanta un castell, son varios los menores de edad que se encaraman a su cumbre y sólo el/la anxaneta (el/la que corona el castillo) lleva una mínima protección: un casco que ni siquiera es integral, una medida que se tomó cuando, no hace mucho, murió uno en plena faena.
Como mínimo, los/las anxanetas deberían llevar un arnés que les impidiera la caída, así como rodilleras, coderas, protector dental, etc.
Sin olvidarnos de los otros componentes del castell, a quienes se les pueden caer encima uno o varios pisos de personas, con el correspondiente peligro de contusiones y roturas.
Claro que los castells son "muy nuestros" y, por lo tanto, civilizados y lejanos a esa barbarie de los toros, que son "de ellos".

miércoles, 28 de julio de 2010

Los toros y la ópera

Hoy el Parlamento catalán decidirá, muy probablemente, prohibir las corridas de toros en Catalunya.
No me gustan los toros, pero nunca los prohibiría. Nadie me obliga a ir a los toros y, si fuéramos tan civilizados como pretenden decirnos y no les gustaran a nadie, nadie acudiría, dejarían de ser un negocio y, por lo tanto, se extinguirían solitos.
¿Existe una "demanda social", como ellos dicen? Pregunten por ahí: a unos les gustan, a otros no, unos dirán que los prohibirían, otros los adoran. Como el fútbol, como la ópera.
Pero nuestros políticos autonómicos parecen haber entrado en una deriva en la que no saben qué hacer para ocuparse de aquello que no interesa a nadie y no reporta ningún beneficio a la sociedad, mucho más preocupada de sus asuntos cotidianos que de estas "grandes cuestiones" que gobierno autonómico, diputados, alcaldes y otros grupos sociales de alta miras sienten la "misión histórica" de tratar.
Ejemplos: el ya famoso estatut, la ley de vegueríes, el referéndum de la Diagonal o los referendums sobre la independencia, la ley del cine, la prohibición de los toros, la prohibición de que en los circos intervengan animales...
¿Realmente piensan que estos temas son los que preocupan a los ciudadanos? ¿Que así se hace "país" como ellos dicen?
¿No se les ha ocurrido prohibir la ópera como obscena manifestación de lujo en tiempos de crisis? ¿Cuánto costó rehacer el Liceu obsesivamente igual a tal como era? ¿Cuántas subvenciones recibe? ¿Quién las disfruta? ¿Cuánto cuesta una entrada?
Prohibamos, prohibamos, que así es como nos convertimos en diferentes

lunes, 5 de julio de 2010

Artículo. Nunca llegaremos a nada

De un país en el que para entrar a trabajar en cualquier empresa de nivel medio se pide una carrera y hablar inglés, pero en el que a los dirigentes políticos no se les exige ni lo uno ni lo otro, con lo que se acaban dedicando a ello cuatro espabilados que fomentan el choriceo, el arribismo, el clientelismo, el caciquismo y algún que otro ismo que me olvido, ¿qué se puede esperar?

Pues ciertamente no gran cosa, todo se reduce a que un grupo de profesionales de la política (donde la acepción profesional sólo significa que se dedican a ello, pero no forzosamente que sean unos expertos) consiga el suficiente número de votos para hacer y deshacer a sus anchas allí donde manden (gobernar es, definitivamente, otra cosa).

Abundan los casos de corrupción y, por mucho que el propio gremio diga que sólo se trata de una minoría, lo cierto es que uno puede ir a preguntar a cualquier pueblo o ciudad y todos los vecinos le podrán explicar mil y una historias sobre tratos de favor, subidas de sueldo, contratos, concesiones, multiempleos, etc. que, vale que no sean todas del nivel de la Operación Malaya, pero es que tampoco todo es Marbella.

Y, de los pocos que son descubiertos, la mayoría sólo tiene que dimitir de su cargo y punto. Y, de aquellos poquísimos que van a la cárcel, una ínfima parte devuelve el dinero que robó. Eso sí, todos salen prontito de su encierro y luego se pasean por las tertulias televisivas vendiendo santidad y cobrando en metálico.

Pero ¿quién tiene la culpa de todo esto? ¿Nosotros que somos imbéciles y los votamos? Pues sí, pero no todo es mérito nuestro. Ya se encargan ellos de destrozar el sistema educativo para conseguir que todos seamos unos completos ignorantes que no tengamos el más mínimo criterio. Llegado ese momento ya lo tendrán todo en sus manos.

No queda bien decirlo pero ¿realmente el criterio de la mayoría es fiable viendo lo que hay? Y no digamos ya cuando no la hay y los partidos pactan alianzas. ¿A algún diputado del PSC se le hubiera ocurrido redactar la ley del cine impuesta por ERC que obligará a las salas a proyectar la mitad de las películas dobladas al catalán si no fuera porque ERC tiene la llave para que todos ellos estén el gobierno? ¿Realmente es esta una ley democrática?
¿Acabaremos teniendo que ir de nuevo a Perpignan a disfrutar del buen cine, como en los tiempos de Franco?
Y qué suerte han tenido ahora los políticos catalanes con que el Tribunal Constitucional haya invalidado algunos artículos del Estatut. Ahora lo tienen de lo más fácil para que nos quejemos del agravio que ha supuesto la sentencia y nos olvidemos de los casos Pretoria o Millet, que no exijamos cuentas a nadie por haberle dado el premio de empresario modelo al traficante José Mestre ni tampoco por haber subvencionado empresas para que se quedaran y finalmente hayan decidido marcharse.

Pensábamos, inocentes de nosotros, que habíamos puesto a los políticos ahí para que gestionaran nuestro patrimonio, el bien común. Bueno, espero que todos nos hayamos dado cuenta, gracias a esta crisis (no hay mal que por bien no venga), de que cuando llega el momento de dar el callo ni saben ni pueden y se van al recurso fácil: ¿luchar contra los poderosos? No, gracias, que son grandes y fuertes. Recortemos salarios y pensiones, atrasemos la edad de jubilación, aumentemos los impuestos. Eso sí, por el bien del pueblo y de la patria, de alguna de ellas... tenemos tantas...