sábado, 7 de diciembre de 2013

El debilitamiento de la democracia: Montoro y la purga de la Agencia Tributaria

En marzo de este año, el gran historiador Josep Fontana publicó un artículo en El Periódico titulado La deriva nazi del Partido Popular en el que detallaba las acciones que el partido en el gobierno estaba emprendiendo para debilitar la capacidad de protesta y resistencia de los ciudadanos, de forma semejante a como lo habían hecho los nazis en Alemania, es decir, aprovechando que la democracia les había permitido instalarse en el poder para desde allí acabar con ella de forma que pudieran aplicar las medidas que solo beneficiaban a ellos y los suyos sin que los ciudadanos pudieran protestar, puesto que todo lo que no era adhesión se consideraba delito y era perseguido.



Aquí en España tenemos algunos claros ejemplos de este tipo de actuación, sin duda menos radical, pero que está resultando igualmente muy efectiva:
  • El nombramiento político de los principales cargos del poder judicial (incluyendo al Tribunal Constitucional), con lo que el gobierno sabe que puede contar con el respaldo de la justicia si se recurre a ella.
  • El mayor poder que se está dando a la Iglesia Católica y, por lo tanto, a su capacidad de influir en la sociedad, con lo que ello conlleva de fomento de la represión y de la aceptación de las desigualdades (mi reino no es de este mundo).
  • La reforma laboral, que, en una época con un desempleo desorbitado, instala el miedo en el cuerpo de los trabajadores, que aceptarán cualquier presión de sus empleadores para no perder su puesto de trabajo.
  • La ley Wert, que fomentará la división de la sociedad en dos grupos: aquellos que puedan pagarse sus estudios y conseguir puestos directivos y todos los otros, que saldrán mal preparados y, por lo tanto, aceptarán trabajos mal pagados porque no estarán en condiciones de aspirar a uno mejor y, sobre todo, porque no estarán en condiciones de ser conscientes de lo que les están haciendo, porque estarán sometidos a la ignorancia y a la escasa capacidad de razonamiento que el sistema de enseñanza les proporcionará.
  • La ley Fernández de restricción de la libertad de reunión y manifestación, digna del más oscuro franquismo y que hasta ha provocado las quejas del defensor de los derechos humanos de la comunidad europea. Una ley dictada para evitar que los perjudicados puedan hacer oír su voz.
  • Todo el entramado jurídico que está montando el ministro Gallardón (¿recuerdan?, es aquel que nos vendían como progre) que, entre otras cosas, encarece el coste de la administración de justicia, para así impedir que los que disponen de pocos recursos puedan acudir a la justicia para defender sus derechos.
La lista es mucho más larga, pero solo he querido citar aquí algunos ejemplos para terminar comentando lo que me parece la prueba explícita de que todo responde a una clara intención política, que no es precisamente la de mejorar el país y la vida de sus ciudadanos, sino la de eliminar toda discrepancia en cualquier ámbito. 

Esta prueba son las palabras de ayer del ministro Montoro, referidas a la depuración de cargos que se está haciendo en la Agencia Tributaria, cuando dijo que es que estaba llena de socialistas.
Es decir, el problema no es que fueran incompetentes o que hicieran mal su trabajo, el problema es que eran de una opinión distinta, tal vez la de que no se debía dejar que las grandes empresas no cumplieran con hacienda, y por eso han sido apartados de sus cargos.

Seguramente lo peor que le puede pasar a un estado, porque es síntoma de que va a actuar contra sus ciudadanos, es que:
  • sus funcionarios de primer nivel sean nombrados por criterios políticos y no técnicos.
  • sus políticos sean unos corruptos
  • su policía inspire miedo a los que debería servir.

Pues solo hace falta repasar un poco la situación para ver dónde estamos




miércoles, 4 de diciembre de 2013

The Councelor (de Ridley Scott) y la trama Gürtel: parecidos razonables

Estos días han aparecido en la prensa algunas fotografías de miembros de la trama Gürtel en las que se aprecia el nivel de vida que les permitía llevar su trama de negocios. No resulta extraño que tanto dinero como movían diera para llevar una vida de lujo, como tampoco lo resulta que lo que ellos entendieran como lujo fueran esos lugares comunes propios de los telefilms: pasear en yate, conducir coches caros  o sentarse en opulentos sofás en casas frente al mar: es lo típico de los nuevos ricos, cuya codicia no tiene límites una vez que han encontrado la manera de hacer dinero. Seguramente, si hubieran sido más prudentes y se hubieran conformado con menos, el caso Gürtel nunca habría existido.


También estos días se ha estrenado la película The Counselor, de Ridley Scott, traducida aquí como El Consejero (con lo que se pierde la ambigüedad del título original, que significa ambas cosas). No es sobre la trama Gürtel ni sobre el caso Roca (el de Marbella ¿se acuerdan de él?), pero sí sobre la codicia llevada a unos extremos que acaba provocando la destrucción de unos codiciosos, en manos de otros que lo son tanto como ellos, pero que además son más poderosos.

Puedo contar, sin desvelar mucho la trama (que en el fondo es bastante anecdótica o McGuffin), que el personaje que despierta a la codicia durante la película (los otros ya están instalados en ella) no es que esté pasando estrecheces económicas precisamente, porque conduce un Bentley y le compra un diamante de 3,9 quilates a su novia, pero estos gastos seguramente sean excesivos y necesite más dinero para satisfacer a esa mujer, a la que llega a decirle, aproximadamente, que: la vida es estar contigo en la cama, lo demás es esperar ese momento
Es decir, necesita el dinero para satisfacer una obsesión, que siempre es una mala consejera.

Javier Bardem y Cameron Diaz, sus estrafalarios socios, tienen aficiones semejantes a los de la trama Gürtel, o sea, ostentosas y de mal gusto: poseen dos guepardos por mascotas (parecidos asombrosos: Roca tenía un tigre), a los que llevan a cazar conejos  al desierto mientras ellos toman martinis, lucen un moreno completamente artificial, visten lo más chillón que pueden, montan suntuosas fiestas en su casa y desconfían el uno de la otra y la otra del uno.

La tercera pata de la sociedad, Brad Pitt, con aires de estar de vuelta de todo, cree tener la fórmula para desaparecer y poner todo su dinero a salvo en veinticuatro horas si las cosas se ponen feas.

Y las cosas, claro, cuando no se pone freno a la codicia, se ponen feas de verdad, hay errores, todo se tuerce y, como le dicen a uno de los protagonistas: quieres enmendar tus errores pero no te das cuenta de que no es posible, porque los cometiste en una vida y quieres enmendarlos en otra: no hay solución, ya no hay decisiones que tomar, solo esperar.

Yo, español sufridor de sus leyes y políticos, hace tiempo que espero que se haga justicia con los codiciosos, no al modo en el que se hace en The Counselor, sino al modo en el que los tribunales deben hacerla: espero que los ladrones devuelvan el dinero y vayan a la cárcel, o que vayan a la cárcel y devuelvan el dinero, da igual el orden. Y luego espero que aquellos políticos (si los hubiere, que mucho me parece que sí) que se beneficiaron de lo que los sobornadores pagaban, sean considerados también delincuentes, devuelvan el dinero y vayan a la cárcel, también da igual en que orden.
No quiero oír hablar de responsabilidades políticas que, en el mejor de los casos, acaban en una dimisión del cargo para luego ser fichado por una empresa del Ibex, no quiero que los políticos tengan red, quiero que sean como yo (son como yo, deben ser como yo) y que si delinquen tengan el castigo que les corresponde como ciudadanos. 

La diferencia con la película es que aquí, los errores de unos los tapan los otros en la misma vida y las decisiones solo las toman ellos. Y así no vamos bien.