domingo, 6 de diciembre de 2009

Linchamientos

Enrique Lynch, en su artículo Revanchismo de género, publicado en El País el 19.11.2009, comete varios errores, el peor de los cuales, sin duda, es no calibrar la fuerza de los fundamentalismos.
Los fundamentalismos están basado en la intransigencia: o estás conmigo o estás contra mí, no conciben posturas intermedias. Sean religiosos, nacionalistas o de sexo. ¿Por qué entonces si el machismo es intrínsecamente perverso al feminismo hay que considerarlo intrínsecamente bueno? No parece tener mucho sentido, puesto que ambos buscan la supremacía de lo propio, de otro modo no se llamarían así. ¿Por qué las mujeres no han llamado "personalismo" a su movimiento reivindicativo? ¿Acaso no buscan la igualdad entre los sexos?
¿Cuál es el pecado del artículo de Lynch? Obviamente es el de no seguir los mandamientos, como en cualquier religión. Pero, ¿hasta dónde somos culpables todos de que cada vez haya más noticias de muertes de mujeres a manos de hombres?
Tal vez la publicidad que se da a tales crímenes no tenga el efecto beneficioso de que todos los hombres pensemos ¡qué horror! sino que quizá tenga el pernicioso de que algunos piensen ¡eso es posible, puedo matarla y encima salir en la tele! No es un razonamiento frívolo, la estupidez humana alcanza estos límites.
Tal vez seguir emitiendo "Cine de barrio" cada sábado por la tarde siga fomentando unos comportamientos y fomentando unas ideas que debieran haber muerto con Franco y que es incomprensible que un gobierno socialista siga pregonando a través de la televisión pública.
Tal vez las madres sigan educando a sus hijos como fueron ellas educadas y transmitiendo unos valores que luego queremos que no sean los que imperen en nuestra sociedad. Y con la madres, los padres, claro, y los colegios, y los anuncios de la tele, y las películas, y las novelas, y los regalos, y la religión, y el ejército.
Si creamos desigualdad ¿cómo queremos que después ellas se enfrenten a ellos, a quienes les han dicho que son y han de ser superiores? Eso es lo que viene a decir Lynch en su artículo: no envíes al niño a luchar contra el oso, porque lo destrozará.
Hace unos pocos días vi un reportaje en la televisión loando la presencia de mujeres en cargos importantes en las minas (¡nunca antes había habido mujeres en las minas!, clamaba, orgullosa una voz en off). Luego entrevistaban a los mineros. Unos decían que les daba igual si su jefe era un hombre o una mujer, porque al fin y al cabo todos le iban a dar órdenes. Pero algunos también encontraban a faltar que hubiera mujeres a su lado, trabajando, allí, en la parte dura. Esa sería una buena muestra de igualdad, pero la reivindicación de las mujeres no ha llegado hasta el pico, se ha quedado en la oficina.
Hace unos años, en una excelente película ¡norteamericana! (American history X), que narraba el proceso de conversión a la exrema derecha de dos hermanos cuyo padre, bombero, había muerto en acto de servicio, el mayor recordaba a su padre cuando le decía que en su unidad habían escogido a un hombre de color para cumplir con la cuota, lo que a él le dejaba la duda de saber si era el mejor candidato y si su vida estaría lo mejor protegida posible en caso de necesidad. Cuando finalmente el hombre muere apagando un fuego, el mecanismo en el cerebro de su hijo funciona sin vacilaciones: por culpa de un negro mi padre está muerto, y se acerca al racismo, a la violencia, al nazismo.
Mucho cuidado con las discriminaciones, por muy positivas que sean, porque son muy, muy peligrosas.