viernes, 30 de septiembre de 2011

Mas, Blanco y el idioma. ¿Hablan bien andaluces y gallegos? ¿Y los catalanes?

Los nacionalismos y las religiones son los elementos básicos de enfrentamiento entre personas desde hace siglos. Ambas cosas fomentan los fundamentalismos y el odio al otro y tienen a emerger cuando se producen situaciones de crisis, como la actual, porque por un lado crean la falsa sensación de la seguridad de pertenencia a un grupo y por otro sirven de distracción de los auténticos problemas.
En Catalunya, por poner un ejemplo que a mí me es próximo porque soy catalán y vivo en Catalunya, Jordi Pujol, en sus mucho años de mandato, fue transmitiendo machaconamente el sentimiento de que había que ser catalán por encima de todo y de que España era nuestro enemigo, que fue calando en una gran parte de la sociedad a la que tuvo la habilidad de inyectar la creencia de que ese sentimiento era el adecuado y cualquier otro era poco menos que traidor.
Una vez conseguido esto (gran mérito de Pujol, desde luego, eso no se le puede negar), la clase política no vio otro remedio para intentar ganar las elecciones catalanas que apuntarse al "pues yo más". De este modo, los socialistas pensaron que estaban obligados a jugar siempre en el terreno nacionalista, donde obviamente Pujol era imbatible.
Tantos años de erial político, escasez de pensamiento y mucha apelación al victimismo y a la superioridad catalana, nos legaron a un presidente cordobés (Montilla) cuyo máximo empeño recordable será el de intentar hablar en catalán medianamente bien, como si eso fuera lo importante, y dejar que dirigiera la política catalana la minoritaria Esquerra Republicana, precio que tenía que pagar para mantenerse en el poder.
Ahora ha regresado el pujolismo, reencarnado en esa figura de apariencia y verbo soberbios y un tanto chulescos que se dedica con esmero a proteger a las clases adineradas y a hundir más si cabe a los únicos castigados por la crisis: los trabajadores y aquellos que buscan trabajo. Eso sí, siempre con la palabra País en la boca.
En estos tiempos, Mas ha tenido la desfachatez de eliminar el impuesto de sucesiones de los grandes patrimonios, para después proponer vagamente un impuesto para ellos, sabiendo que no tiene competencias para hacerlo y escondiéndose tras un "lo propondremos a España y a Europa". Ha recortado salarios y presupuestos de los dos pilares del Estado del bienestar: la salud y la educación, siendo esta última el motor y la única herramienta de la que disponen los trabajadores para intentar ascender mínimamente en el escalafón social y económico.
Que nadie se deje engañar: al gobierno catalán NO le interesa que los catalanes tengan un buen nivel educativo. Si lo quisieran no quitarían la quinta hora lectiva, no utilizarían sólo el catalán como lengua vehicular sino que utilizarían también el castellano y el inglés, no recortarían presupuestos de colegios y universidades, no bajarían el sueldo de los profesores.
Por supuesto tampoco gastarían dinero en traducir películas al catalán, sino que lo gastarían en subtitularlas, para que los espectadores las pudieran disfrutar en su versión original al tiempo que mejoraban su comprensión de otros idiomas.
No buscarían votos miserablemente protegiendo las fiestas taurinas "catalanas" mientras persiguen las "españolas", porque no puede decirse que los toros embolados sean menos bárbaros que las corridas ni que favorezcan un elevamiento espiritual ni cultural. ¿Es cultura tirar del rabo a un toro y ponerle teas ardiendo en los cuernos?
No practicarían ese relativismo cultural que les lleva a tildar de figuras mundiales a mediocres escritores simplemente porque escriben en catalán y a hacer que los estudiantes acabane apartándose de la buena literatura al envainarles obligatoriamente algunos libros que tal vez ni merecían se editados.

Dicho esto, voy a defender a Mas en sus declaraciones de ayer en las que dijo que a veces no se entiende a los andaluces o a los gallegos cuando hablan en castellano. ¿Es que no es cierto? ¿Nadie ha visto nunca ningún programa de televisión en el que se entreviste a gente de la calle de algunos pueblos y ciudades y no se les entienda nada?
Algunas veces incluso las televisiones nacionales subtitulan sus declaraciones. ¿Eso no es admitir que no se les entiende? Pero claro, el nacionalismo cala hondo en todas partes y así José Blanco dice sentirse ofendido como gallego. ¿Son unas declaraciones apropiadas para un ministro del gobierno de España? ¿No debería más bien luchar para que todos los españoles tuvieran un nivel cultural que les permitiera hablar correctamente nuestro idioma común? ¿Cuando un andaluz se come la mitad de las sílabas de un palabra no podemos decir que no se le entiende y que habla mal? Incluso muchos ministros que tienden a suprimir la d de los participios hablan mal, porque no se dice "descansao", sino "descansado", y quien no lo diga así lo dice mal, sea andaluz, gallego, catalán o chino de habla hispana.