martes, 25 de enero de 2011

La nueva Reconquista: del latifundio al ladrillo


En España la tierra ha sido el bien por excelencia y ha servido de moneda de cambio para favores políticos y para tener el poder económico desde los tiempos de la Reconquista. Aquel que conquistaba un territorio gobernado por los musulmanes se convertía en propietario de la tierra y la iglesia católica lo santificaba. Así se fundaron los grandes latifundios que sirvieron a la aristocracia española para hacerse rica a costa de jornaleros semiesclavos.
Piezas fundamentales de este sistema eran la miseria y la ignorancia: a todo aquel que no tenía donde caerse muerto y que no poseía la menor formación para salir del agujero no le quedaba más remedio que trabajar en las tierras del señorito y encomendarse a dios. Por eso se expulsó a los musulmanes y a los judíos, porque tenían conocimiento: eran capaces de leer y de montar regadíos, mala cosa para el señorito que prefería el cultivo extensivo, los braceros hambrientos y una iglesia que bendecía el ayuno y la abstinencia (de todo).
Pasaron años, pasaron siglos y hete aquí que en 1996 un caudillo llamado Aznar recuperó la tradición de la reconquista, vio que dedicar suelo público a la edificación era bueno porque permitía acuerdos (hay que ser cuidadosos con las palabras, que el gran hermano siempre vigila) entre políticos y constructores al tiempo que daba pan a quienes no tenían otra cosa que ofrecer más que su fuerza de trabajo y que creyeron que ya no necesitaban más formación porque se habían comprado un coche y un piso por los que se habían endeudado mucho más allá no solo de lo razonable sino de lo que el famoso Regulador debió permitir, pero en  aquel momento no lo sabían.
Luego llegó la izquierda. Sí, ya sé, no lo era, pero lo parecía. Empezó con buen pie, atendiendo demandas y necesidades sociales: retirada de las tropas de Irak, matrimonio de homosexuales, ley de dependencia, ley del aborto. Lo tradicional que hace la izquierda, vamos, pero en lo económico la Reconquista seguía, porque como en los siglos XI o XII seguía habiendo tierra que conquistar, suelo que edificar que se le llama ahora. Y el visionario Zapatero vio que era bueno laisser faire, y eso hizo.
Pero tanto dejó hacer él, tanto dejó hacer el Regulador (el Banco de España, vamos), tanto dejaron hacer los gobiernos autonómicos (que son tantos, ellos), tanto dejaron hacer los ayuntamientos que pronto hubo más casas que compradores, más compradores que dinero para comprar, más préstamos que garantías… y al final ¡Brumpatarrumpaplaf!
Y ahora tenemos casas que nunca se terminaron, otras que nunca se habitaron y otras que ya no se habitan. Gente que tenía trabajo y lo perdió, y como no sabía hacer nada más está en el paro. Y esta gente, y mucha más, debe dinero a los bancos, que se lo prestaron con alegría porque el Regulador no reguló. Y ahora los bancos están en un apuro, porque no supieron hacer bien su trabajo y el Regulador no les advirtió, y necesitan un dinero que tiene que poner el estado porque ellos no saben qué hacer para conseguirlo porque los inversores no se fían y no se lo quieren prestar, pero el estado lo forman, entre otros, los parados, y si el estado les da el dinero a los bancos no puede invertirlo en formación para que los que no saben hacer nada más que construir salgan del agujero… y no les va a quedar más remedio que trabajar en las tierras del señorito como semiesclavos… uy, perdón, se me fue la olla y me he vuelto a aquellos tiempos de la Reconquista. Tonto de mí, como si todo aquello no lo hubiéramos dejado muy, muy, muy atrás.