lunes, 22 de agosto de 2022

Terres mortes. Núria Bendicho

 A veces no acabo de entender por qué una novela adquiere fama. Esto es lo que sucede con Terres mortes. Está bien escrita, la autora utiliza un lenguaje variado y culto, demostrando un alto conocimiento del catalán y el libro se lee con facilidad, es entretenido. 

Dicho esto: ¿qué nos cuenta? Pues es un drama rural en el que aparece un amplio abanico de personajes y escenas tópicas, muy tópicas: el chico "retardado" así es defi ido en la novela), el chico contrahecho fruto del incesto, la joven seducida por el cura, el hermano salvaje, el hermano sensible, la prostituta de buen corazón, el entorno rural lleno de ignorancia, pobreza y tensiones familiares... me dejo cosas, claro, pero toda la novela es un suma y sigue de escenas vistas y leídas mil veces, en especial en la literatura y el cine catalanes, donde proliferan y reciben premios y alabanzas. Tal vez sea preocupante. 

domingo, 8 de octubre de 2017

Paul Auster 4 3 2 1

Esta crítica contiene algún spoiler
 
Artificiosa, aburrida, prolija, repetitiva y carente de interés. Este es el resumen, puede ahorrarse el resto del escrito si no le interesa conocer los motivos de mi opinión.

En primer lugar debo decir que admiro algunas obras de Auster (Brooklyn follies, Sunset park) pero que detesto muchas otras, en especial todas aquellas en las que trata de hacer metaliteratura, aquellas en las que los personajes son escritores (muchas) o aquellas en las que aparecen los fantasmas de la creación.

4 3 2 1 tiene un poco de todas, no en vano se extiende casi hasta las mil páginas.
 
He devorado las trescientas primeras, leido con interés las doscientas siguientes, en diagonal las siguientes doscientas y una de cada diez desde ahí hasta el final. Lo que ha empezado siendo una fiesta ha acabado siendo un entierro.
 
Puede parecer una crítica emocional. Es posible que lo sea, porque al fin y al cabo la literatura sirve para despertar emociones y esta las despierta primero para adormecerlas después: al terminar la novela, pensé ¿qué he leído? ¿qué ha aportado Ferguson a mi vida?
No he sentido nada en la novela que se acerque a lo que la crítica de todo el mundo ha dicho de ella. ¿La novela más importante de Auster? ¿Una obra maestra?
Cualquier puede inventarse mil y una anécdotas inconsistentes sobre un personaje o cien, describirlas una tras otra y llenar tantas páginas como Tolstoi. Eso sí, sin ninguna de las emociones ni enseñanzas sobre la vida con las que el escritor ruso impregnaba cada una de sus novelas.
 
Es la eterna cuestión: ¿cuánto más larga es una novela, mejor es? Entiendo que requiera más trabajo escribir mil páginas que escribir cien, pero cuando la diferencia solo es de horas de trabajo, eso no convierte a la novela larga en mejor. La "gran" novela americana no tiene por qué ser una novela "grande", ha de ser una novela con vida propia. No es el caso.
 
Y, como casi siempre en Auster, la literatura dentro de la literatura. ¿Es que este escritor (y algunos otros) solo saben escribir sobre literatura, como si el mundo entero se redujera a ella, como si fuera lo único importante? Y, encima, el torpe recurso final para explicar el motivo de la novela (del que no voy a hacer un spoiler que sería enorme), tan manido, tan poco atractivo, de tan poca imaginación.
 
Novela de iniciación, de personajes que enfrentan la adolescencia y la edad adulta, que aprenden a vivir. Pero llegar a comunicar algo así al lector no se hace mediante el recurso de narrar cientos de peripecias, una tras otra, sin que haya nada en ellas que tenga el más mínimo interés, y encima confundiéndolo mediante la trampa de yuxtaponer lo que les sucede a cada uno de los cuatro protagonistas, indistinguibles a partir de la página trescientos. Detallista hasta el absurdo (de alguna manera hay que llenar páginas para conseguir la "gran" novela): todos los libros que un personaje lee, los restaurantes que le gustan, las chicas con las que sí o no se acuesta o los chicos con los que sí o no lo hace. No dejar ningún tema en el tintero: homosexualidad, prostitución, diferencias de edad en uno u otro sentido, amor puro, amor salvaje, sexo con amor y sexo sin amor, adulterio, incesto o medio incesto… al final se consigue un catálogo, pero no una historia interesante.
Lo mismo pasa con las peripecias familiares: familias que se llevan bien y otras que se llevan mal, ricos, pobres, judíos, afroamericanos, gente que muere joven, gente que no, matrimonios felices y otros que no, amantes, desamores.…. Al final se tocan todos los temas de forma superficial, para que nadie pueda acusar al autor de haberse focalizado en alguno, ¿hay que ser culturalmente correcto?
 
¿No podía escoger alguno de estos temas y desarrollarlo más?
 
¿No podía escoger personajes menos capaces intelectual y deportivamente? Da la sensación de que Auster solo se mueve a gusto tratando personajes que a los quince años ya han leído toda la literatura rusa del XIX, escuchado toda la música barroca (¡y qué nivel de entendimiento y dominio! ¡y qué capacidad de discernir y de tener preferencia por determinado cuarteto de determinado compositor.….¡a los 15 años!), escrito en un periódico local, jugado en las mejores ligas de baloncesto, etc. Etc. Etc.
 
¿No podía escoger una manera menos confusa de narrarnos la historia de cada uno de los cuatro personajes protagonistas? ¿Qué aporta el método escogido?
 
Al principio despierta curiosidad, pero conforme se avanza, el libro pierde interés y la confusión lo preside todo, ya da igual de cuál de los cuatro protagonistas está hablando, porque todos se confunden y se entremezclan. Es posible que Auster haya pretendido este efecto, muy loable sin duda por su parte, pero, para mí, completamente carente de interés.
 
Casi todo ocurre para mal, pero no siempre, ya ves, nada es nunca para siempre, pero yo siempre espero lo peor, y cuando lo peor no ocurre me llevo tal alegría que parezco optimista (335).
 
Sentimos lo que sentimos, escribió, y no somos responsables de nuestros sentimientos. De nuestros actos sí, pero no de lo que sentimos… no tienes derecho a sentirte mal por cosas que no has hecho (419).
 

Tú no quieres reinventar el mundo, Archie, quieres entenderlo para encontrar una forma de vivir en él (762).

domingo, 8 de enero de 2017

Tan poca vida. ¿Una gran novela o una novela grande?

Lo primero, el apecto: el título y la portada.

No me gusta el título en español. El más literal "Un poco de vida" o hasta "Una vida sin importancia" me hubieran parecido mejores. Para mí Tan poca vida no representa lo que es la novela.
Me encanta la portada. Es la misma que la de la edición original y no podría ser más adecuada. Este rostro que aparentemente muestra mucho dolor se titula, en realidad, Orgasmic Man. La ambigüedad de la expresión, lo difícil que es identificar cuándo un rostro refleja dolor y cuándo el placer de un orgasmo me parecen características muy adecuadas para recoger el espíritu de la novela. No está de más recordar que el autor de la fotografía, Peter Hujar, murió de Sida, es decir, tras un sufrimiento no ajeno tampoco al tema de la novela.


Lo segundo, el contenido.

Es un novelón de 1002 páginas. Como las novelas rusas del XIX, pero también como muchas novelas de ahora, que han ido creciendo en tamaño conforme el género ha sido declarado en crisis porque se supone que ya nadie lee. Mundo contradictorio este.
Ahora el tamaño importa. Cuando una novela es muy larga, inmediatamente la crítica la toma en consideración, sin que a veces parezca que nada más sea tenido en cuenta. Los americanos son los reyes en esto del tamaño: David Foster Wallace, Joyce Carol Oates, John Irving y un largo etcétera de autores que escriben largo, muy largo. Y no me olvido de George R.R. Martin, por supuesto, que es el amo de la longitud.
Y qué decir de algún europeo, como  Karl Ove Knausgård, cuya autobiografía va ya por los seis tomos.
Tampoco los españoles escapan a la moda: El laberinto de los espíritus, de Carlos Ruiz Zafón, tiene más de 900 páginas y Patria de Fernando Aramburu, 650.
Seguro que hay más ejemplos.

De la mayoría de novelas largas actuales que he leído puedo afirmar que se puede contar lo mismo en muchas menos páginas, solo hay que quitar lo superfluo. Muchas de ellas contienen largos párrafos completamente suprimibles. Subtramas o divagaciones que nada añaden y en nada ayudan a la historia principal. Menciono una notable excepción: John Irving, un maestro yéndose por las ramas con sentido.
¿Es este el problema de Tan poca vida? No, no creo que le sobre gran cosa a esta narración. Se le pueden encontrar otros fallos. Alguno ajeno, como la traducción, con bastantes errores. Otros propios, como la descripción que hace del sur de España tal que si se hubiera documentado viendo Las Hurdes, de Buñuel: pasearon por la ciudad medieval, cuya estructura era un cubo de sal blanco reluciente, donde gatos atigrados dormitaban y agitaban la punta de la cola al paso de los carros (página 863). ¿Carros por las calles de la ciudad medieval? Más aún: Defiendes a alguien y resulta que su padrino es el ministro de Cultura español, y este te permite hacer una generosa donación para el mantenimiento de la Alhambra a cambio del privilegio de visitarla solo (página 864). ¿En serio, Hanya?
Lo malo de encontrar errores en un tema que el lector conozca es que le hace sospechar de lo que la autora haya escrito sobre otros que no conoce. Y eso hace que la novela se resienta.

Enrique de Hériz ha hecho una muy inteligente crítica de esta novela en El Periódico

Estoy de acuerdo con él en que las dos partes de la vida de Jude son poco realistas: todos los que le rodean en su primera etapa son abyectos, todos los que lo hacen en la segunda son ángeles.
De todas formas, imagino que eso forma parte de las intenciones de la autora, no creo que se le pasara por alto. Supongo que quería demostrarnos que, cuando al principio todo es tan malo, luego ya no hay remedio que valga: no hay redención, que podría dar origen a otro bonito título para la novela: Sin redención.
También resulta increíble, puestos a ello, que Jude sea capaz de superar tanto dolor físico, tanta enfermedad. Me recuerda a esos westerns o a esas películas de acción en la que cada pelea bastaría para que el protagonista muriera, pero él siempre sigue adelante, hasta que acaba con el malo y se queda con la chica. No es precisamente este el final de Jude, pero sí que hubiera podido morir casi en cada página de la novela, que tiene muchas.

¿De qué va pues esta historia? En mi opinión de que cuando se ha superado un cierto nivel de sufrimiento físico y psicológico, cuando la desconfianza hacia los demás es absoluta, cuando el respeto por uno mismo está bajo límites, cuando alguien piensa que es incapaz y no merecedor de ningún tipo de felicidad, entonces la busca y encuentra en el dolor, en aquello que es conocido, en aquello que le hace sentir. Jude, para mí, es un masoquista. En realidad no quiere que las cosas mejoren, porque cuando lo hacen él se siente mal y solo recupera la paz en el sufrimiento. Su pasado le impide disfrutar del presente y lo único que le mantiene vivo es el dolor.
Es una novela devastadora, en la que la historia de Jude es lo único que importa. Sus amigos son comparsas. Triunfadores por obligación del guión. Su relación con William resulta increíble, como su adopción por parte de Harold y Julia. No mucho más creíble resulta la gran carrera de Jude en el bufete de abogados: se pasa media vida enfermo, ¿qué empresa no solo aguanta sino que premia algo así?
Pero en el fondo todo esto da igual, porque lo que Hanya quiere es que suframos mientras leemos el sufrimiento de Jude. Y a fe que lo consigue. Y también consigue que luego, cuando dejemos la novela, ya terminada de leer, nos sigan atormentando todos los tormentos de Jude: sus cuchillas, sus muñones, su piel, sus torturadores...


Un poco de piedad, Hanya, por favor

sábado, 27 de agosto de 2016

El libro de los Baltimore. Joël Dicker


El libro de los Baltimore es una novela americana escrita en francés por un suizo. Es decir, no es auténtica.

Nada en ella lo es. Ninguno de los paisajes o ciudades por los que transitan los personajes tiene esencia. Se habla de Baltimore, Miami o Nueva York como si fuera la Ginebra natal del autor: lugares asépticos, intercambiables, sin personalidad. Diríase que los personajes solo cambian de habitación en lugar de cambiar de ciudad, estado y clima. Al leer la novela no se siente el frío invierno de Nueva York ni el calor tropical de Miami; no se respira el aire de Los Hamptons en verano ni se capta el espíritu de Baltimore: no sé nada de Baltimore después de haber leído este libro.

Tampoco los personajes cambian ni evolucionan, parece que los años que transcurren sean solo días, y de ello tiene buena parte de culpa la tramposa forma de narrar de Dicker, que crea intriga mediante el fácil recurso de estar saltando continuamente a lo largo del tiempo, adelante y atrás, a pura conveniencia del relato, destrozando cualquier visión lineal del tiempo y de la evolución de los personajes.
Sabemos que hubo un "Drama", porque el autor nos los recuerda sin descanso, pero cuando el "Drama" llega, ya al final de la novela, nos pasa un poco como al del cuento: cuando el lobo llega ya nadie se lo cree y entonces se come a las ovejas. De igual manera, cuando el "Drama" llega la historia entera se cae a pedazos, porque aquello que se ha venido anunciando durante tantas páginas ya no conmueve. Dicker ha elevado tanto el listón, son tantas las cosas que suceden, a menudo sin qué recordemos cuáles fueron antes y cuáles después, y tantas las expectativas que genera con el "Drama", que este no constituye el climax, sino una más de las cosas que pasan.


Y es que los personajes, como los lugares, tampoco tienen vida, solo acontecimientos vividos para ser narrados. Les pasan tantas cosas como Dicker quiere que les pasen, pero ellos no las viven. El personaje de Saul, por poner un ejemplo, es completamente plano. Es igual cuando está arriba como cuando está abajo, cuando es feliz como cuando no lo es, cuando es joven como cuando es mayor. Los mismo sucede con Alexandra, que vive la misma vida siendo una estudiante que siendo una estrella de fama mundial.
No he sido capaz de apreciar el sufrimiento de estas familias, de sentir empatía por ellos o de aborrecerlos por haber actuado mal, no me han emocionado. 
Eso sí, todo lo que sucede es muy entretenido, engancha, gusta. De ahí el éxito que ha obtenido la novela. Pero son tantas las cosas que pasan que al final no hay ninguna que destaque. El nivel está tan alto que no hay clímax, de ahí que cuando lleguemos al "Drama", nos deje indiferentes.
 

En cierto sentido, me ha ocurrido lo mismo que con El bar de las grandes esperanzas, la autobiografía de J.R. Moehringer. 
El hecho de estar escrito en primera persona y de que el protagonista sea un escritor que está escribiendo el libro sobre los Baltimore (menudo recurso), otorga a la novela de Dicker un cierto aire a autobiografía, al mismo tiempo que las memorias de Moehringer tienen bastante de novela, porque hay mucho adorno en sus recuerdos. Es decir, ambos libros son un poco impostores, ninguno de ellos es lo que nos dicen sus autores que son. Si bien el de Moehringer tenía, al menos, una primera parte conmovedora, donde la ausencia del padre se sentía con fuerza, con la fuerza que sabe transmitir un buen escritor. Dicker, en cambio, escribe como si alguien lo hubiera contratado para que nos entretuviera durante el verano.

miércoles, 3 de agosto de 2016

La ley del menor. Ian McEwan

Ian McEwan, que lleva escritas ya una quincena de obras, es, en mi opinión, uno de los autores actuales más interesantes. Sabe diseccionar la clase media alta de su país y someterla a dilemas morales como solo los grandes escritores son capaces de hacer.
No me gustan todas sus obras, pero las que sí me gustan me parecen espléndidas. En todas ellas los protagonistas se ven sometidos a situaciones que alteran su vida, habitualmente plácida y segura, y su perspectiva de las cosas. Jueces, médicos, abogados o profesores de bien ganada reputación se enfrentan a situaciones difíciles para las que no están preparados, no importa su experiencia o capacidad demostrada hasta entonces.
Sus novelas se leen con interés, porque la historia que nos cuenta está tratada como si fuera una novela de intriga: la impaciencia por leer la página siguiente es grande.

Su premiada Amsterdam (1998)  y Sábado (2005) son claros ejemplos de lo que digo, pero posiblemente su obra más conocida sea Expiación (2001), más por la película que se rodó basada en ella que por la propia novela.

Entre las novelas malogradas, incluyo Amor perdurable (1997), con un arranque magnífico pero un desarrollo nefasto: ¿qué hace McEwan escribiendo sobre psicópatas? Pues seguramente lo mismo que escribiendo sobre espías en otra obra malograda (mala de solemnidad, para mí), Operación Dulce (2012): probar cosas. Y eso es algo que sin duda dignifica al autor, que podría haberse acomodado en su papel de entomólogo de la burguesía británica y, en cambio, se aventura en otros terrenos.
No siempre le sale mal: On Chesil Beach es una novela excelente en la que no faltan los dilemas morales, pero que afectan a unos personajes muy jóvenes, y que acabarán condicionando no solo su presente sino también su futuro.

En La ley del menor, tenemos al gran McEwan, en todo su esplendor. Aquí la protagonista absoluta es una jueza, cercana a la sesentena, en la cumbre de su carrera, a la que se le abren varios frentes, algunos simultáneos, algunos consecutivos, uno de pareja y los otros de trabajo.
Esta mujer, acostumbrada a juzgar la vida de los demás, se encontrará en unas circunstancias que la harán tomar decisiones difíciles e improvisadas.

Es una excelente novela que deja poso después de leída.

McEwan, además, escribe novelas bastante cortas y en un inglés fácil de entender, de frases muy directas y sencillas, lo que lleva aparejada la ventaja de permitir practicar su idioma de manera entretenida.

sábado, 7 de mayo de 2016

El MacGuffin

¿No han estado entreteniendo todo el tiempo a la manera del gran Hitchcock?

Artículo de Xavier Navarro en D&R

viernes, 8 de abril de 2016

¿Qué es lo prioritario?

La declaración de rebeldía del gobierno de Mariano Rajoy, negando legitimidad al parlamento para que controle su actuación gubernamental, deja a nuestro sistema político más próximo al franquismo que al de una democracia parlamentaria, porque las Cortes de Franco no tenían capacidad de controlar al gobierno, como quedó patente cuando surgió el llamado caso Matesa.

Sobre este tema adjunto un enlace a un artículo mío en la revista D&R
De Matesa a Rajoy, la falta de control parlamentario


Imagen publicada en lainformacion.com (06/04/2016)
El comportamiento del Partido Popular está, por lo tanto, más próximo al de un sistema dictatorial que al de un sistema democrático. De hecho, su actuación a lo largo de toda la legislatura ha sido también de este estilo, porque si bien le estuvo permitido por la mayoría absoluta de diputados que obtuvo, es necesario recordar que la consiguieron con solo el 44,6% de los votos y 32,9% del censo. Es decir, solo uno de cada tres españoles con capacidad de voto se lo dio al Partido Popular, porcentaje que, desde luego, no avalaba la política sectaria que ha llevado a cabo durante estos últimos cuatro años. El Partido Popular, que tanto critica que el parlamento catalán tome medidas independentistas con más del 48% de los votos, ha estado tomando medidas absolutistas con menos del 45%.

Si a todo ello añadimos la corrupción sistemática del Partido Popular, que ha perjudicado notablemente las arcas públicas y el bienestar de los ciudadanos, que han sufrido la carencia de unos servicios a los que tenían derecho porque el dinero público con el que había que pagarlos se desvió a manos privadas, resultaría incomprensible que no fuera desalojado del poder y sometido a investigación parlamentaria de forma inmediata por los partidos que tienen la capacidad para hacerlo.

Reforzar la esencia del régimen democrático es una prioridad que en ningún caso debería dejarse para más adelante o sencillamente olvidarla por intereses partidistas, porque desde el buen y honrado funcionamiento de las instituciones es como se podrán adoptar medidas para encarar y solucionar otros problemas, que sin duda tienen efectos más graves sobre los ciudadanos (desigualdades, carencias, etc.), pero que no pueden ser abordados desde un sistema deteriorado y corrupto.