domingo, 8 de enero de 2017

Tan poca vida. ¿Una gran novela o una novela grande?

Lo primero, el apecto: el título y la portada.

No me gusta el título en español. El más literal "Un poco de vida" o hasta "Una vida sin importancia" me hubieran parecido mejores. Para mí Tan poca vida no representa lo que es la novela.
Me encanta la portada. Es la misma que la de la edición original y no podría ser más adecuada. Este rostro que aparentemente muestra mucho dolor se titula, en realidad, Orgasmic Man. La ambigüedad de la expresión, lo difícil que es identificar cuándo un rostro refleja dolor y cuándo el placer de un orgasmo me parecen características muy adecuadas para recoger el espíritu de la novela. No está de más recordar que el autor de la fotografía, Peter Hujar, murió de Sida, es decir, tras un sufrimiento no ajeno tampoco al tema de la novela.


Lo segundo, el contenido.

Es un novelón de 1002 páginas. Como las novelas rusas del XIX, pero también como muchas novelas de ahora, que han ido creciendo en tamaño conforme el género ha sido declarado en crisis porque se supone que ya nadie lee. Mundo contradictorio este.
Ahora el tamaño importa. Cuando una novela es muy larga, inmediatamente la crítica la toma en consideración, sin que a veces parezca que nada más sea tenido en cuenta. Los americanos son los reyes en esto del tamaño: David Foster Wallace, Joyce Carol Oates, John Irving y un largo etcétera de autores que escriben largo, muy largo. Y no me olvido de George R.R. Martin, por supuesto, que es el amo de la longitud.
Y qué decir de algún europeo, como  Karl Ove Knausgård, cuya autobiografía va ya por los seis tomos.
Tampoco los españoles escapan a la moda: El laberinto de los espíritus, de Carlos Ruiz Zafón, tiene más de 900 páginas y Patria de Fernando Aramburu, 650.
Seguro que hay más ejemplos.

De la mayoría de novelas largas actuales que he leído puedo afirmar que se puede contar lo mismo en muchas menos páginas, solo hay que quitar lo superfluo. Muchas de ellas contienen largos párrafos completamente suprimibles. Subtramas o divagaciones que nada añaden y en nada ayudan a la historia principal. Menciono una notable excepción: John Irving, un maestro yéndose por las ramas con sentido.
¿Es este el problema de Tan poca vida? No, no creo que le sobre gran cosa a esta narración. Se le pueden encontrar otros fallos. Alguno ajeno, como la traducción, con bastantes errores. Otros propios, como la descripción que hace del sur de España tal que si se hubiera documentado viendo Las Hurdes, de Buñuel: pasearon por la ciudad medieval, cuya estructura era un cubo de sal blanco reluciente, donde gatos atigrados dormitaban y agitaban la punta de la cola al paso de los carros (página 863). ¿Carros por las calles de la ciudad medieval? Más aún: Defiendes a alguien y resulta que su padrino es el ministro de Cultura español, y este te permite hacer una generosa donación para el mantenimiento de la Alhambra a cambio del privilegio de visitarla solo (página 864). ¿En serio, Hanya?
Lo malo de encontrar errores en un tema que el lector conozca es que le hace sospechar de lo que la autora haya escrito sobre otros que no conoce. Y eso hace que la novela se resienta.

Enrique de Hériz ha hecho una muy inteligente crítica de esta novela en El Periódico

Estoy de acuerdo con él en que las dos partes de la vida de Jude son poco realistas: todos los que le rodean en su primera etapa son abyectos, todos los que lo hacen en la segunda son ángeles.
De todas formas, imagino que eso forma parte de las intenciones de la autora, no creo que se le pasara por alto. Supongo que quería demostrarnos que, cuando al principio todo es tan malo, luego ya no hay remedio que valga: no hay redención, que podría dar origen a otro bonito título para la novela: Sin redención.
También resulta increíble, puestos a ello, que Jude sea capaz de superar tanto dolor físico, tanta enfermedad. Me recuerda a esos westerns o a esas películas de acción en la que cada pelea bastaría para que el protagonista muriera, pero él siempre sigue adelante, hasta que acaba con el malo y se queda con la chica. No es precisamente este el final de Jude, pero sí que hubiera podido morir casi en cada página de la novela, que tiene muchas.

¿De qué va pues esta historia? En mi opinión de que cuando se ha superado un cierto nivel de sufrimiento físico y psicológico, cuando la desconfianza hacia los demás es absoluta, cuando el respeto por uno mismo está bajo límites, cuando alguien piensa que es incapaz y no merecedor de ningún tipo de felicidad, entonces la busca y encuentra en el dolor, en aquello que es conocido, en aquello que le hace sentir. Jude, para mí, es un masoquista. En realidad no quiere que las cosas mejoren, porque cuando lo hacen él se siente mal y solo recupera la paz en el sufrimiento. Su pasado le impide disfrutar del presente y lo único que le mantiene vivo es el dolor.
Es una novela devastadora, en la que la historia de Jude es lo único que importa. Sus amigos son comparsas. Triunfadores por obligación del guión. Su relación con William resulta increíble, como su adopción por parte de Harold y Julia. No mucho más creíble resulta la gran carrera de Jude en el bufete de abogados: se pasa media vida enfermo, ¿qué empresa no solo aguanta sino que premia algo así?
Pero en el fondo todo esto da igual, porque lo que Hanya quiere es que suframos mientras leemos el sufrimiento de Jude. Y a fe que lo consigue. Y también consigue que luego, cuando dejemos la novela, ya terminada de leer, nos sigan atormentando todos los tormentos de Jude: sus cuchillas, sus muñones, su piel, sus torturadores...


Un poco de piedad, Hanya, por favor