sábado, 27 de agosto de 2016

El libro de los Baltimore. Joël Dicker


El libro de los Baltimore es una novela americana escrita en francés por un suizo. Es decir, no es auténtica.

Nada en ella lo es. Ninguno de los paisajes o ciudades por los que transitan los personajes tiene esencia. Se habla de Baltimore, Miami o Nueva York como si fuera la Ginebra natal del autor: lugares asépticos, intercambiables, sin personalidad. Diríase que los personajes solo cambian de habitación en lugar de cambiar de ciudad, estado y clima. Al leer la novela no se siente el frío invierno de Nueva York ni el calor tropical de Miami; no se respira el aire de Los Hamptons en verano ni se capta el espíritu de Baltimore: no sé nada de Baltimore después de haber leído este libro.

Tampoco los personajes cambian ni evolucionan, parece que los años que transcurren sean solo días, y de ello tiene buena parte de culpa la tramposa forma de narrar de Dicker, que crea intriga mediante el fácil recurso de estar saltando continuamente a lo largo del tiempo, adelante y atrás, a pura conveniencia del relato, destrozando cualquier visión lineal del tiempo y de la evolución de los personajes.
Sabemos que hubo un "Drama", porque el autor nos los recuerda sin descanso, pero cuando el "Drama" llega, ya al final de la novela, nos pasa un poco como al del cuento: cuando el lobo llega ya nadie se lo cree y entonces se come a las ovejas. De igual manera, cuando el "Drama" llega la historia entera se cae a pedazos, porque aquello que se ha venido anunciando durante tantas páginas ya no conmueve. Dicker ha elevado tanto el listón, son tantas las cosas que suceden, a menudo sin qué recordemos cuáles fueron antes y cuáles después, y tantas las expectativas que genera con el "Drama", que este no constituye el climax, sino una más de las cosas que pasan.


Y es que los personajes, como los lugares, tampoco tienen vida, solo acontecimientos vividos para ser narrados. Les pasan tantas cosas como Dicker quiere que les pasen, pero ellos no las viven. El personaje de Saul, por poner un ejemplo, es completamente plano. Es igual cuando está arriba como cuando está abajo, cuando es feliz como cuando no lo es, cuando es joven como cuando es mayor. Los mismo sucede con Alexandra, que vive la misma vida siendo una estudiante que siendo una estrella de fama mundial.
No he sido capaz de apreciar el sufrimiento de estas familias, de sentir empatía por ellos o de aborrecerlos por haber actuado mal, no me han emocionado. 
Eso sí, todo lo que sucede es muy entretenido, engancha, gusta. De ahí el éxito que ha obtenido la novela. Pero son tantas las cosas que pasan que al final no hay ninguna que destaque. El nivel está tan alto que no hay clímax, de ahí que cuando lleguemos al "Drama", nos deje indiferentes.
 

En cierto sentido, me ha ocurrido lo mismo que con El bar de las grandes esperanzas, la autobiografía de J.R. Moehringer. 
El hecho de estar escrito en primera persona y de que el protagonista sea un escritor que está escribiendo el libro sobre los Baltimore (menudo recurso), otorga a la novela de Dicker un cierto aire a autobiografía, al mismo tiempo que las memorias de Moehringer tienen bastante de novela, porque hay mucho adorno en sus recuerdos. Es decir, ambos libros son un poco impostores, ninguno de ellos es lo que nos dicen sus autores que son. Si bien el de Moehringer tenía, al menos, una primera parte conmovedora, donde la ausencia del padre se sentía con fuerza, con la fuerza que sabe transmitir un buen escritor. Dicker, en cambio, escribe como si alguien lo hubiera contratado para que nos entretuviera durante el verano.

miércoles, 3 de agosto de 2016

La ley del menor. Ian McEwan

Ian McEwan, que lleva escritas ya una quincena de obras, es, en mi opinión, uno de los autores actuales más interesantes. Sabe diseccionar la clase media alta de su país y someterla a dilemas morales como solo los grandes escritores son capaces de hacer.
No me gustan todas sus obras, pero las que sí me gustan me parecen espléndidas. En todas ellas los protagonistas se ven sometidos a situaciones que alteran su vida, habitualmente plácida y segura, y su perspectiva de las cosas. Jueces, médicos, abogados o profesores de bien ganada reputación se enfrentan a situaciones difíciles para las que no están preparados, no importa su experiencia o capacidad demostrada hasta entonces.
Sus novelas se leen con interés, porque la historia que nos cuenta está tratada como si fuera una novela de intriga: la impaciencia por leer la página siguiente es grande.

Su premiada Amsterdam (1998)  y Sábado (2005) son claros ejemplos de lo que digo, pero posiblemente su obra más conocida sea Expiación (2001), más por la película que se rodó basada en ella que por la propia novela.

Entre las novelas malogradas, incluyo Amor perdurable (1997), con un arranque magnífico pero un desarrollo nefasto: ¿qué hace McEwan escribiendo sobre psicópatas? Pues seguramente lo mismo que escribiendo sobre espías en otra obra malograda (mala de solemnidad, para mí), Operación Dulce (2012): probar cosas. Y eso es algo que sin duda dignifica al autor, que podría haberse acomodado en su papel de entomólogo de la burguesía británica y, en cambio, se aventura en otros terrenos.
No siempre le sale mal: On Chesil Beach es una novela excelente en la que no faltan los dilemas morales, pero que afectan a unos personajes muy jóvenes, y que acabarán condicionando no solo su presente sino también su futuro.

En La ley del menor, tenemos al gran McEwan, en todo su esplendor. Aquí la protagonista absoluta es una jueza, cercana a la sesentena, en la cumbre de su carrera, a la que se le abren varios frentes, algunos simultáneos, algunos consecutivos, uno de pareja y los otros de trabajo.
Esta mujer, acostumbrada a juzgar la vida de los demás, se encontrará en unas circunstancias que la harán tomar decisiones difíciles e improvisadas.

Es una excelente novela que deja poso después de leída.

McEwan, además, escribe novelas bastante cortas y en un inglés fácil de entender, de frases muy directas y sencillas, lo que lleva aparejada la ventaja de permitir practicar su idioma de manera entretenida.

sábado, 7 de mayo de 2016

El MacGuffin

¿No han estado entreteniendo todo el tiempo a la manera del gran Hitchcock?

Artículo de Xavier Navarro en D&R

viernes, 8 de abril de 2016

¿Qué es lo prioritario?

La declaración de rebeldía del gobierno de Mariano Rajoy, negando legitimidad al parlamento para que controle su actuación gubernamental, deja a nuestro sistema político más próximo al franquismo que al de una democracia parlamentaria, porque las Cortes de Franco no tenían capacidad de controlar al gobierno, como quedó patente cuando surgió el llamado caso Matesa.

Sobre este tema adjunto un enlace a un artículo mío en la revista D&R
De Matesa a Rajoy, la falta de control parlamentario


Imagen publicada en lainformacion.com (06/04/2016)
El comportamiento del Partido Popular está, por lo tanto, más próximo al de un sistema dictatorial que al de un sistema democrático. De hecho, su actuación a lo largo de toda la legislatura ha sido también de este estilo, porque si bien le estuvo permitido por la mayoría absoluta de diputados que obtuvo, es necesario recordar que la consiguieron con solo el 44,6% de los votos y 32,9% del censo. Es decir, solo uno de cada tres españoles con capacidad de voto se lo dio al Partido Popular, porcentaje que, desde luego, no avalaba la política sectaria que ha llevado a cabo durante estos últimos cuatro años. El Partido Popular, que tanto critica que el parlamento catalán tome medidas independentistas con más del 48% de los votos, ha estado tomando medidas absolutistas con menos del 45%.

Si a todo ello añadimos la corrupción sistemática del Partido Popular, que ha perjudicado notablemente las arcas públicas y el bienestar de los ciudadanos, que han sufrido la carencia de unos servicios a los que tenían derecho porque el dinero público con el que había que pagarlos se desvió a manos privadas, resultaría incomprensible que no fuera desalojado del poder y sometido a investigación parlamentaria de forma inmediata por los partidos que tienen la capacidad para hacerlo.

Reforzar la esencia del régimen democrático es una prioridad que en ningún caso debería dejarse para más adelante o sencillamente olvidarla por intereses partidistas, porque desde el buen y honrado funcionamiento de las instituciones es como se podrán adoptar medidas para encarar y solucionar otros problemas, que sin duda tienen efectos más graves sobre los ciudadanos (desigualdades, carencias, etc.), pero que no pueden ser abordados desde un sistema deteriorado y corrupto.

viernes, 1 de abril de 2016

"La desfachatez intelectual", de Ignacio Sánchez-Cuenca

No descubro nada nuevo si digo que los grandes medios de comunicación son los encargados de crear opinión pública. Su amplia difusión hace que aquello que publican en sus páginas influya sobre lo que los lectores piensan sobre las materias que tratan. No solo eso, sino que también influyen sobre qué materias hay que tratar. Si, pongamos por caso, un medio quiere demostrar que los nacionalismos periféricos son un gran problema para España, publicará artículos sobre el tema en abundancia, en los que los articulistas se mostrarán muy preocupados sobre la cuestión y le achacarán la culpa de algunos de los grandes males que nos acaecen.

La fama y renombre de quienes escriben estos artículos son directamente proporcionales al caso que sus lectores les hacen. No tiene la misma repercusión un artículo firmado por mí que otro firmado por, digamos, Antonio Muñoz Molina: un artículo mío tiene un universo de lectores muy limitado y un crédito mucho menor, de ahí que la toma de postura de escritores de prestigio resulte muy importante en la configuración de la opinión popular.
Cuando ellos afirman, sin ninguna duda, que las causas de nuestros males son unos unos y que las recetas para curarlos son otros, poca gente pone en duda sus afirmaciones, porque se les supone informados y con la capacidad intelectual suficiente para esperar que tengan razón.

De ahí la importancia de la aparición del libro La desfachatez intelectual, de Ignacio Sánchez-Cuenca, que repasa un buen número de artículos y libros firmados por escritores metidos a analistas políticos y nos muestra sus inconsistencias, sus contradicciones, sus errores. No es que discrepe de sus opiniones, que también, sino que demuestra lo poco documentados que son sus escritos, convirtiéndose así en un toque de atención para los lectores, que no siempre dominan las materias sobre las que leen, que por ello buscan informarse y confían en el prestigio de sus escritores.
Si eso es fundamental en un artículo de opinión política, que puede estar influido por la ideología del autor, pero que ha de respetar la veracidad de los hechos que mencione, mucho más aún ha de ser así en los libros más "científicos", como los dedicados a la economía, escritos por economistas.
Sánchez-Cuesta elabora una larga relación de errores que ha encontrado tanto en unos como en otros, que ni el medio de comunicación en el que aparecieron comprobó ni tampoco lo hicieron ninguno de los corifeos que aplaudieron su publicación.

Detallarlos aquí sería hacer un spoiler al libro, que se lee con avidez, porque es como una historia de misterio en la que vas averiguando datos y nombres a medida que avanzas. Quiero solo indicar que una buena parte del libro está dedicado a tratar sobre artículos dedicados al nacionalismo y al terrorismo vascos y otra a sendos libros de Antonio Muñoz Molina, César Molinas y Luis Garicano, que alcanzaron bastante notoriedad dentro del mundo "intelectual", en tanto que a lo largo de todo el libro van surgiendo nombres precisamente de esta "intelectualidad" (¿orgánica?) que han venido opinando sobre todo sin, por lo visto, tener mucha formación de casi nada.

Un libro estimulante, ágil, indignante por momentos pero divertido si se pone un poco de distancia.

martes, 23 de febrero de 2016

BCN World: las grietas del independentismo

El nacionalismo solo es transversal e integrador cuando se lucha contra un enemigo común (real o imaginario), pero llega un momento en el que la realidad de los intereses particulares se impone al sueño ilusorio de la unidad, entonces todo se resquebraja y las luchas fratricidas superan a la lucha contra el enemigo exterior. Entretanto, mucho tiempo y esfuerzo perdidos.

  • BCN World es el primer toque de aviso. No solo la CUP está en contra, sino que los partidarios del proyecto tampoco están de acuerdo entre ellos.
  • El proyecto del trasvase del Ebro es otro punto de conflicto entre colectivos catalanes: los payeses de Lleida por un lado, los regantes de la margen derecha por otro y los de la margen izquierda por un tercero.
  • Y en Premià de Dalt la propuesta de la CUP de retirar el título de hijo predilecto de la ciudad a Jordi Pujol ha chocado con la oposición de CDC y ERC.
Continuará...
Ver mi artículo en el Magazine D&R
BCN World: las grietas del independentismo


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domingo, 14 de febrero de 2016

Artur Mas, la contingencia de la incontinencia.


         El pasado viernes doce de febrero me crucé con Artur Mas en la calle, concretamente en el tramo central de la Diagonal de Barcelona, entre Tuset y Balmes. Eran alrededor de las cinco de la tarde de un día festivo, porque se celebraba Santa Eulalia, una de las patronas de la ciudad (sí, los santos siguen marcando el calendario festivo), y el ex presidente caminaba solo: sin compañía ni guardaespaldas que anduvieran tras él. No los necesitaba, porque, a excepción de mi mujer, que fue quien me advirtió de su presencia, nadie reparaba en él. 
       Mas iba vestido con una americana azul marino, una camisa clara sin corbata y unos vaqueros oscuros. Llevaba en la mano una bolsa como las que te dan en las tiendas de ropa de buen nivel: de papel recio, con asas; blanca. Sin embargo, aquel día las tiendas estaban cerradas, de modo que no venía de comprar. Aquella mañana había acudido a la inauguración de la línea 9 del metro, cuyas obras él había tenido tanto tiempo paradas. No sé en calidad de qué había asistido, porque ya no tiene ningún cargo oficial. Es posible, por lo tanto, que en la bolsa llevara un folleto publicitario de la nueva línea, o puede que, aprovechando este invierno primaveral que tenemos, hubiera ido a comer a un parque y transportara la fiambrera, ya vacía.

Los 7 magníficos inaugurando la L9.
Artur más, a la derecha, el único de los siete sin cargo público

         Nunca lo había visto al natural y me pareció desmejorado con respecto a la imagen que da en televisión: algo despeinado, envejecido, con la piel cetrina, falta de brillo y color. Tal vez eso se debiera a la ausencia de maquillaje, pero lo que no engañaba era su expresión: de enfado, con las ventanas de la nariz abiertas, como un dragón a punto de expulsar fuego o como si el aire oliera mal. Nos miramos mutuamente, él tal vez algo aliviado porque alguien lo había reconocido. Su semblante me recordó al de un solterón cabreado con un mundo que no comprende sus manías y lo condena a la soledad. Quizá era eso lo que sentía: la soledad de quien hasta hacía muy poco tiempo había pretendido ser una especie de Moisés que debía conducir al pueblo catalán hacia la tierra prometida y que en apenas un mes se había convertido en un paseante anónimo por una zona burguesa de su propia ciudad.
         Después de pasar junto a su lado me di la vuelta, para ver si el resto de la gente con la que se cruzaba lo reconocía y se fijaba en él. No me dio la impresión de que nadie lo hiciera. Al menos nadie volvía la cabeza como yo lo había hecho. Visto de espaldas, Mas ofrecía también una imagen triste, de derrota. Llevaba sus hombros rígidos, muy elevados, como si unos hilos invisibles tiraran hacia arriba de las hombreras de su americana, dejándolo cuellicorto. El psicólogo Alexande Lowen habría dicho que estaba como colgado de una percha, debido al miedo, porque según él los hombros se levantan con el miedo. Al llegar al semáforo de la calle Balmes se detuvo, porque estaba en rojo: los tiempos en los que esto no era un obstáculo para Artur Mas habían quedado atrás, probablemente de forma definitiva. En este mundo frenético, cuando alguien desaparece del foco durante una temporada es casi imposible que pueda volver a él. Olvidamos mucho y muy rápido.

         Somos eventuales, dependemos del aleteo de una mariposa. En el caso de Mas, su mariposa tiene nombre y se llama CUP. Un día (no muy lejano) sus militantes hicieron una asamblea para decidir si aceptaban o echaban al entonces presidente en funciones, y la votación acabó en empate. Según me dijo uno de quienes participaron, el empate fue real y solo con que hubiera habido un voto de más en alguna de las dos opciones, la decisión final habría sido respetada. Es posible que si uno de los asistentes a aquella asamblea hubiera tenido una vejiga con más capacidad y no hubiera estado orinando durante la votación, el día de Santa Eulalia no me hubiera cruzado con Artur Mas en la Diagonal de Barcelona, o mi mujer y yo hubiéramos tenido que esperarnos a que su coche oficial la cruzara con el semáforo en rojo. Y es que lo del aleteo de la mariposa queda muy poético, pero la realidad suele estar más próxima a la incontinencia y, cuanto antes la aliviemos, mejor.

domingo, 7 de febrero de 2016

La "pirámide" del PP

Lo público, ¿no es de nadie, como algunos quieren que creamos, o es de todos?


Artículo en D&R magazine: Me engañaste, me engañaste


No nos dejemos engañar.

miércoles, 27 de enero de 2016

Albert Ballesta ¿A quién elegimos cuando votamos?

Albert Ballesta i Tura es, desde el día 26 de enero, el alcalde de Gerona*. ¿Cómo ha llegado a ocupar dicho cargo? Pues, aunque parezca mentira, es bastante largo de explicar y más parece un relato de ficción que una historia real de política.

Erase una vez un presidente de la Generalitat de Catalunya, llamado Artur Mas, que el 14 de enero de 2015 anunció que convocaría elecciones anticipadas para el 27 de setiembre de aquel año. Unas elecciones anticipadas son una medida excepcional, que un gobierno toma cuando ha perdido la mayoría parlamentaria o se produce una situación de inestabilidad que hay que solventar cuanto antes, pero Mas planificaba unas elecciones anticipadas con más de ocho meses de adelanto.
Para dichas elecciones se formó Junts pel sí, una coalición electoral formada por CiU, ERC y algunos independientes, que encabezaba Raül Romeva. Sin embargo, los miembros de la coalición habían acordado que el candidato a la presidencia no sería él, sino Artur Mas, que era el cuarto de la lista, algo que nunca expresaron en público.

Junts pel sí obtuvo 62 diputados en las elecciones, lejos de la mayoría absoluta, que solo podía alcanzar sumando los 10 diputados de la CUP, una de cuyas exigencias era que Artur Mas no fuera el presidente. Son conocidas las largas negociaciones que se produjeron entre estas dos coaliciones, que acabaron con un acuerdo cuando menos curioso desde el punto de vista de la democracia: Junts pel sí renunciaba a que Mas fuera el presidente pero a cambio exigía la dimisión de dos diputados de la CUP. ¿Algunos en concreto? Pues no, eso quedaba a elección de la propia CUP. Es decir, no es que hubiera dos diputados que a Junts pel sí no le gustaran especialmente, sino que por lo visto era solo una cuestión de números: si Junts pel sí renunciaba a su candidato, la CUP debía renunciar a dos de ellos. Nada ilegal, pero un poco feo, que en fino se dice poco estético.
A mí me recordó un chiste muy antiguo en el que un guardia civil y un delincuente rescatan a un ricachón de morir ahogado. Agradecido, el ricachón les dice que pidan lo que quieran, que se lo concederá. Eso sí, al guardia civil el doble, por ser un representante de la ley. Entonces el delincuente responde: quiero que me saquen un ojo.

En fin. Sigamos con la historia. Mas se fue y Junts pel sí escogió nuevo candidato: Carles Puigdemont, que era el alcalde de Gerona desde hacía pocos meses, puesto que en mayo se habían celebrado elecciones municipales. 
¿Recuerdan cómo pusieron el grito en el cielo los voceros del independentismo y de la derecha en general cuando se especuló que Ada Colau podría dar el salto y presentarse a las generales? Dijeron que sería un fraude para los barceloneses, porque ella hacía muy poco tiempo que había sido elegida para ser alcalde de Barcelona.
¿Les importó que Puigdemont estuviera en la misma situación? No. 
¿Era Puigdemont el número uno de la lista de Junts pel sí de Gerona para las atonómicas? Tampoco. El número uno era el cantante Lluis Llach, retirado de los escenarios, empresario vitivinícola (¡a qué precios van sus vinos!, consulten, consulten) y, por lo visto, gran experto en asuntos de gestión política. Puigdemont era el tercero.

Muy bien, ya tenemos President de la Generalitat. Pero habían desnudado un santo para vestir a otro: Gerona se había quedado sin alcalde. Había que buscar otro. Entonces, la gente pensante de Junts pel sí fue recorriendo la lista: ¿el segundo? No, ¿el tercero? no, ¿el cuarto? Tampoco. Ninguno de los que habían puesto les gustaba... hasta que encontraron al candidato ideal en el puesto decimonoveno. Allí estaba Albert Ballesta i Tura, el gran tapado. ¡Qué cara se les debió quedar a los diecisiete que iban antes! ¿Son todos unos inútiles? Entonces para qué los pusieron.
Tan de sorpresa le pilló el nombramiento a Ballesta, y tan poca idea de política tiene, que el día que tomó posesión del cargo lo hizo mal, no pronunció ninguna fórmula legal y tuvo que repetir la toma de posesión cuatro días después.

Esta es la historia del actual acalde de Gerona, al que me gustaría saber si alguno de los votantes de Junts pel sí de aquella ciudad habría podido imaginar que sería la persona a la que estaba eligiendo para el cargo con su voto.

Y es que Cataluña es un país modelo y, cuando seamos independientes, no solo ataremos los perros con longanizas, sino que impartiremos por todo el mundo clases de democracia, transparencia, corrupción… perdón, no, quiero decir de formas de evitar la corrupción, no sé en qué estaría pensando.

* Sé que en catalán Gerona se dice Girona, pero es un error (demasiado frecuente y politizado) escribir la palabra en catalán en un documento en castellano, porque existe nombre castellano: Gerona. Igual que los catalanes, cuando escriben en catalán, dicen, por ejemplo: Saragossa por Zaragoza, o Llorca por Lorca.