miércoles, 3 de noviembre de 2010

Obama y el Tea party; Zapatero y el orujo gallego


Nunca le damos a la historia la importancia que tiene. Ella siempre  está ahí, para enseñarnos cosas, para recordarnos que, casi sin excepción, lo que ocurre tiene un precedente y que estudiando el pasado podemos comprender el presente y anticipar el futuro o modificarlo. Pero en estos tiempos que corren, la historia no es la asignatura más popular, tal vez porque haya a quien no le interese que comprendamos la actualidad, no fuera que la cuestionáramos y tratáramos de cambiarla.

Veamos un ejemplo contundente: Hitler sólo pudo llegar al poder porque, en una época de crisis devastadora, los trabajadores alemanes le votaron.  Tal vez nadie suponía lo que tal elección acarrearía, pero lo que pasó después de que él llegara al poder sí que lo sabemos todos, y no deberíamos olvidarlo.

Es el caso más emblemático y radical pero, unos años después, y salvando las obvias distancias, los votantes eligieron a Ronald Reagan en Estados Unidos y a Margaret Tatcher en el Reino Unido. No impusieron una dictadura, pero recortaron en buena medida los derechos de los trabajadores y la asistencia social.

Ahora, los estadounidenses, espoleados por el clan del Tea party, han llevado a los republicanos a la mayoría en el Congreso, mientras que los ingleses han elegido a David Cameron para primer ministro.

¿Qué tienen en común todos ellos? Son políticos que ganaron unas elecciones en situaciones de crisis económicas porque los trabajadores les votaron. Los trabajadores son de largo el grupo social (antes clase) más numeroso, así que un político no gana si no le votan los trabajadores.

¿Y por qué los trabajadores votan a unos políticos que después actúan en su contra? En tiempos convulsos los trabajadores tienden a elegir gobiernos autoritarios (fuertes, se hacen llamar ellos mismos), con la equivocada idea de que les protegerán. ¿De qué piensan los trabajadores que estos gobiernos les protegerán? De sus miedos: de la maquinaria estatal que les han hecho creer que es inútil y cara, de los distintos, ya sean los inmigrantes que suponen que les roban sus puestos de trabajo, los que profesan otra religión, tienen otro color o hablan otra lengua, etc. Argumentos populistas que atraen con facilidad.
Pero lo que sucede en realidad es que estos gobiernos, apelando a conceptos abstractos y grandilocuentes como la seguridad y la libertad del individuo, desmontan todo lo que el estado del bienestar ha construido y que, paradojicamente, beneficia precisamente a quienes les votan para que acaben con él.

No es cierto que privatizar servicios estatales sea más eficiente. No por repetirla muchas veces una mentira se convierte en verdad, pero cuando nos machacan constantemente con la afirmación de que la gestión privada es más eficiente que la pública al final acabamos por creérnosla.

La eficiencia de un servicio público no hay que medirla en términos de ganancia sino en los propios términos de la prestación del servicio: un servicio público, por definición, NO es un negocio. El Estado no monta un hospital o una escuela para ganar dinero, sino para servir al público.
¿Cómo va a ser más eficiente un servicio que busca el lucro (gestión privada) que uno que busca simplemente el mejor servicio (gestión pública)? ¿Qué empresario privado querrá dar mejor atención a un enfermo sabiendo que le va a costar más? ¿Qué empresario privado mantendrá una alta frecuencia de pasos de trenes sabiendo que si pone menos ganará más? ¿Qué empresario privado regentará una escuela gratuita si lo que quiere es hacer negocio?

Una de las expresiones mágicas que usan estos gobernantes para convencer a los pobres trabajadores es: bajaremos los impuestos.
¿Qué impuestos bajarán? Los de los empresarios, por supuesto. También los nuestros, claro, un pequeño porcentaje de nuestro salario pasará a nuestros bolsillos.
¿Y, a cambio, qué tendremos que pagar? ¿Qué pasará el día que necesitemos ser sometidos a una importante operación quirúrgica, ir a la universidad o desplazarnos cada día para ir al trabajo? Tendremos que pagarnos una mutua que (con suerte) nos cubra la intervención, pagar elevados importes por matrícula y mensualidades o comprarnos un coche, y gastar en gasolina, peajes y aparcamientos. ¿Nos costará todo ello menos que los impuestos que nos rebajaron?

En El País del pasado domingo, 31 de octubre, el líder del Partido Popular, Mariano Rajoy, en una amplia entrevista, manifestaba su acuerdo con las medidas que está tomando David Cameron en Inglaterra. ¿Cuáles son? Privatizar servicios públicos, bajar los impuestos y echar funcionarios.

¿Cuál será el precio que los trabajadores tendremos que pagar por ello si le damos nuestro voto?

Todavía falta mucho, pero pensemos en ello. Yo, al menos, prometo insistir y recordarlo.

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