sábado, 5 de marzo de 2011

John Galliano y la intimidad

No voy a defender las palabras de John Galliano declarando su amor por Hitler, pero sí voy a defender su derecho a decirlas, su derecho a no ser grabado suprepticiamente mientras hablaba y, sobre todo, su derecho a que no fueran colgadas en youtube y sirvieran para crear un escándalo.
La conversación se desarrolla en un café, de forma privada. La inician quienes la graban, precisamente porque están ante un "famoso" y grabándola quieren dejar constancia del fascinante hecho de haber estado sentados en la mesa vecina a la del gran diseñador. Puedo imaginarme su excitación cuando se dieron cuenta de que habían grabado aquellas declaraciones: lo que sólo hubiera sido un pequeño vídeo con el que presumir ante la familia y amigos (mira, ¡estuvimos junto a John Galliano!), se convirtió en un premio gordo de lotería por las tonterías que masculló un hombre bebido.
Mientras dura la conversación, quienes la graban (que, por cierto, permanecen siempre ocultos, impunes) no se muestran gravemente ofendidos, más bien al contrario, parecen falsamente escandalizados (oh my God!) y sobre todo divertidos, puesto que se escuchan sus risas todo el rato. Pero se dieron cuenta de que tenían un gran material en la mano. Nada menos que a John Galliano diciendo que le gustaba Hitler y que la chica era fea y que sus padres hubieran sido gaseados y que... y que estaba borracho y seguramente no tenía ningunas ganas de que los de la mesa de al lado le molestaran con sus impertinencias simplemente porque era John Galliano.
¿Cuántos de nosotros podríamos encontrarnos en una situación parecida si nos grabaran cada vez que nos metemos con un compañero de trabajo, un miembro de la familia o un vecino? ¿Nunca hemos insultado a nadie? ¿Nunca hemos estado borrachos y hemos dicho alguna tontería de la que nos hemos arrepentido (si nos hemos acordado) al recuperar la sobriedad? ¿Nos inhabilitaría ello para nuestro tabajo o ante la sociedad?

La privacidad está muerta y le hemos matado entre todos, porque si no hubiera espectadores nadie se preocuparía de grabar imágenes de famosos diciendo tonterías, peleándose por herencias o vendiendo sus odios familiares; no habría periodistas venidos a menos queriéndonos hacer creer que es un espectáculo interesante mostrar la vida de unos personajes cuyo único mérito es precisamente dejarse grabar hurgándose la nariz o sobando a la vecina o vecino de cama; se acabarían los telediarios convertidos en una sucesión de imágenes truculentas sobre accidentes y catástrofes, imágenes del dolor de familiares y amigos de una mujer asesinada, de un niño atropellado o de un militar muerto en Afganistán.
Y no habría cazadores como los del café de La Perle, que se creyeron con el derecho a grabar a la persona de la mesa de al lado simplemente porque era un hombre famoso, del que se aprovecharon de su estado de embriaguez. ¿Eso no es punible?

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