lunes, 11 de junio de 2012

Sale el espectro. La declaración de Rajoy y la resurrección del sistema financiero.

Sale el espectro es el título en español de una gran novela (Exit Ghost) de Philip Roth, recientemente galardonado con el premio Príncipe de Asturias. En ella, un hombre ya mayor abandona su retiro en el campo para resolver unos asuntos en New York. Allí tendrá su particular epifanía de lo que es la vejez: al cáncer de próstata que ya arrastra se le unirá un (obvio) fracaso de relación con una chica mucho más joven que él y el reencuentro con una mujer de su edad a la que llevaba tiempo sin ver y que le servirá de espejo en el que contemplar su propia decrepitud.

Ayer, domingo, Mariano Rajoy, sin duda influenciado por el cada vez mayor poder de la iglesia católica española, creyó que el domingo era de gloria y no de pasión y se sintió elegido para comunicarnos la buena nueva de la resurrección del sistema financiero español (olvidando el posterior ascenso a los cielos de la prima de riesgo tras la resurrección).
Sin espejo en el que mirarse, se dedicó a contarnos una historia digna de los cuentos de hadas más edulcorados, sin darse cuenta de cuál era la imagen que proyectaba, que era, precisamente, la de un engreído contador de cuentos que se cree por encima de la audiencia y no la de el estadista que imagina ser.
¿De verdad imagina que lo es? Francamente, preferiría que fuera un sinvergüenza caradura capaz de mentir impunemente que un psicópata o un ignorante incapaz de distinguir el bien del mal, la sabiduría de la estupidez.
Su discurso, evidentemente dirigido a un público infantil (tal vez por el horario de la comparecencia), no fue, sin embargo, del agrado de los adultos, como tampoco lo ha sido su proceder desde que llegó al poder, votado por la mayoría, como tantos gobernantes lo han sido y han llevado a su país a la ruina, a la guerra o a ambas cosas.







Esto es, por ejemplo, lo que opina el New York Times de nuestro gran estadista: New York Times




Después del discurso, como niño aplicado que ha hecho sus deberes, el estadista se premió a sí mismo con un caprichito: ir a ver el partido de la selección española de fútbol. ¿Al estadio de la esquina? No, a Polonia. Claro que él, en su línea, nos lo ofreció como un sacrificio que hacía: seis horas de avión para un par de horas allá. Todo por España.
Ya lo vimos. Lo vimos exultante cuando España consiguió el gol del empate, junto a un tipo más joven y bastante alto que llevaba una bufanda con los colores de la bandera y que estaba acompañado de una mujer delgadita que ponía caritas y mohínes cada vez que las cosas salían bien o salían mal. Todos ellos como si nada hubiera pasado, como si España no estuviera en apuros y no fuera un digno detalle ahorrarse el dinero de estos viajes (¿cuánto nos costó?) y ver el partido en la tele. Claro que a lo mejor estaban siguiendo el ejemplo de nuestro jefe de Estado, que también considera que viajar por ahí es lo mejor para solucionar los problemas de España. Sí, ya sé, ellos no fueron a cazar elefantes, pero los detalles son los detalles.


Pero no se pueden pedir peras al olmo, ni sensatez al insensato, ni honradez al corrupto, ni clarividencia al corto de miras, ni ni ni ni

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