viernes, 15 de abril de 2011

Los recortes de Mas. Los recortes de Rajoy. Indignémonos de nuevo.

La política de recortes iniciada en Catalunya por el gobierno de Artur Mas pone en evidencia aquello que siempre trata de esconder cuando se atrinchera tras la etiqueta de nacionalista. A saber, que el gobierno de Convergència i Unió es de derechas.
Hoy en día muchos argumentarán que decir esto no es decir gran cosa, porque las ideologías se difuminan y se mezclan para pasar desapercibidas. Los partidos de izquierda se escudan en las exigencias de los mercados, los de derechas en la eficiencia y la buena gestión y los nacionalistas en lo que es bueno para el país.
Hay mucho de cierto en ello, sí, pero no hay que dejarse engañar por las apariencias, porque las diferencias entre unos y otros existen. Cuando Mas dice que son necesarios los recortes y estos se producen en la escuela y la sanidad públicas, pero se quiere eliminar el impuesto de sucesiones de las grandes fortunas, se apoya el contrato de becarios sin cobrar un euro, se ignoran los casos de corrupción dentro del seno de su propio partido y no se busca limitar la voracidad de las grandes empresas y bancos, está claro que los recortes no son buenos para todo el país.
Sus maniobras de distracción continúan. Apoyan referendums independentistas inútiles, mientras en el parlamento se abstienen ante propuestas con la misma intención, porque saben que una Catalunya independiente estaría abocada al fracaso, puesto que sería inviable sin su hinterland español (¿qué empresario importante apoya las ansias independentistas? ¿Qué viabilidad tiene una nación independiente sin el capital de sus empresarios?). Restringen la presencia de profesores de habla no catalana para mantenernos en el provincianismo relativista. Dan premios de toda clase y condición, que se reparten siempre entre cuatro, lo merezcan o no, porque no hay más. Inundan la televisión autonómica con noticias sin el menor interés ni trascendencia, pero que son de aquí. Y siguen llevando como bandera de unión al Barça en una época en la que dificilmente podrían encontrar mejor elemento aglutinador.
El tripartito no fue, está claro, un modelo de gobierno. Formado por líquidos de distinta viscosidad que nunca podían mezclar y devorado por los egos de sus cabecillas y sus ansias de poder, fue incapaz de llevar adelante un proyecto común. Mucho prestigio se perdió en las demandas de Esquerra Republicana, en el fiasco de l'Estatut maragalliano y en la muy escasa consistencia de los consellers de ICV, pero su política en materia social estuvo muchos kilómetros por encima de la que está emprendiendo Convergència i Unió. Pero quedaron más los ruidos que las nueces. Se consumieron solos.
Lo mismo ocurre con el PSOE y el PP. No son lo mismo. Lo notaremos cuando Rajoy llegue al poder. Entonces veremos cómo se privatizan empresas a cuyo frente se pondrán a personas afines, que empezarán a ganar dinero a espuertas y a despedir trabajadores. ¿Les suena? Claro. Es lo que acaba de anunciar Telefónica, poco después de anunciar también que había conseguido los mayores beneficios de su historia: César Alierta quiere echar a un veinte por ciento de trabajadores mientras él y sus consejeros se reparten bonus de millones de euros. ¿Recuerdan que Telefónica era una compañía pública? Y Renfe, y Aena, y las compañías eléctricas, y las de suministro de aguas, y algunos bancos...compañías de insfraestructuras y servicios públicos que han pasado a manos privadas. Compañías cuyo fin no debería ser ganar dinero sino ofrecer un buen servicio y que sin embargo, por el arte de la privatización, han pasado a tener como objetivo prioritario ganar dinero a costa de prestar un mal servicio, porque todo no puede ser.
Pero parece que no tenemos memoria, o que los planes educativos les funcionan tan bien que nos vuelven unos incultos incapaces de pensar. Por eso Mas también quiere recortar las horas lectivas de las escuelas públicas, no sea que los niños catalanes aprendan demasiado y se cuestionen algunas cosas. Porque está claro que si hay menos horas lectivas se reducirán las de matemáticas, no las de catalán, materia sagrada del nacionalismo obnubilante: mientras se grita por la patria no se grita por la justicia.
¿Eso es lo que querían todos los que le votaron?
Pues nos quedan como mínimo cuatro años. A no ser que las manifestaciones como la de ayer en la Plaça de Sant Jaume se repitan cada día, para demostrar al gobierno que, pese a todo, quizá sí nos quede una pizca de entendimiento y de valor para enfrentarnos a la injusticia.
Que así sea.

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