viernes, 22 de abril de 2011

La violencia en el lenguaje: Cospedal y el fútbol.

El uso del lenguaje violento o directamente bélico en el fútbol es tan abundante que a veces da la impresión de que estamos leyendo o escuchando un parte bélico o una crónica de sucesos en lugar de una reseña deportiva.
El partido empezó con unas defensas muy agresivas y con mordiente que impedían los disparos de los delanteros. Sin embargo, poco a poco, empezaron los obuses del equipo azul desde fuera del área, mientras que el equipo verde acribillaba y fusilaba al portero rival con sus cañonazos de larga distancia. Los bombardeos sobre los porteros habían empezado y los depredadores del área intentaban aprovechar los rechaces. Pronto, el delantero centro del equipo verde, con su habitual instinto asesino, cazó un balón y batió al portero. Lo celebró por todo lo alto disparando a diestro y siniestro con sus dedos índices. Aquello fue un mazazo para el equipo azul que a partir de aquel momento luchó por sobrevivir en un estadio que se había convertido en un infierno. Pese a que había desplegado toda su artillería, no había manera de meter un gol; estaba perdonando la vida a su rival y eso a la larga se paga, porque el equipo verde, si te pilla a la contra, te mata.

Si este es el lenguaje que se utiliza cuando se habla de un deporte, que no es más que un entretenimiento (¿verdad?), no debería extrañarnos que luego los políticos, a los que se les supone que hablan de cosas serias, digan las barbaridades que dicen, porque en caso contrario, deben pensar, no destacarán sobre los comentarios futbolísticos. Hay que hacerse oír y el fútbol se lo pone ciertamente difícil.
De las muchas que se pueden escuchar cualquier día, quiero destacar las declaraciones de María Dolores de Cospedal, el pasado día 14, refiriéndose a la puesta en libertad del etarra Troitiño:
"la foto de la infamia en materia de lucha contra el terrorismo" es "la misma que la que presenta todos los días el señor Rubalcaba cuando se esconde y no quiere responder sobre uno de los mayores escándalos de la democracia, que es el chivatazo del caso Faisán".
No necesitan ningún comentario: son del estilo "difama, que algo queda" más propio de esas tertulias ruidosas de lenguaje barriobajero que proliferan en la TDT que de una persona que aspira a ser ministra algún día. ¿Alguien votará a un partido cuya secretaria general se expresa en estos términos? ¿Qué razonamiento utilizará quien lo haga? ¿Es este tipo de personas el que queremos que gobierne España a partir del año que viene? ¿Esto es una oposición seria y constructiva? ¿Cuáles pueden ser las propuestas de gobierno de una persona que se expresa en estos términos? ¿Es realmente lo que piensa o sólo habla así para desgastar al gobierno? Si piensa así es para tener miedo de que un día esté en el poder y si no lo hace también, porque significa que está utilizando cualquier método, por indecente que sea, para llegar al poder. Preocupante, ¿no?
Por otro lado, no son, ni mucho menos, las primera declaraciones de este nivel que hace la dirigente del Partido Popular, utilizando expresiones más propias del Blas Piñar de los años setenta que del renovado Partido Popular de Mariano Rajoy en 2011. Por desgracia estamos acostumbrados a ellas, y a las de González Pons o Javier Arenas, otros de los representantes de la opción moderada de Rajoy, apoyada en un momento crucial por Paco Camps.

No debería extrañarnos: es el comportamiento habitual de los equipos de fútbol que se ven superados en juego por un rival superior: patadas, interrupciones y broncas parecen ser su únicas armas que, por desgracia, a menudo resultan efectivas porque los árbitros se lo permiten y sus aficiones celebran con tal de que ganen el partido.
Y es que los árbitros, que son los jueces del encuentro, también tienen sus preferencias. Y si no que se lo pregunten al pobre Garzón, castigado por haberse empeñado en señalar todas las faltas en lugar de dejar que alguno de los equipos disfrutara de impunidad para ganar el encuentro.

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