jueves, 12 de noviembre de 2015

El tiempo y los políticos

   Byung-Chul Han es un filósofo coreano afincado en Berlín que, en su muy recomendable libro “El aroma del tiempo”, expone tres maneras distintas en las que la humanidad ha vivido el tiempo a lo largo de su existencia:
  • El tiempo mítico, inamovible, fijado por los dioses y lo mitos, que daban significado al mundo y lo mantenían inmutable.
  • El tiempo histórico, establecido cuando los dioses y mitos dejaron de ser los protagonistas y pasó a serlo el hombre, que buscaba el progreso, convertido en religión laica. Era un tiempo lineal, que venía del pasado y se encaminaba hacia un objetivo futuro.
  • El actual tiempo de puntos. Es la descomposición del tiempo lineal cuando este pierde su tensión narrativa. La humanidad ya no tiene un objetivo de progreso, el tiempo ya no camina en una dirección sino que está formado por puntos que van dando tumbos. Vivimos en una sucesión de presentes inconexos.


   El pase del tiempo histórico al tiempo de puntos es de gran importancia,

entre otras cosas, porque acaba con las promesas y los compromisos, que no pueden existir puesto que son prácticas temporales genuinas: crean un lazo con el futuro y limitan un horizonte, se basan en una duración que hemos dejado de tener, puesto que ya nada tiene recorrido, ya no hay línea temporal.
    
   Ello tiene claras consecuencias, por ejemplo, en la actuación de los políticos, que siguen efectuando promesas sabiendo que no solo no las tendrán que cumplir, sino que nadie les pedirá cuentas por ello. Pueden prometer cualquier cosa que les dé votos en un momento determinado, no cumplir y seguir obteniendo votos en las siguientes elecciones. No es que la gente olvide que la han engañado, es que ni siquiera es consciente de las promesas hechas, porque el tiempo ha pasado a otro punto sin vinculación con el anterior, rompiendo la línea hacia el futuro a la que se veía obligada la promesa o el compromiso.
  Se puede prometer el pleno empleo, bajar los impuestos, recuperar el paraíso perdido o inventarse uno nuevo. Da igual, porque nunca llegaremos al momento en el que haya que rendir cuentas sobre lo prometido. Ninguna de las promesas se cumplirá, pero volveremos a empezar de cero y no exigiremos responsabilidades.

      No sé si Han conoce la actual situación política de nuestro país, pero seguro que le habría ayudado mucho a elaborar su teoría, porque somos el paradigma de lo que expone en su libro: da igual el incumplimiento, la corrupción o la mentira; como hemos perdido la noción de trayectoria, en las siguientes elecciones consideramos a los candidatos como si fueran nuevos, sin pasado, sin compromisos ni promesas incumplidos. Es, desde luego, la situación ideal de los políticos deshonestos, pero también es la peor de las situaciones para los gobernados, incapaces de exigir que la gestión de lo público vaya encaminada a conseguir un futuro mejor para todos, porque como ya no hay historia, ya no hay línea con el futuro.

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