martes, 7 de junio de 2011

Prous i Vila. Cuatro gotas de sangre. El desastre de Annual.

Josep Maria Prous i Vila, un poeta y panadero reusense, sólo derramó cuatro gotas de sangre (porque se pinchó con una alambrada) mientras estuvo combatiendo en Marruecos en 1921-22. Tuvo suerte: de haber llegado unos pocos días antes lo más probable habría sido que hubiera sucumbido en el desastre de Annual. Incluso durante el período en el que sí estuvo podría haberlo matado cualquier bala de las muchas que le pasaron cerca o cualquier enfermedad de las que atacaban a un débil ejército hecho de hambre, alpargata y piojo.
Miles de españoles que, como él, fueron a la guerra en Marruecos porque no tenían dinero para evitar la leva, no tuvieron tanta suerte y perecieron por defender, mandados por militares ineptos y corruptos, unos intereses que no eran los suyos. Es una página más de la oscura historia de España protagonizada por los militares.
Nosotros también tenemos suerte, porque Prous Vila, mientras ejerció como soldado, no dejó de hacerlo también como escritor y nos dejó unas páginas extraordinarias de su paso por el norte de Marruecos tras el desastre de Annual.


Se llama así a la escabechina a la que fue sometido el ejército español por las tropas de Abd-el-Krim, un antiguo colaborador que acabó rebelándose contra la metrópoli después de que los españoles lo encerraran en la cárcel a petición del gobierno francés, que lo consideraba un traidor. Su venganza fue terrible, consiguió que los soldados marroquíes que formaban parte del ejército español se pasaran a su bando y, aprovechando la ineptitud y el enfrentamiento de los jefes del ejército español (los generales Dámaso Berenguer y Manuel Fernández Silvestre), destrozó sus tropas, causando más de diez mil muertos.




Prous i Vila llegó casi inmediatamente después y todavía tuvo ocasión de pasar junto a centenares de cadáveres que yacían al aire libre por todas partes. No fue lo único que vio, también vio como los legionarios españoles cortaban las cabezas de los "moros" a los que mataban, las ensartaban en sus bayonetas y las paseaban triunfantes por las calles de los pueblos, tambien las vendían a la reina o a una duquesa que, decían, era quien mejor las pagaba. Vio soldados españoles muertos, con su pene cortado por muchachas marroquíes a las que ellos u otros como ellos habían violado. Vio ratas y piojos, comió moscas, durmió bajo la lluvia, calzó unos zapatos robados a un "moro muerto", vio morir a varios de sus compañeros, montó y desmontó campamentos a capricho de los oficiales, anduvo centenares de kilómetros calzado con alpargatas, pasó sed y hambre, contempló largas colas de soldados esperando pasar un rato con las dos únicas prostitutas que atendían a un ejército de diez mil hombres, pensó qué estaría haciendo el rey mientras ellos se dejaban la vida en aquella tierra inhóspita...

Vio todo esto y mucho más, reflexionó sobre ello y, sobre todo, lo escribió mientras estuvo allí y nos dejó trescientas páginas extraordinarias con las que, relatando esa vida cotidiana donde no podía haber cotidianidad, configura un retrato antibélico y, sobre todo, un documento histórico de un interés y una calidad fuera de lo común. Un libro que fue publicado en catalán, que es cómo él lo escribió, en 1936 (mal momento, sin duda) y que no ha sido editado en castellano hasta ahora (y creo que no hay tampoco una edición catalana posterior a aquella, al menos no descatalogada), demostrando, además, que en un país en el que tantos título banales se publican, lo que realmente es interesante queda escondido en los cajones.
No es un aburrido libro de guerra, no es un pesado manifiesto, no son las batallitas del abuelo: es literatura, pensamiento, reflexión, historia. De verdad, un libro excelente.

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