sábado, 29 de noviembre de 2008

Artículo. Héroes y villanos

En este país en el que vivimos resulta difícil saber qué es lo que hay que hacer para convertirse en un héroe, pero parece que el camino más fácil y corto sea convertirse en un delincuente, dados los ejemplos que últimamente abundan.
No, no voy a hablar de Franco, aunque fuera un paradigma de lo que digo: un malhechor que se levantó en armas contra la legalidad establecida, al que sin embargo muchos consideran un héroe. Si un poderoso juez no ha sido capaz de convencer a la justicia para que se interese por ello, ¿qué voy a hacer yo con mi pobre blog?
Para coger un poco de bagaje histórico nos iremos a una figura más reciente y modesta: el famoso Dioni. El tipo, cuyos méritos son ser bizco y haberse escapado tras robar una furgoneta con dinero de su empresa, hace años que se pasea por diversos programas de televisión y es mencionado por numerosas figuras del medio (Buenafuente y Pablo Motos entre ellos), siempre con tanta admiración y cariño que, quienes no conozcan su historia, pensarán que se están refiriendo a alguien que ha rescatado a un niño de morir ahogado o al último ejemplar de lince ibérico de ser cazado por algún desaprensivo.
Ni que decir tiene que el dinero que el Dioni robó, nunca se recuperó. O sea, que se quedó con el botín, o sea, que sigue siendo un delincuente.
Por orden de aparición en la historia criminal, vendría después el famoso Luis Roldán. Impresionante personaje, debo reconocerlo. Alguien que es capaz de conseguir un alto cargo en un gobieno socialista, aparentando tener una carrera que nunca tuvo, ya tiene su mérito. Claro que, para ser un alto cargo, no deben de ser necesarias las famosas fotocopias compulsadas que nos piden a los demás, porque supongo que quedaría mal: se busca Director General de la Guardia Civil, envíenos su currículum, no olvide las fotocopias compulsadas de sus títulos y ya le avisaremos.
No me viene a la memoria quién lo fichó y no quiero dármelas de superlisto, pero recuerdo que, en el glorioso año de 1992, yo colaboraba en la pruebas hípicas de los juegos olímpicos de Barcelona. Unas de ellas se celebraban en el Montañá, una zona boscosa a unos cuarenta kilómetros de la ciudad, adonde un día acudió Roldán en helicóptero. Recuerdo verlo descender, con su aspecto cazurro, su traje color crema y sus andares de engatusador de feria o de guardaespaldas de mafioso y que pensé ¿este hombre es el Director General de la Guardia Civil? Lo era, pero puedo asegurar que yo, que soy un prejuicioso de cuidado, jamás lo hubiera nombrado. En fin, ya sé que es fácil ser profeta del pasado, pero es lo que sentí en aquel momento.
Luego, ya lo sabemos, se descubrió que robaba y el tipo montó un película de espías con gabardina y país exótico incluidos. Finalmente fue detenido, pasó unos años en la cárcel... y nunca devolvió el dinero que había robado. Ahora aparece en una cadena de televisión, explicando lo que le da la gana, disponiendo de una tribuna envidiable para cualquieer chorizo de poca monta y, por desgracia, de un montón de público que, quién sabe, puede llegar a pensar que el delincuente es un héroe, que supo enfrentarse al Estado y ganar... como ya hiciera Franco.
Y la cosa (como debe de tener audiencia, que es lo único que cuenta) parece haberse puesto de moda, porque anoche el personaje entrevistado fue otro delincuente: Julián Muñoz que, por lo que he leído en el periódico, no se considera un alcalde corrupto porque el juez todavía no lo ha determinado. Impecable razonamiento: ¿si hubiera asesinado a alguien no se consideraría un asesino hasta que el juez lo determinara? Los demás no debemos considerarlo como tal hasta que haya una sentencia, pero ¿él mismo no sabe si es o no un chorizo?
Muñoz ha dispuesto también de su plataforma mediática (como se dice ahora) para que los televidentes le cojan cariño, para que les dé pena su historia de enamorado de la tonadillera que parece haberle vuelto la espalda, ahora que él, víctima de un gran injusticia, más la necesita; para poder afirmar que Jesús Gil (este daría para varios libros) fue el mejor alcalde deMarbella; para poder decir que "no tengo ni una sola condena que diga que me he quedado con un solo euro de Marbella"; para ridiculizar, en fin, al Estado y la justicia.
Y, para acabar por hoy, no quiero dejar de mencionar al Farruquito (lo hago siempre que puedo). Este pedazo de artista tuvo la mala suerte de confundir los pedales de su coche (claro, el pobre no tenía carné, ¡cómo no iba confundirlos!), atropellar a un peatón (que murió), escapar a toda velocidad y tratar de colgarle el muerto (propiamente dicho) a su hermano, menor de edad.
Cuando fue descubierto y llevado a juicio, sus abogados hicieron cuanto pudieron para rebajar la indemnización a su viuda y para enviar a la cárcel a un periodista, acusándolo de haber insultado al gran artista. Mientras tanto, el pedazo de artista se hizo la víctima; su novia salía por la tele, llorando desconsolada... no por la muerte del peatón sino por lo mal que lo estaba pasando su pedazo de novio; su madre era entrevistada en las revistas y decía que sufría mucho... no por el muerto sino porque le estaban destrozando la vida a su pedazo de hjo.
Y el pedazo de hijo-novio-artista montó un bodorrio que ni la duquesa y siguió dando conciertos, con más público que antes, cuando pocos conocían su arte: el de bailar, no el de atropellar, con el que, finalmente, se ha hecho famoso y ha alcanzado la honra de ser otro héroe nacional.
A su lado, ver a un Mario Conde envejecido, viudo, triste y espiritual me hace entrar ganas de montar un plataforma de apoyo a su candidatura al premio Nobel de la Paz.
Si ustedes me dan su apoyo económico para tan loable fin y yo me quedo con su dinero, ¿comprarán mis novelas que, entonces sí, encontrarán fácilmene un editor que las publique?)
Así lo espero. Ahora mismo voy a poneme a ello.

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