sábado, 12 de abril de 2008

Artículo. Yo y mi hermano, contra el extranjero


Los occidentales solemos considerar exótico todo aquello que no forma parte de la tradición occidental y, sin embargo, los proverbios llamados exóticos suelen acertar con lo que nos pasa aquí casi tanto o más que los nuestros, quizá porque eso del exotismo es algo muy relativo que solemos usar para calificar aquello de los que nos sentimos muy lejanos, pero que a menudo está más próximo de lo que suponemos.
En fin, sirva lo que antecede de introducción a un proverbio beduino que siempre funciona en general, pero que es muy aplicable estos días a Catalunya y sus problemas con el agua en particular. Dice el proverbio: yo y mi hermano, contra el extranjero; yo solo, contra mi hermano.
Yo, que soy catalán, recuerdo las manifestaciones que se celebraron en Barcelona cuando el Partido Popular quería ejecutar al Ebro con su trasvase o ejecutar el trasvase del Ebro, que mi memoria es flaca y no recuerdo bien contra cuál de las dos cosas se protestaba, pero da igual, lo que me importa resaltar es que se protestaba con unanimidad y, más de una vez, en la propia ciudad de Barcelona, por ser la ciudad más importante, y con discurso de un conocido actor independentista al final; esa era la parte del yo y mi hermano, contra el extranjero. Felizmente (en mi opinión) aquella obra no pasó de ser un proyecto político y el río Ebro sigue llegando al mar, con más o menos esfuerzo según la época y las lluvias.
Pero ahora nos encontramos en una situación distinta: donde es posible que se necesite agua es en la ciudad de Barcelona y se están discutiendo distintas alternativas para abastecerla. Ya digo que no es más que una posibilidad, pero todos aquellos que piensan que el agua va a ser tomada de algún lugar cercano a su pueblo o a su comarca han empezado a protestar y aquellos que piensan que enviar agua a Barcelona les va a perjudicar o simplemente no les va a beneficiar, también; ya estamos en la parte del yo solo, contra mi hermano.
Y he escrito discutiendo alternativas y no estudiándolas, porque las voces que se oyen y las plumas que se leen no suelen ser de ingenieros hidráulicos o similares, sino de regantes, ecologistas, políticos, columnistas y demás opinantes de vocación: unos abogan por llevar a Barcelona el agua del Segre, otros la del Ródano, otros la del Ebro; están los que prefieren las plantas desalinizadoras, quienes apuestan por los barcos y quienes por los trenes; y frente a ellos los que opinan lo contrario de lo que sea. De todos, pocos lo hacen con conocimiento de causa aunque, eso sí, cuantos se pretenden afectados se adjudican enseguida el papel de ofendidos, pero parecen dispuestos a olvidar la ofensa y a ceder su agua siempre que el precio les convenza.

Qué pocos días han pasado desde las últimas elecciones generales, en cuya campaña tantas veces oímos hablar a unos y otros de defender Catalunya, esa comunidad que se suponía cohesionada y que parecía tener unos intereses comunes y unos habitantes unidos en la defensa de lo suyo frente al enemigo exterior… qué poquito ha bastado para que tanta unidad se haya resquebrajado. La solidaridad se ha evaporado en cuanto ha aparecido un elemento de desencuentro interior.
Recuerdo un muy viejo chiste en el que un hombre quería afiliarse al partido comunista porque le gustaba su ideario. Para ser admitido tenía que demostrar su idoneidad contestando una serie de preguntas, que en su caso de desarrollaban así:
─ ¿Qué harías si tuvieras doscientas mil hectáreas de tierra?
─ Regalaría la mitad al partido, camarada.
─ ¿Y si tuvieras treinta millones de pesetas?
─ Regalaría la mitad al partido, camarada.
─ ¿Y si tuvieras un coche?
─ Lo pondría a disposición del partido, camarada.
─ ¿Y si tuvieras bicicleta?
─ ¡Ep! Cuidado, que bicicleta tengo.

Y es que es bonita la solidaridad con las cosas de los otros.

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