miércoles, 14 de diciembre de 2011

Christian Salmon. Storytelling. La estrategia de Sherezade o las mil y una noches de la política.

Cuatro años después de publicar el excelente y pionero Storytelling, Christian Salmon publica La estrategia de Sherezade, apostillas a Stroytelling, que complementa lo que escribió en aquel.
Salmon viene a decirnos que la política se ha convertido ya de pleno en una sucesión de relatos que los políticos nos cuentan para evitar la muerte del sistema, inventando un cuento tras otro para mantener viva nuestra atención y, de paso, su propia supervivencia, como hacía Sherezade en Las mil y una noches.
En una actualidad en la que, como escribe Miguel Roig en el prólogo, "hemos pasado de buscar la sustancia en 300 páginas a intuirla en 140 caracteres", ¿quién está dispuesto a leer el programa electoral de un partido o escuchar un discurso en el que se hable de política o economía? Para Salmon la política tradicional ha muerto, lo que ahora triunfa es el relato personal del político, porque es lo que también nosotros hacemos cuando colgamos nuestra propia vida en Youtube, Facebook, Twiter, etc. Esto es lo que nos gusta y esto es lo que esperamos de un político, una empresa o un anuncio de televisión.
Pero, precisamente, puesto que la democracia como tal es cosa del pasado y el poder político ya no existe, pues son otros y no nosotros ni los políticos quienes toman las decisiones, es ahora cuando la ceremonia del político ha de ser más espectacular, más ritual, más ancestral si quiere seguir formando parte del imaginario colectivo.
Un político ya no nos atrae porque estemos de acuerdo con sus ideas, nos gusta porque empatizamos con sus aficiones, su perro, su pareja, su traje o sus lágrimas; en definitiva: porque nos gusta su relato. Tenemos muchos ejemplos de este tipo de hacer política: lo dominan bien los estadounidenses, desde Reagan hasta Obama o Palin, lo bordó Blair cuando murió Diana, lo exageró Sarkozy con su noviazgo con Bruni y hasta Rajoy lo intentó hace cuatro años, con su famosa niña, aunque de forma muy burda, necesitado de clases de interpretación y de un guionista más imaginativo, pero no se le puede restar el mérito de ser pionero en España.
Las lágrimas se llevan. Bush lloró en 2008 en el homenaje a un soldado muerto y distrajo la atención de tantos otros muertos, Hillary Cinton sollozó durante la campaña electoral y recuperó terreno perdido en los sondeos y Elsa Fornero, ministra italiana de trabajo, también lloró mientras anunciaba los recortes a los que iba a someter a los trabajadores y (quizá) hizo creer a los italianos que no había más remedio que hacer lo que anunciaba, y la prueba era que lo sentía tanto que no podía evitar el llanto. 
Aquí en España nuestros hombres políticos todavía no lloran, porque aún presentan ese aura de macho hispano que está seguro de sí mismo y no se dobla sino que se rompe, en tanto que las mujeres políticas tienen miedo de llorar, por si alguien las tacha de blandengues. Pero ya aprenderán. Es cuestión de tiempo. Llegaremos tarde, como siempre, pero llegaremos.
De momento, el relato que se lleva en España es el de la necesidad y el no me va a temblar la mano. Así están actuando hombres y mujeres, Mas y Cospedal, Zapatero y Rajoy. Su relato es el de todos tenemos que sacrificarnos para salir de la crisis, y, como en las malas películas de misterio en las que el guión es tramposo porque esconde información que el espectador debería conocer, nos cuentan lo mal que están las arcas del estado porque los ciudadanos somos vagos, derrochadores y hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades. Después de comernos la casita de chocolate, para evitar que la bruja nos cocine en el horno debemos portarnos bien y esperar que venga alguien a salvarnos. Pero no nos explican quién ha construido la casita de chocolate, ni quién la ha pagado, ni de dónde ha salido la bruja... lo que traducido viene a ser: ¿porqué no se controla el fraude fiscal?, ¿por qué no se han exigido responsabilidades a los bancos?, ¿por qué no se encarcela a los políticos corruptos en lugar de volver a presentarlos en las listas?, ¿por qué no se deja de subvencionar a la Iglesia?, ¿por qué no se invierte en educación para que tengamos trabajadores preparados que aporten valor en lugar de ladrillos?
Porque somos unos pobres niños inocentes que estamos a merced del narrador del cuento que, cuando quiere nos hace pasar miedo y cuando quiere nos promete un final feliz que, sin embargo, siempre ocurre en el país de nunca jamás.

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