sábado, 9 de octubre de 2010

No me gusta Vargas Llosa (casi nunca).


Parecerá que quiero así destacarme de la opinión general, pero es lo que siento. Y es lo que siento más que lo que pienso, lo cual puede ser también una mala postura desde la que opinar, pero en la literatura hay mucho que sentir, y no sólo en la obra sino también en el autor.
 Vargas Llosa me recuerda a uno de esos señoritos de la época colonial, hijos de la metrópoli establecidos en la plantación, con una educación refinada y unas costumbres que ya se encargaban ellos de  establecer que eran de un nivel superior a la de los autóctonos. No puedo evitarlo, y es más que probable que no quiera hacerlo, pero ese porte, esa vestimenta a la inglesa, esa expresión de trascendencia que se ha instalado permanentemente en su cara, han hecho que la envoltura del personaje no me guste.
Tampoco es de mi agrado, aunque esta vez por la vía del pensamiento, su credo político que considero demasiado cercano al liberalismo salvaje de ciertos ideólogos de la escuela de Chicago. Cualquier cosa que tenga que ver con el reparto social de la riqueza da la impresión de que le provoque cierto dolor en el hígado, que demuestra con alguna mueca en su rostro propia de los enfermos hepáticos. Sólo hay que leer los artículos que periódicamente publica El País para formarse una opinión al respecto.
Y no soy capaz de digerir sus novelas. Debo de ser un mal lector, lo reconozco, puesto que si la mayoría de la crítica lo ha ensalzado hasta permitirle vivir holgadamente y contemplar el mundo desde la planta 46 de un edificio en Nueva York es porque su obra lo merece. Y no digamos ya cuando se le concede el Premio Nobel. Entonces ya no puede quedar ni una sombra de duda. Como cuando se lo dieron a Camilo José Cela, pongamos por caso, otro excelso personaje dotado de una obra merecedora de parabienes universales.
No fui capaz de terminar La guerra del fin del mundo, ni La fiesta del chivo. He leído las primeras páginas de El sueño del celta y no puedo entrar en ella. Sí leí con gusto La tía Julia y el escribidor, que supongo es considerada una obra menor, pero que a mí me divirtió (creo que el sentimiento fu ese, hace bastantes años que la leí y la memoria no siempre es buena consejera). No todos los lectores del mundo van a ser iguales, de lo contrario todos leeríamos lo mismo y las editoriales nos impondrían sus intereses, cosa que todos sabemos que no pasa.
Pero no quiero acabar dejando la impresión de que mi aborrecimiento por Vargas Llosa es total, ni mucho menos. Sabe manejarse muy bien, en el idioma y en la vida, y es ligeramente posible que haya un puntito de envidia en mis palabras. Escribe los artículos como pocos, en mi opinión mucho mejor que las novelas, aunque lo que diga pueda estar en las antípodas de lo que yo piense.
 Y sí, hay un tema en el que estoy de acuerdo con Vargas Llosa: en su consideración de que el nacionalismo es uno de los mayores males que ha generado la humanidad. En La Vanguardia de hoy decía que ahora no podría vivir en Barcelona (como hizo hace años), porque de la lucha contra Franco hemos pasado al provincianismo al que nos empuja esta visión tan estrecha que nos otorga el nacionalismo.
Ahí estamos, luchando por impedir que los profesores que no sepan catalán puedan dar clases en nuestras universidades, que las películas que no estén dobladas al catalán puedan ser estrenadas en nuestras salas, que el relativismo cultural imperante nos lleve a equiparar pequeñas figuras artísticas de aquí con los mayores talentos universales. Que todo gire en torno a cuotas de catalán en lugar de fomentar el pensamiento abierto, expandible.
Bueno, aunque sólo sea por eso, sale de dentro de mí una muestra de gran simpatía hacia el flamante Premio Nobel: muchas felicidades y a disfrutar de la vida.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola Xavier,

Te felicito por tu sinceridad y tu buen gusto. Efectivamente el señor es resultado del marketing;
y lo que no sabe mucha gente es que ha estado haciendo lo "politicamente correcto" en los últimos años para que le den el Nóbel.
El tiempo lo va a pulverizar!
Saludos,
Jorge.