lunes, 4 de enero de 2010

Artículo. Siempre a medias

Una vez le pidieron al historiador Ramón Carande que definiera España en dos palabras. "Demasiados retrocesos", fue su magnífica respuesta, difícilmente superable ni escribiendo una historia de España en varios tomos.
Y es que tal vez sea esa la causa de muchos de los males que nos aquejan: andamos siempre replanteándonos si somos o una nación o varias, si Catalunya debe dividirse en provincias o vegueríes, si queremos una monarquía o una república... en fin, un montón de cosas que a un francés o a un estadounidenses le producirían risa o pánico plantearse. Y, claro, comos gastamos nuestras energías en materias borrosas que debieran haber quedado establecidas hace dos siglos y haber permanecido inmutables desde entonces, no nos quedan fuerzas para ocuparnos de otros asuntos menos baladís y más concretos como, pongamos por caso, una ley educativa única, perdurable, efectiva y alejada de vaivenes políticos y nacionalistas.
Bueno, pues a todo ello hay que sumarle ahora ese titubeo constante y esas ganas de agradar a todos (con lo que consigue no agradar a nadie) de nuestro actual gobierno, que lo deja todo a medias y da pie a todos los opositores a ponerse gallitos y enfrentársele con suma facilidad.
Y de entre todas estas decisiones que no son ni una cosa ni la otra ni la contraria, destaca la ley antitabaco.
Si cuando se promulgó la primera ley se hubiera prohibido fumar en todos los recintos cerrados, haría tiempo que ya nadie hablaría de ello, como no se habla ya de que no se pueda fumar en los aviones o en los hospitales, por ejemplo (donde, hay que recordar, antes también se podía fumar). Pero, claro, había que contentar a todo el mundo y al parecer no había forma mejor que dejar que fueran los propietarios de los bares quienes decidieran qué se hacía en sus locales, convirtiéndolos así en legisladores por delegación. Impresionante ejemplo que debería figurar en los mejores manuales de teoría política.
Y, a remolque de sus quejas, cualquier gobiernito autonómico opositor se crece y se siente con fuerzas suficientes para enfrentarse al gobierno, apelando ya sea a la sacrosanta libertad del fumador o a la no menos sacrosanta voluntad de negocio de los propietarios de bares, aunque dejando de lado la libertad de los no fumadores y la de los empleados de los bares, por ejemplo.
No recuerdo quién decía que el nacionalismo se cura viajando. Y no es lo único que se cura, añado. Seguramente toda esta gente que apela al apocalipsis barístico si se prohibe fumar en su interior no habrá estado en, digamos, New York o Londres. Allí no se puede fumar en ningún recinto cerrado y los bares y restaurantes están tan llenos como siempre.
Claro que allí no les dieron opción a ponerse gallitos: se promulgó la ley y a cumplirla. Porque, por un lado, es una ley sanitaria, que protege a todo el mundo (fumadores o no) de espacios rebosantes de humo y peste; pero por la otra no es una ley que prohíba a nadie entrar a tomarse un café o una copa en ninguna parte. De esto último ya se ocupa la Generalitat de Catalunya, siempre atenta a cuidar de sus retoños, a los que prohibe las happy hours y otras ofertas alcohólicas, no fueran a hacernos daño... pero esa es otra historia.

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