viernes, 28 de agosto de 2009

Relato. El hombre que no leía a Stieg Larsson

Érase una vez un hombre que no había leído ninguna novela de Larsson. Tal vez resulte difícil de creer, pero al parecer es cierto, tengo un amigo del que me puedo fiar que me asegura que un muy buen amigo suyo tiene un primo que lo conoce, y que era una persona normal que no se daba cuenta de lo que le sucedía hasta que fue demasiado tarde.
Dicen que el hombre sí que se fijaba en que todo el mundo llevaba los mismos voluminosos libros bajo el brazo, que en la radio los locutores comentaban que estaban enganchados a esas novelas, que en los periódicos había anuncios y reseñas incluso lejos de las escasas páginas literarias que incorporaban y que hasta en la tele hablaban de ellos, pero que no hacía mucho caso, pensando que no era más que una moda pasajera.
Pero aquello no remitía, antes al contrario, y el hombre empezó a preocuparse. Comentan que tenía un vecino, al que nunca antes había visto leer, que ahora andaba siempre con uno de esos gruesos libros en lugar de con su cartera habitual, incluso que un día se lo encontró sentado en el portal apurando las últimas páginas del primer volumen. Que, junto a la máquina del café, sus compañeros de trabajo se ponían al corriente unos a otros del nivel que habían alcanzado: yo ya he leído dos volúmenes, yo todavía voy por la mitad del primero pero lo estoy devorando y te alcanzaré pronto.
Hasta que un día alguien le soltó a bocajarro: y tú, ¿no has leído las novelas de Larsson? Cuentan que, cuando nuestro hombre contestó que no y vio las miradas de reprobación a su alrededor, se sintió mal, como si no estuviera cumpliendo un deber importante. Que aquella noche tuvo una pesadilla: el fantasma del tal Larsson se le aparecía y, como castigo por no haber leído sus libros, le taladraba el cuerpo por innumerables lugares y le colocaba piercings en los agujeros. Que se despertó, bañado en un sudor frío, cuando en el sueño contemplaba la sádica sonrisa de su torturador en el momento en que la máquina iba a empezar a percutir la punta de su pene.
Dicen que pensó que había alcanzado el límite, que llamó al trabajo y arguyó que no se encontraba bien, pero que lo que en realidad quería era comprar aquellos libros cuanto antes, de modo que acudió a primera hora a una gran librería dispuesto a saldar su deuda con la sociedad. Que una vez allí, vio enseguida enormes pilas de los tres gruesos volúmenes de Larsson y cogió un ejemplar de cada, pero que a su lado había libros de otro sueco, Henning Mankell, de los que cogió también cuatro títulos, que un poco más allá vio libros de Hakan Nesser, un sueco más, y cogió un par, que no dejó de lado los de John Ajvide Lindqvist, por si se ponía de moda, y que pilló alguno de Jens Lapidus, por si ya lo estaba, no fuera a pasarle como con Larsson. Que luego pidió ayuda para acarrear varios volúmenes de Mari Jungstedt, G. W. Persson y Karin Alvetgen, por si acaso.También cuentan que, con todos aquellos libros, metidos en un carrito de supermercado que le prestaron, cogió el coche y se dirigió al aparcamiento de Ikea, donde se dice que, todavía hoy, los que se acercan por allí, pueden encontrarlo leyéndolos mientras mordisquea bocaditos de galletas de avena con arenques marinados y que, si alguien se le aproxima, le habla en un idioma ininteligible que unos dicen que es sueco y otros que, simplemente, son palabras sin sentido que se ha inventado; y que su expresión es la de un hombre feliz, orgulloso de haber cumplido con su deber.

2 comentarios:

Isidoro Lario dijo...

Ese no era yo. Lo juro por mis niños ¡¡¡.
Con el conocimiento de causa que me da haber leido el primero de la saga del sueco, puedo decir sin rubor que Mansardas me gustó mucho más .

Andrej R. dijo...

Caramba, espero que no me pase nunca como a ese señor. Pero me siento identificado con él, yo he experimentado esa misma sensación cuando en el trabajo doy a entender (ya que no me atrevo a decirlo abiertamente) que no he leído ninguno de esos libros sin duda tan estupendos.
Por si acaso no iré a comprar libros estos días...