Byung-Chul Han es un filósofo coreano afincado en Berlín que,
en su muy recomendable libro “El aroma del tiempo”, expone tres maneras
distintas en las que la humanidad ha vivido el tiempo a lo largo de su
existencia:
- El tiempo mítico, inamovible, fijado por los dioses y lo mitos, que daban significado al mundo y lo mantenían inmutable.
- El tiempo histórico, establecido cuando los dioses y mitos dejaron de ser los protagonistas y pasó a serlo el hombre, que buscaba el progreso, convertido en religión laica. Era un tiempo lineal, que venía del pasado y se encaminaba hacia un objetivo futuro.
- El actual tiempo de puntos. Es la descomposición del tiempo lineal cuando este pierde su tensión narrativa. La humanidad ya no tiene un objetivo de progreso, el tiempo ya no camina en una dirección sino que está formado por puntos que van dando tumbos. Vivimos en una sucesión de presentes inconexos.
entre otras cosas, porque acaba con las promesas y los compromisos, que no pueden existir puesto que son prácticas temporales genuinas: crean un lazo con el futuro y limitan un horizonte, se basan en una duración que hemos dejado de tener, puesto que ya nada tiene recorrido, ya no hay línea temporal.
Ello tiene
claras consecuencias, por ejemplo, en la actuación de los políticos, que siguen
efectuando promesas sabiendo que no solo no las tendrán que cumplir, sino que
nadie les pedirá cuentas por ello. Pueden prometer cualquier cosa que les dé
votos en un momento determinado, no cumplir y seguir obteniendo votos en las
siguientes elecciones. No es que la gente olvide que la han engañado, es que ni
siquiera es consciente de las promesas hechas, porque el tiempo ha pasado a otro
punto sin vinculación con el anterior, rompiendo la línea hacia el futuro a la
que se veía obligada la promesa o el compromiso.

No sé si Han
conoce la actual situación política de nuestro país, pero seguro que le habría
ayudado mucho a elaborar su teoría, porque somos el paradigma de lo que expone
en su libro: da igual el incumplimiento, la corrupción o la mentira; como hemos
perdido la noción de trayectoria, en las siguientes elecciones consideramos a
los candidatos como si fueran nuevos, sin pasado, sin compromisos ni promesas
incumplidos. Es, desde luego, la situación ideal de los políticos deshonestos,
pero también es la peor de las situaciones para los gobernados, incapaces de
exigir que la gestión de lo público vaya encaminada a conseguir un futuro mejor
para todos, porque como ya no hay historia, ya no hay línea con el futuro.
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