domingo, 27 de febrero de 2011

¡Indignaos! - La insurrección que viene

Recientemente se han editado en España dos manifiestos que incitan a enfrentarse al orden establecido. Así de claro. No es extraño que ambos sean franceses, no en vano han sido siempre los defensores de la sociedad laica y republicana de la que cada vez queda menos en el mundo actual.
Son, en su concepción, dos manifiestos de protesta contra lo que ocurre en el mundo actual, pero son dos libros completamente distintos, dirigidos a gente distinta y que plantean estrategias distintas.

¡Indignaos! ha sido escrito por Stéphane Hessel, un venerable anciano (93 años) cuya trayectoria vital debería servir por sí sola para avalar cuanto dice. Entre otras "nimiedades", Hessel fue miembro activo de la resistencia francesa contra el nazismo, estuvo en un campo de concentración en donde estuvo a punto de ser ejecutado, fue uno de los componentes de la comisión que redactó la Declaración de los Derechos Humanos en 1948 y es un firme defensor de la causa palestina.
Desde la perspectiva que le otorga esta biografía, Hessel es capaz de escribir un sucinto texto en el que nos invita a indignarnos, porque de la indignación surge el compromiso y, como él dice, la indiferencia es la peor de las actitudes. Es cierto, piensa, que hoy en día parece que los motivos para indignarnos son menos evidentes que cuando Hitler invadía Europa, pero los hay, y no precisamente triviales: la cada vez mayor distancia entre ricos y pobres y la falta de derechos humanos, cita, por ejemplo.
En estos tiempos en los que la crisis sirve de excusa para desmontar las conquistas sociales de los últimos sesenta años, Hessel recuerda que el artículo 22 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos dice que "toda persona tiene derecho a la Seguridad Social... y a la satisfacción de los derechos económicos, sociales y culturales indispensables para su dignidad y para el libre desarrollo de su personalidad". Ahí es nada lo que se declaraba en 1948, y que sigue todavía vigente, claro, porque, aunque no lo parezca, nadie ha abolido tal Declaración.
Hessel nos pide que miremos a nuestro alrededor y encontraremos motivos para la indignación, como él la ha encontrado, entre otras cosas, con lo que está sucediendo en Palestina, lo que está haciendo Israel allí.
Según Hessel, el camino a seguir es la no violencia, la insurrección pacífica (Mandela, Luther King), pero recordando que no cabe transigir ante ninguna violación de los derechos humanos.

La insurrección que viene es un texto completamente distinto, mucho más radical desde su propio planteamiento, puesto que está firmado por un colectivo anónimo (llamado el Comité invisible) con aromas a clandestintidad. De hecho, sus propios autores denuncian la detención de algunos franceses participantes en su redacción. Aquí nadie posee una biografía honorable ni tiene tras de sí una larga historia de defensa de los derechos humanos sino una breve supervivencia en un mundo en el que todos estamos desarraigados.
El discurso es revolucionario: "Tener trabajo es un honor y trabajar un debilidad", proclaman, en una clara muestra de su enfrentamiento frontal a la cultura del trabajo en la que ahora somos aquello en lo que trabajamos en lugar de vender nuestra fuerza de trabajo por una horas. Todo aquello que hacemos gira en torno al trabajo y se hace con referencia a él. "Trabajar, hoy en día, está menos ligado a la necesidad económica de producir mercancías que a la necesidad política de producir productores y consumidores, de salvar por todos los medios el orden del trabajo" (página 63).

La propuesta del Comité invisible es, sin duda, muy distinta a la de Stéphane Hessel. No podía ser de otra manera, provienen de mundos distintos y tienen pensamientos distintos, contrapuestos en sus estrategias. Muy problablemente a Hessel no le guste el planteamiento del Comité ni viceversa, pero no es casualidad que ambos manifiestos hayan coincidido en este tiempo de clara retrocesión de nuestros derechos ni que ambos propongan hacer frente al orden establecido que nos los recorta.
No deja de ser curioso, por otro lado, que el libro de Stéphane Hessel lo haya publicado Destino, que pertenece al grupo Planeta, que no se caracteriza precisamente por sr una editorial antisistema. Para ellos será otro éxito de ventas y nada más. Melusina, por su parte, es una editorial cuyo catálogo lo constituyen libros mucho más radicales y extravagantes, una editorial en la que La insurrección que viene parece caber perfectamente.

Sean cualesquiera nuestras preferencias, sin embargo, lo que no nos podemos permitir es seguir sentados cotemplando como una clase política mediocre y cobarde, sin ningún tipo de preparación pero con una obediencia ciega a los poderes económicos, está desmontando la estructura de los estados, dejando así a los débiles en manos de los poderosos, que no lo son por ser más fuertes ni moral ni culturalmente sino por disponer de más armas económicas. Cuando el Estado pierde el poder ya no queda más que la selva. De seguir así, la involución que está sufriendo el mundo nos devolverá a épocas que creíamos superadas o, lo que es peor, a épocas que no sabíamos que habían existido porque nos escamotean la historia para que no aprendamos de ella y pensemos que, ignorantes de nosotros, caminamos hacia el único futuro que nos dicen que existe porque es el único hacia el que nos permiten caminar.

  • No es cierto que la gestión privada sea mejor que la pública: la privada busca su propio beneficio y no el servicio a la sociedad.
  • No es cierto que no haya otro remedio que bajar las pensiones o alargar la vida laboral: hay que crear riqueza y repartirla mejor.
  • No es cierto que la única solución sea bajar los salarios de los trabajadores y los impuestos de los empresarios: hay que gestionar mejor las empresas y evitar el chantaje de sus propietarios.
  • No son ciertas tantas cosas que nos quieren hacer creer que seguro que cada uno encontraremos alguna para indignarnos, para rebelarnos.

¡Indignaos! ¡Rebelaos!

miércoles, 16 de febrero de 2011

Max Otte. El crash de la información

 
Max Otte se define varias veces en su libro El crash de la información como un liberal. Si pensamos quiénes dicen en España que son liberales, la declaración de Otte es como para echarse a temblar y, sin embargo, ha escrito uno de los libros más demoledores que he leído contra el nuevo capitalismo de características netamente feudales.
Y es que no hay que ser un troglodita ni un talibán antisocialista para ser un liberal, en el buen sentido (lo tiene) de la palabra.
Otte es, simplemente, un defensor del social capitalismo, tan alemán. Su defensa del papel del Estado y su voraz crítica al capitalismo salvaje y a la manipulación de la información a la que nos somete, están más cerca de Toni Judt (por citar a un socialdemócrata confeso) que al antisocialismo talibán de muchos de los que aquí se autoproclaman liberales, pensando que esto significa ser egoísta y mentiroso, precisamente lo que denuncia Otte.
Otte es un férreo defensor del capitalismo, pero de aquel que está basado en la búsqueda de la riqueza para todos, es decir, un capitalismo que aumente la riqueza de los países y que conlleve una mejora en la calidad de vida de todos sus ciudadanos, bajo la tutela del Estado. Sin embargo, denuncia, estamos en una situación completamente opuesta: hoy en día no se puede hablar de una economía de mercado libre… grandes señores… ejercen su primacía cediendo parte de sus privilegios a sus seguidores y vasallos más fieles (página 272). Y, claro, ni el Estado se libra de ese vasallaje y la corrupción política aparece con facilidad.
 
Es espeluznante el caso que relata de una cajera (de la cadena de supermercados alemana Kaiser's) despedida, después de 31 años trabajando allí, por un supuesto hurto de 1,30 euros denunciado por una sola de sus compañeras. Fue acusada de haber utilizado dos vales de reembolso por envases de bebidas que al parecer había perdido un cliente. ¡Y la Audiencia Regional de Trabajo consideró el despido justificado! (ver página 274) Qué distinto del tratamiento que reciben los directivos de los bancos a los que llevaron a la ruina y que, encima, se llevaron millones por abandonar el cargo.
Tampoco tiene desperdicio la genial idea de Monsanto, una compañía americana de semillas, que consiguió que los que le compraban no pudieran guardar un remanente de su propia cosecha para la siembra del año siguiente porque introdujeron una cláusula que indicaba que las semillas que vendían eran ¡de un solo uso! (páginas 187-188).
 
Y todo lo que sucede, el continuo empobrecimiento de la mayoría en beneficio de una exigua minoría, es transmitido a través de los medios de comunicación, de la publicidad o de los discursos como si fuera lo mejor que nos puede suceder.
Cada organismo privatizado, que conlleva una merma del servicio que ofrece, nos es explicado como todo lo contrario. Cada incremento de precio o comisiones, cada aparato peor construido y menos duradero, cada necesidad creada nos son ofrecidos como grandes oportunidades para los consumidores, que poco a poco vamos perdiendo nuestro estatus de ciudadanos con capacidad de decisión para convertirnos en trabajadores esclavizados que tenemos que dar las gracias por conservar aún nuestro puesto de trabajo.
El declive del sistema de enseñanza, la proliferación de información que acaba produciendo un exceso y, por lo tanto, una dispersión que acaba por impedir la concentración y la reflexión, todo ello nos convierte en seres indefensos ante quienes tienen un poder que, como en el caso de los dirigentes de las grandes empresas, ni siquiera se juegan su propio dinero, sino el de unos accionistas que no tienen capacidad de decisión y que pueden ver como sus ahorros se reducen a la nada por una mala gestión de esos dirigentes que se marcharán con un enorme bonus bajo el brazo, dejando una empresa con la que jugaron a corto plazo para la especulación de algunos y la ruina de otros muchos.
 
Otte recurre a muchos economistas "clásicos" para denunciar lo que sucede ahora y que ellos ya supieron ver: Galbraith o Rüstow están entre sus favoritos. Pero yo me quedo con una cita de List, que decía: "el miembro más productivo de una sociedad no es el que cría más cerdos sino el que educa más personas" (página 284).

viernes, 11 de febrero de 2011

Los números de la ley antitabaco. Información sesgada.

Los hosteleros se quejan de la ley antitabaco. Dicen que han bajado las ventas y yo no soy quien para dudarlo, porque no dispongo de datos, pero me da la impresión de que sus números no están bien puestos en contexto.
Dicen que las ventas han caído un 19,14 en bares y cafeterías, un 14,35 en restaurantes y un 19,88 en locales de ocio nocturno. Pero, si no estoy equivocado, están comparando los datos enero de 2011 con los de diciembre de 2010, un mes de gran consumo. No nos dicen cuánto descendieron las ventas en enero de 2010 con respecto a diciembre de 2009. Tampoco tienen en cuenta los efectos de la crisis, que algo tendrá que ver con que la gente consuma menos, en especial dados los precios que aplican.

No se les oyó ninguna queja cuando entró el euro y tradujeron descaradamente cien pesetas por un euro (166,387 pesetillas). Y no sólo eso, sino que han venido aumentando los precios cuanto han querido, redondeando la inflación de, pongamos, 3% a 10 céntimos en un café. El resultado es que ahora un café cuesta 1,20 euros en cualquier parte (200 pesetillas, sí). En un restaurante cercano a mi casa tradujeron el aumento del IVA del pasado año en un euro... para un menú de 10, que pasó a costar 11.
Pagar menos de cuatro euros por un desayuno normalito y menos de 10 por un menú comestible es hoy prácticamente imposible, al menos en Barcelona. Y cenar a la carta por menos de 25... ¿dónde?

Y lo que sucede, también, es que muchas veces más que un café uno parece que se tome un castigo, porque los hay malos de solemnidad, a menudo perfumados por un ambiente irrespirable de cañerías embozadas y paredes sucias. Claro, antes el humo del tabaco impedía que todo esto se notara, y no digamos ya si uno era fumador y se bebía el café entre calada y calada, pero ahora ya no hay trampa ni cartón: huele y sabe a lo que es.
¿Han pensado que tal vez por eso hayan descendido las ventas?
En lugar de quejarse ¿Han pensado en mejorar la calidad de los servicios que ofrecen?
¿Han pensado que quizá haya demasiados bares y que, como los bancos, sólo deberían quedar los mejores porque muchos no dan el mínimo nivel exigible?
¿Han pensado que tal vez era un negocio demasiado fácil?

Y, ya por último, y casi como de pasada, para no molestar ¿han pensado que esto es una medida sanitaria? Estamos hablando de la salud pública, pero ya sabemos que en este país todo aquello que huela a público tiene la batalla perdida contra el beneficio a corto plazo de mi bolsillo.

sábado, 5 de febrero de 2011

Egipto, Túnez y la Europa del Este.

Algunos países musulmanes están despertando, como en su día lo hicieron los del bloque comunista. A mi juicio es mucho lo que hay de parecido entre ambos despertares, porque los dos tienen como base la falta de libertad y el bajo nivel de vida de sus ciudadanos, sometidos a dictaduras corruptas enriquecidas a su costa.
Sin embargo, los ciudadanos de la Europa del Este seguramente no esperaban que la caída del muro de Berlín, a la par que la libertad, traería consigo la venta barata del Estado a unos cuantos personajes próximos al poder que han acabado enriqueciéndose tanto o más que los antiguos dirigentes (algunos de ellos ya lo eran), el surgimiento de poderosas mafias que viven mejor en el capitalismo que en el antiguo régimen y la aparición de algunos de los "contratiempos" del mercado libre, como son el paro y el desencanto al ver que los perros que vivían en territorio capitalista no estaban atados con salchichas.
Lo malo para los ciudadanos de la Europa del Este es que cuando vivían en un régimen comunista sus quejas obtenían eco y apoyo en el mundo occidental, pero ahora que ya se han sumado a él nadie les hace caso porque todos estamos en lo mismo. Al contrario, obligados a emigrar por la deteriorada situación económica de sus países, vendidos al mejor postor, ahora están mal vistos en aquellos a los que llegan, donde a veces son considerados usurpadores de puestos de trabajo, en el mejor de los casos, o "todos" delincuentes en el peor.
En algunos países, los gobiernos que se hicieron con el poder poco tienen de mejor que aquellos que sus ciudadanos tanto denostaban. Ahí están la Polonia de los hermanos Kaczynski (hasta el fallecimiento de uno de ellos en 2010) o la Rusia de Putin, por poner algunos ejemplos bien claros.

¿Pasará algo parecido con los países musulmanes? Una vez terminadas las dictaduras, ¿quién ocupará el poder? Mejor dicho, ¿a quién dejará Occidente que ocupe el poder? Hay que recordar que una de las principales funciones de los gobiernos autoritarios en países como Egipto y Túnez, los primeros en rebelarse contra el orden establecido, ha sido la de contener a los fundamentalistas islámicos y si han durado tanto ha sido porque lo hacían bien y a Occidente le convenían.
Tampoco hay que olvidar el precedente de Argelia, donde en 1991 y tras varios años de partido único, se convocaron unas elecciones (legislativas y municipales) que ganó el FIS (Frente Islámico de Salvación) y, como esta victoria no gustó al mundo occidental ni al propio ejército argelino, el partido acabó siendo ilegalizado y los numerosos ayuntamientos en los que gobernaban fueron disueltos.
Por lo tanto, lo que les espera a los países musulmanes que se apunten a derribar a su dictador de turno es algo muy parecido a lo que ocurrió en los países de la Europa del Este: un momento de euforia y de falsa ilusión, durante la que pensarán que por fin han acabado con la tiranía. Luego vendrá el nuevo y moderno capitalismo que les mantendrá en la miseria, pero sus voces ya no serán oídas porque, como paso con los ex comunistas, ya no despertarán simpatías. 
Pero al menos los habremos ganado para la causa del mundo libre.

Y, como en tantas ocasiones, a veces un chiste explica mucho más y mejor que el más sesudo y argumentado de los editoriales de un periódico. Aquí está uno de hoy de El País, excelente en su simplicidad:
 http://www.elpais.com/recorte/20110205elpepuvin_1/XLCO/Ges/20110205elpepuvin_1.jpg






viernes, 4 de febrero de 2011

Vargas Llosa, marqués. Vicente del Bosque, marqués


Lo último que había escrito en este blog se refería a la Reconquista y su adecuación a los tiempos presentes. Pues la noticia de hoy es para echarse a temblar, porque parece que nos hemos metido en un túnel del tiempo que nos está haciendo retroceder hasta épocas que creíamos idas para siempre.

A alguien (¿quién será?) se le ha ocurrido la rancia idea de nombrar marqueses a Vargas Llosa y a Vicente del Bosque (además de a un empresario de apellido con resonancias franquistas, Villar Mir, y a un catedrático de Derecho Mercantil, Aurelio Menéndez).

¿Es que no vamos a entrar nunca en la modernidad? La revolución francesa fue en 1789, pero aquí seguimos alimentando estamentos y privilegios como si todavía mandaran los Reyes Católicos (bueno, la verdad es que todavía lo hacen) y dejando que el caciquismo de una considerable cantidad de políticos corruptos se enriquezca a costa de hundirnos cada día más en el fondo de Europa.

¿Aceptará Vargas Llosa el marquesado de Vargas Llosa? La Academina le dio el premio nobel de literatura: por su cartografía de las estructuras del poder y su reflejo agudo de la resistencia del individuo, de su revuelta y de su fracaso“, No sé en qué punto del mapa del poder va a poner su marquesado, eso sí, su ego seguro que va a subir hasta niveles estratosféricos.
Tengan cuidado con criticarlo a partir de ahora, porque puede que sea considerado una ofensa a la nobleza y vaya usted a saber con qué esta penada una cosa como esa.

Así cuenta la noticia el ABC, al que tanto gustan estas cosas: