viernes, 8 de abril de 2016

¿Qué es lo prioritario?

La declaración de rebeldía del gobierno de Mariano Rajoy, negando legitimidad al parlamento para que controle su actuación gubernamental, deja a nuestro sistema político más próximo al franquismo que al de una democracia parlamentaria, porque las Cortes de Franco no tenían capacidad de controlar al gobierno, como quedó patente cuando surgió el llamado caso Matesa.

Sobre este tema adjunto un enlace a un artículo mío en la revista D&R
De Matesa a Rajoy, la falta de control parlamentario


Imagen publicada en lainformacion.com (06/04/2016)
El comportamiento del Partido Popular está, por lo tanto, más próximo al de un sistema dictatorial que al de un sistema democrático. De hecho, su actuación a lo largo de toda la legislatura ha sido también de este estilo, porque si bien le estuvo permitido por la mayoría absoluta de diputados que obtuvo, es necesario recordar que la consiguieron con solo el 44,6% de los votos y 32,9% del censo. Es decir, solo uno de cada tres españoles con capacidad de voto se lo dio al Partido Popular, porcentaje que, desde luego, no avalaba la política sectaria que ha llevado a cabo durante estos últimos cuatro años. El Partido Popular, que tanto critica que el parlamento catalán tome medidas independentistas con más del 48% de los votos, ha estado tomando medidas absolutistas con menos del 45%.

Si a todo ello añadimos la corrupción sistemática del Partido Popular, que ha perjudicado notablemente las arcas públicas y el bienestar de los ciudadanos, que han sufrido la carencia de unos servicios a los que tenían derecho porque el dinero público con el que había que pagarlos se desvió a manos privadas, resultaría incomprensible que no fuera desalojado del poder y sometido a investigación parlamentaria de forma inmediata por los partidos que tienen la capacidad para hacerlo.

Reforzar la esencia del régimen democrático es una prioridad que en ningún caso debería dejarse para más adelante o sencillamente olvidarla por intereses partidistas, porque desde el buen y honrado funcionamiento de las instituciones es como se podrán adoptar medidas para encarar y solucionar otros problemas, que sin duda tienen efectos más graves sobre los ciudadanos (desigualdades, carencias, etc.), pero que no pueden ser abordados desde un sistema deteriorado y corrupto.

viernes, 1 de abril de 2016

"La desfachatez intelectual", de Ignacio Sánchez-Cuenca

No descubro nada nuevo si digo que los grandes medios de comunicación son los encargados de crear opinión pública. Su amplia difusión hace que aquello que publican en sus páginas influya sobre lo que los lectores piensan sobre las materias que tratan. No solo eso, sino que también influyen sobre qué materias hay que tratar. Si, pongamos por caso, un medio quiere demostrar que los nacionalismos periféricos son un gran problema para España, publicará artículos sobre el tema en abundancia, en los que los articulistas se mostrarán muy preocupados sobre la cuestión y le achacarán la culpa de algunos de los grandes males que nos acaecen.

La fama y renombre de quienes escriben estos artículos son directamente proporcionales al caso que sus lectores les hacen. No tiene la misma repercusión un artículo firmado por mí que otro firmado por, digamos, Antonio Muñoz Molina: un artículo mío tiene un universo de lectores muy limitado y un crédito mucho menor, de ahí que la toma de postura de escritores de prestigio resulte muy importante en la configuración de la opinión popular.
Cuando ellos afirman, sin ninguna duda, que las causas de nuestros males son unos unos y que las recetas para curarlos son otros, poca gente pone en duda sus afirmaciones, porque se les supone informados y con la capacidad intelectual suficiente para esperar que tengan razón.

De ahí la importancia de la aparición del libro La desfachatez intelectual, de Ignacio Sánchez-Cuenca, que repasa un buen número de artículos y libros firmados por escritores metidos a analistas políticos y nos muestra sus inconsistencias, sus contradicciones, sus errores. No es que discrepe de sus opiniones, que también, sino que demuestra lo poco documentados que son sus escritos, convirtiéndose así en un toque de atención para los lectores, que no siempre dominan las materias sobre las que leen, que por ello buscan informarse y confían en el prestigio de sus escritores.
Si eso es fundamental en un artículo de opinión política, que puede estar influido por la ideología del autor, pero que ha de respetar la veracidad de los hechos que mencione, mucho más aún ha de ser así en los libros más "científicos", como los dedicados a la economía, escritos por economistas.
Sánchez-Cuesta elabora una larga relación de errores que ha encontrado tanto en unos como en otros, que ni el medio de comunicación en el que aparecieron comprobó ni tampoco lo hicieron ninguno de los corifeos que aplaudieron su publicación.

Detallarlos aquí sería hacer un spoiler al libro, que se lee con avidez, porque es como una historia de misterio en la que vas averiguando datos y nombres a medida que avanzas. Quiero solo indicar que una buena parte del libro está dedicado a tratar sobre artículos dedicados al nacionalismo y al terrorismo vascos y otra a sendos libros de Antonio Muñoz Molina, César Molinas y Luis Garicano, que alcanzaron bastante notoriedad dentro del mundo "intelectual", en tanto que a lo largo de todo el libro van surgiendo nombres precisamente de esta "intelectualidad" (¿orgánica?) que han venido opinando sobre todo sin, por lo visto, tener mucha formación de casi nada.

Un libro estimulante, ágil, indignante por momentos pero divertido si se pone un poco de distancia.