El abrazo entre el dirigente de la CUP, David Fernández, y
el Presidente de la Generalitat, Artur Mas, que se produjo el 9 de noviembre de
2014, el día del famoso referéndum, fue la prueba en imágenes de que el proceso
independentista no sería beneficioso para los catalanes. Aquel abrazo no fue
simétrico, porque significaba que la resistencia de izquierda era devorada por
la derecha en el poder. A partir de aquel abrazo, la CUP dejaba de lado sus
reivindicaciones sociales para ser solo un partido nacionalista, y cuando lo
único que cuenta es el nacionalismo aglutinador, el fascismo es un peligro y el
perjuicio de las clases populares una realidad.
Artur Mas
apela siempre a lo que él llama un “proyecto de país” y resulta muy
sorprendente que una organización como la CUP, que se declara socialista y
ecologista, pueda compartir con la rancia y corrupta derecha catalana cualquier
tipo de proyecto político, que desde luego siempre estará remotamente lejos del
socialismo y del ecologismo. De un gobierno que es fruto del tándem Pujol &
Puig (para entender muchas cosas es imprescindible leer el libro del mismo
título escrito por Antonio Fernández) es difícil esperar otra cosa que
corrupción y amiguismo.
El papel que la CUP ha jugado en la comisión de
investigación de los Pujol es otra prueba de que su pasión política se ha
diluido dentro del embalse (que no oasis) de la política catalana, porque les
ha hecho participar de una pantomima que ha dado a “la familia” y sus amigos
una plataforma desde la que chulear, reivindicarse y hasta reñir a los
políticos, con la aquiescencia una vez más de David Fernández, cuya máxima
reivindicación política parece haber pasado a ser el uso de (horribles)
camisetas durante las sesiones. Tal vez piense que sentarse junto a una
trajeada Marta Ferrusola vestido con una camiseta de Allende sea
revolucionario, pero yo creo que resulta más bien pueril.
Dentro de la
impresionante lucha por el poder que se ha desatado dentro de las
organizaciones independentistas (por fin empiezan a mostrar sus auténticas
caras), que las ha llevado a plantearse esa gran estupidez que es hacer
candidaturas políticas sin políticos, la CUP ha querido rizar el rizo y no solo
defiende esta opción, sino que además quiere que después de celebrarse las
elecciones se celebren inmediatamente otras con políticos. ¿Es p
osible que un
partido de izquierdas anteponga una unidad de destino en lo universal a acabar
con uno de los peores gobiernos que ha tenido Catalunya, que durante cuatro
años solo se ha dedicado a recortar y a alimentar la imagen mesiánica de su
líder?
Ninguna de las
investigaciones en marcha ha llegado a buen puerto, pasa el tiempo, el dinero
robado no aflora y los delincuentes siguen en la calle. Todos ellos catalanes,
todos actuando contra Catalunya y la CUP apoyando los “proyectos” de quienes
les están íntimamente vinculados. Si la CUP fuera una organización la mitad
revolucionaria que su forma de vestir, en estos momentos estaría pactando con
la izquierda para intentar tumbar a un gobierno que solo pretende perpetuarse
en el poder económico y político de una Catalunya que, como ocurre a menudo con
los líderes nacionalistas, piensa que es suya. Que la CUP no se haya enterado
de que cuando alguien habla del pueblo de un país como un conjunto, lo que está
haciendo es intentar evitar que el auténtico pueblo lo eche del poder, da a
entender que no es una formación políticamente preparada, que tal vez debería
disolverse y entrar en Convergència, ahora que hasta su socio de toda la vida
la ha abandonado, allí seguro que aprenderían a ser astutos.
¿Quo Vadis CUP? ¿Y adónde llevas a Catalunya?
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