Una de las más famosas leyendas que acompañan a la historia
de nuestra Transición es aquella que nos cuenta la conversación telefónica
entre el rey Juan Carlos I y Jordi Pujol, en la que (supuestamente, como en los
casos de corrupción) el primero le dijo al segundo: Tranquil, Jordi, tranquil.
Sabiendo lo que sabemos ahora, el presunto nerviosismo de
Pujol no debía ser porque le preocuparan las instituciones catalanas sino
porque sabía que, si estas se iban al traste, su proyecto de futuro, es decir,
el del (presunto) enriquecimiento de su familia y allegados gracias a su
omnímodo poder en Cataluña, también se esfumaría.
Ahora, tras las elecciones del 24M, el que parece conservar
la tranquilidad es Mariano Rajoy, ante la sorpresa e impaciencia de sus
correligionarios, a quienes les gustaría que hubiera mucho nerviosismo, que las
cosas se desbarajustaran, que el capital huyera de España y que los empresarios
declararan un lock-out y salieran a
la calle a manifestarse contra la coalición
de perdedores que ha ganado estas elecciones. De esta forma darían por
probadas sus amenazas de que la cosa va de ellos o el caos. Afortunadamente,
Mariano es un hombre de estado que con esta responsable actitud le está diciendo
al mundo que no hay nada por lo que preocuparse, que la vida sigue y que
quienes han ganado las elecciones perdiéndolas no van a montarnos una
revolución de hoy para mañana.
Claro que lo que quizá no ha entendido Mariano es que la
tranquilidad, en este caso, no refuerza la oportunidad de negocio de los suyos,
sino que la debilita sobremanera. Si la tranquilidad continúa y se forman
gobiernos de izquierdas que tomen medidas de izquierdas (no como en el pasado)
todo este dinero que ahora fluía sin límite de lo público a lo privado de forma
(presuntamente) fraudulenta desde que el Partido Popular copa las instituciones
dejará de manar.
Esto, por descontado, no gusta mucho a quienes esperan que
les siga cayendo el maná del cielo, incluso los hay que lo único que quieren es
seguir conservando su puesto de trabajo (público), y eso que el paro, según
Mariano, ya no preocupa a nadie en este país. Pero Mariano maneja lo que ahora
se llaman sus tiempos, es decir, que espera agazapado a que pasen los
cazadores, porque sabe que a un conejo solo se lo ve cuando se mueve: él se
queda quieto y ya levantará la cabeza cuando la cosa se haya tranquilizado, no
sea que se le vean las orejas.
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