El nivel ético y moral de un país tiene muchos indicadores, uno de ellos es saber cómo trata la sociedad a los delincuentes: si son admirados o premiados, el nivel no es bueno, no puede serlo.

El presidente de la Federación española de fútbol acaba de indultar (por cierto, ¿tiene esa capacidad justiciera? ¿incluso con agresiones?) a Mourinho y a Tito Vilanova, entrenadores del Real Madrid y del Barcelona, respectivamente. Al primero por meterle un dedo en el ojo al segundo, con toda la intención, y al segundo por responder con una colleja al primero. No parecen acciones parejas, pero vamos a dejar esto a un lado. Centrémonos en la actitud de Mourinho: tras un partido tenso en el que su equipo perdió (si no recuerdo mal, el asunto es tan cansino que me da pereza buscar en internet), demuestra su impotencia comportándose como un matoncillo preadolescente en el patio de un colegio y, no solo recibe una sanción menor, sino que solo aplica a la competición en la que se produjo y, encima, como uno de esos dictadores "magnánimos" y demagógicos, el presidente de la Federación, al ser reelegido, lo indulta. También a Vilanova, claro, solo faltaría que el agresor quedara impune y el agredido no. En resumen: premio al comportamiento del que actúa fuera de la ley, reconocimiento a la actuación chulesca, primitiva, resentida. Todo ello demuestra que puedes atacar con malas artes aquello que no puedes defender con las buenas y ser admirado por ello.

No nos ha de extrañar, pues, que también se amnistíe a los delincuentes fiscales, animando así a seguir haciéndolo a todos aquellos que puedan.
Ni que se suba el IVA, alegando (Montoro) que, como se defrauda tanto, no hay más remedio que subirlo (¿para que estará ahí él como ministro si no es para evitar el fraude?).
Ni que tantos delincuentes contra el bien público como hay en nuestro país estén fuera de la cárcel y no dentro mientras sus abogados eternizan sus juicios.
Ni que Urdangarín y familia se paseen por Las Vegas, duerman en hoteles de lujo y gasten un dinero que tal vez él obtuvo ilícitamente, aprovechando el nombre de su familia política. Por cierto, prefiero al rey cazando elefantes y pidiendo perdón que a su hija exhibiendo complicidad con un marido de cuyos negocios, pobre ignorante, no sabía nada y que ahora, aún sabiéndolo, sigue exhibiendo lujo junto a él.
Ni que Rato haya sido visto en Ibiza comiéndose una mariscada después de haberse comido la mitad del patrimonio social de España.
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