
Sus novelas se leen con interés, porque la historia que nos cuenta está tratada como si fuera una novela de intriga: la impaciencia por leer la página siguiente es grande.
Su premiada Amsterdam (1998) y Sábado (2005) son claros ejemplos de lo que digo, pero posiblemente su obra más conocida sea Expiación (2001), más por la película que se rodó basada en ella que por la propia novela.
Entre las novelas malogradas, incluyo Amor perdurable (1997), con un arranque magnífico pero un desarrollo nefasto: ¿qué hace McEwan escribiendo sobre psicópatas? Pues seguramente lo mismo que escribiendo sobre espías en otra obra malograda (mala de solemnidad, para mí), Operación Dulce (2012): probar cosas. Y eso es algo que sin duda dignifica al autor, que podría haberse acomodado en su papel de entomólogo de la burguesía británica y, en cambio, se aventura en otros terrenos.
No siempre le sale mal: On Chesil Beach es una novela excelente en la que no faltan los dilemas morales, pero que afectan a unos personajes muy jóvenes, y que acabarán condicionando no solo su presente sino también su futuro.
En La ley del menor, tenemos al gran McEwan, en todo su esplendor. Aquí la protagonista absoluta es una jueza, cercana a la sesentena, en la cumbre de su carrera, a la que se le abren varios frentes, algunos simultáneos, algunos consecutivos, uno de pareja y los otros de trabajo.
Esta mujer, acostumbrada a juzgar la vida de los demás, se encontrará en unas circunstancias que la harán tomar decisiones difíciles e improvisadas.
Es una excelente novela que deja poso después de leída.
McEwan, además, escribe novelas bastante cortas y en un inglés fácil de entender, de frases muy directas y sencillas, lo que lleva aparejada la ventaja de permitir practicar su idioma de manera entretenida.
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