En apenas un par días ya me han llegado dos chistes sobre Urdangarín. El primero dice que el susodicho este año le ha pedido los regalos a Papa Noél, porque no cree que los reyes le traigan nada. El segundo dice que algunos, en lugar de pedirle regalos a los reyes, preferían pedírselos a su yerno. Es como funciona nuestro país: somos capaces de reírnos de todo, pero incapaces de hacer las cosas como es debido.
No nos quejamos de que la justicia sea tan lenta que los numerosos casos de corrupción que han aparecido todavía no se hayan resuelto y que muchos de los imputados todavía estén en libertad y sin que el dinero aflore. No sólo eso, los aplaudimos por la calle cuando entran a los juzgados o los contemplamos en la tele mientras cantan, bailan o peroran contra el Estado y la democracia. No hace mucho, Telecinco ha sufrido un castigo publicitario por haber llevado a La Noria, pagando, a la madre de un delincuente confeso; en Nochevieja, en cambio, Isabel Pantoja actuó de artista invitada sin que nadie se rasgara las vestiduras. Sí, ya sé, no ha cometido ningún asesinato ni tiene todavía ninguna condena en firme, pero tiempo al tiempo, quienes tengan memoria o hemeroteca que busquen a Lola Flores pidiendo una peseta a cada español para saldar su deuda con Hacienda y los que sean más jóvenes que se acuerden de Farruquito llenando teatros y siendo entrevistado en todas partes mientras sus abogados reclamaban dinero a la mujer que él había dejado viuda conduciendo sin carné, huyendo e intentando colarle el hecho a su hermano menor de edad. Nos da igual: somos muy dados a compadecernos de quien no lo necesita pero sabe cómo hacernos sentir lo contrario con ese desgarro con el que nos cuentan sus supuestas desgracias, reales o imaginarias, esos auténticos patriotas de España. Desde ex banqueros ex presidiarios hasta dudosos artistas de más que dudosas ganancias. No me extrañaría que un día de estos viéramos a Ruíz Mateos como comentarista de alguna intercadena de intertelevisión hablando de intereconomía.
No nos quejamos de tener a un ministro de economía que fue dirigente de Lehmann Brothers cuando ese banco se venía abajo fruto de su especulación y servía de detonante de toda la crisis que nos ha caído después encima, o sea, que no nos quejamo de que el nuevo salvador de la patria, Mariano Rajoy, le haya encargado al pirómano que apague el fuego. ¿Sería posible un nombramiento más insultante? No, sin duda, pero seguro que pronto lo arreglaremos con algún chiste: ¿qué tal si nos cantara la canción Brother, can you spare a dime?
Ni nos quejamos de que las primeras medidas del nuevo gobierno (probablemente dictadas por el ex directivo de Lehmann Brothers) sean contrarias al programa electoral del Partido Popular, que debería ser lo que guiara su política ya que, se supone, es el motivo por el cual los electores lo votaron, ¿o no es así? Tal vez no, porque el otro día escuché decir a un tertuliano (en el todavía imparcial canal 24 horas) que entre un gobierno que falte a su programa y otro que haga lo que tiene que hacer, prefiere al segundo. Es decir: olvidémonos de campañas, porque no tienen ninguna importancia, sólo sirven para favorecer la mentira de los políticos (¡como si les hiciera falta ese empujoncito!), tal vez por ahí ahorraríamos una buena cantidad de dinero con la que compensar a los pensionistas a los que Rajoy ha aumentado la pensión el 1% con una mano y el IRPF con la otra, dejándolos como estaban, en lo que no es precisamente una broma, pero que a buen seguro pronto será motivo para algún chiste gracioso. Como ese que dice que congelar el salario mínimo interprofesional es una forma de ayudar a los menos favorecidos, ¿se lo habían contado?
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