No es lo primero que ha hecho el gobierno de Mas contra el mundo de la cultura, ni será lo último, pero es muy significativo. Una de las instituciones más abiertas y con una programación de más amplias miras como es el Centre de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB) va ca cambiar de dirección el próximo 1 de enero de 2012. El gobierno de Convergència (Generalitat, Diputación y Ayuntamiento; todo está en sus manos) va a sustituir al hombre que la dirigía desde su fundación en 1994, Josep Ramoneda, por otro cuyo mayor mérito es, sin duda, su afinidad con el "Movimiento" nacionalista actualmente en el poder (Entrevista con Josep Ramoneda).
Al parecer, los nacionalistas consideran que la programación del CCCB es demasiado cosmopolita y hay que sustituirla por otra de contenido más nacionalista. Es decir, otro paso más para dejar de abrirnos al mundo y encerrarnos solo con nosotros mismos en un país rodeado de alambradas culturales. En un mundo globalizado como el actual, en el que la comunicación fluye sin barreras, sólo los prejuicios y el sectarismo pueden conducir a la gente a bunkerizarse dentro de unos límites fronterizos, y eso solo se consigue mediante creencias religiosas o nacionalistas, porque no están basadas en la razón y, por lo tanto, apelan a nuestros instintos gregarios, a nuestra necesidad de pertenencia a una comunidad, especialmente en tiempos de crisis, cuando la sensación de inseguridad individual es mayor.
Causas fundamentales (y casi únicas) de las guerras, los nacionalismos y las religiones consiguen sacar lo peor de nosotros, procurando insensatos orgullos patrios y generando odio hacia el de otra parte, al distinto, al que no habla nuestra lengua o no reza nuestras oraciones. Cuando los dirigentes quieren hacernos creer que todo el mundo gira alrededor de nuestro grupo nacional o religioso, cuando se expande el mensaje de que somos víctimas de ataques ajenos (llámeselos dinero que nos deben u ofensas que nos hacen), cuando se nos viene a decir que nosotros solos sí podríamos conseguir cualquier reto que nos propusiéramos, estamos entrando en una espiral de paranoia que no suele tener buenas consecuencias, sólo hay que revisar la historia europea de los años treinta del siglo XX.
Y, en el fondo, lo que subyace no es otra cosa que privlegiar a los grupos dominantes del colectivo, en este caso la burguesía catalana, superada desde hace años por los acontecimientos y cuya más fácil salvación es que en la gente cale el mensaje de que lo de aquí sí que es bueno, que ayudarlos a ellos es ayudarnos a todos, que cultivar las esencias es lo único que no hará prósperos, cuando lo que sucede es todo lo contrario: mientras menos nos abramos al mundo, menos posibilidades tendremos de ver que ese mundo es mucho más grande, rico y variado que nuestra torreta románica desde la que se contempla un pequeño trozo de tierra en el que se habla catalán y se cocina fricandó mientras se leen novelas de alguna escritora del país y los niños juegan a hockey sobre patines.