1)


2)
Artur Mas no quiere pasar a la historia como el héroe que consiguió la independencia de
Cataluña sino como el mártir al que
no le permitieron que la consiguiera. Es decir, su objetivo real es perder la
contienda que ha planteado.
Puede parecer una aspiración extraña, pero no lo es tanto si
consideramos que el victimismo ha sido y es el eje vertebrador de la política
nacionalista catalana, cuyo símbolo más evidente es la Diada, que rememora una
derrota y no una victoria.
Esto sucede porque en las derrotas la población se une frente
a un enemigo externo y eso crea un fuerte vínculo que es fácil de manipular por
los dirigentes.
Así, la derecha catalana se asegura cualquier política que
lleve a cabo siempre que pueda responsabilizar a Madrid de todas las medidas impopulares que tome.
3)
Jordi Pujol fue un líder todopoderoso que se desprendió de quienes
pudieran hacerle sombra (Cullell, Roca, Trías…) y acabó nombrando como sucesor
a Artur Mas, un político mediocre destinado a continuar su obra sin
cuestionársela demasiado.
Pero tan bajo era el nivel del escogido que, pese a que
tenía todo el engranaje de clientelismo de Convergència dominando el país, le
costó tres elecciones llegar al poder.
Para cuando Artur Mas fue investido presidente, Cataluña
estaba sumida en una crisis de la que había que salir con el mínimo daño para esos
empresarios y familias a los que CiU representa.

Si a ello añadimos que, según un informe citado por La
Vanguardia (3 de Marzo de 2014), actualmente un 33% de los hogares catalanes
pueden considerarse pobres, nos encontramos con que, salvo el gran capital,
Convergència i Unió se ha quedado sin soporte, es decir, sin los votantes
necesarios para mantenerse en el poder.
Esta pérdida de apoyo quedó ya demostrada en las
tácticamente mal planteadas elecciones de 2012, en las que Convergència i Unió
perdió más del 20% de los escaños que tenía.
Mas demostró de nuevo que era un mal político, llevando a la
coalición que preside a una situación muy delicada, a la que quiso hacer frente
con una huida hacia adelante, que fue la convocatoria del referéndum para la
independencia como punto único de su política visible a partir de entonces, su
particular MacgGffin, con el que distrae la atención del espectador mientras él
sigue con la auténtica trama: la del expolio de las clases trabajadoras en
favor de las grandes fortunas.
4)
En mi opinión, lo que sucederá es lo siguiente: no habrá
referéndum para la independencia de Cataluña, habrá unas elecciones de las
llamadas plebiscitarias que solo servirán para que Convergència i Unió pueda
mantenerse cuatro años más en el poder, mientras ERC le otorga credibilidad
ideológica con esa aureola de infalibilidad papal que le confiere el hecho de
no mojarse nunca por nada. Con ello tendrán apaciguadas a la clase media y baja,
los unos a la derecha y los otros a la izquierda.
Poco a poco la situación económica irá mejorando, en el
sentido de que el paro descenderá, aunque sea a costa de aceptar trabajos mal
remunerados, y el consumo (de bienes de poca calidad y bajo precio) irá
creciendo, calmándose así la situación y asegurando la paz social sin tener que
recurrir al mito del paraíso independiente como zanahoria a la que perseguir.
El movimiento independentista se congelará, listo para ser
usado de nuevo en el futuro. Para cuando llegue 2018, la Vía catalana y el 9 de noviembre serán nuevos iconos incorporados
al imaginario colectivo, aptos para su consumo en nuevas situaciones de crisis.